Sin embargo, el hombre no dijo ni hizo nada más, sólo alejándose con su compañero y el ataúd.

Rebecca dejó salir un suspiro tembloroso y volvió por su maleta, que se había quedado en el suelo, mientras repasaba la conversación que acababa de escuchar. Era demasiado sospechoso que el hombre hubiese hecho tanto énfasis en el hecho de que Alessandro y el hombre en el ataúd se parecieran.

Algo le hacía pensar que el hombre había estado sobre aviso de que Alessandro tomaría ese barco, tal vez gracias una de esas mismas familias antiguas.

Lo poco que sabía de Alessandro también bailó en su memoria y, poco a poco, comenzó a atar cabos.

Tenía que decírselo a Alessandro. Si había otro ataúd ahí, tal vez no fuese muy buena idea abordar ese barco.

Rebecca miró a los dos hombres mientras llevaban el ataúd a cubierta para después bajar a la zona de carga. Un odio repentino, casi animal, se apoderó de ella al ver otra vez al mayor de los dos. La forma en que la había mirado le causaba repulsión y miedo. Y no había nada que ella odiara más que tener miedo.

Comenzó a temblar de furia, así que intentó controlarse mientras subía a cubierta. Sin embargo, algo en el piso llamó su atención y, al agacharse, se dio cuenta de que el bulto mojado era el saco que Alessandro llevaba unos minutos atrás. Lo levantó, intentando en vano quitarle la suciedad.

La lluvia arreció de un instante a otro, así que corrió buscando ponerse a cubierto. Sin embargo, un charco de agua y el peso de su maleta la hicieron perder el equilibrio, cayendo hacia atrás. Justo antes de estrellarse contra el suelo, un par de manos firmes y heladas —que no se sentían tan frías ahora, debido a lo helado de la lluvia— la sujetaron y frenaron su caída.

Al mirar arriba se encontró con una de las encantadoras sonrisas de Alessandro.

—Hola —saludó él con tono cantarín al tiempo que la levantaba sin ningún problema, cargándola casi como a una niña.

Rebecca le respondió con un movimiento de la cabeza, con el corazón demasiado acelerado para hablar, y Alessandro tomó la maleta por ella, llevándola cargada hasta un pasillo bajo techo, cerca de la puerta que daba acceso a las bodegas del barco.

—Gracias —dijo mientras la bajaba.

—¿No debería ser yo quien te agradezca por no dejarme caer? —replicó Rebecca mientras le entregaba su empapado saco.

Alessandro volvió a sonreír y negó con la cabeza.

—No. Gracias por ayudarme con ese pesado —señaló hacia la bodega con la cabeza.

Rebecca dejó salir una risilla nerviosa.

—Pues para eso me contrataste, ¿no?

Alessandro soltó una extraña risa, casi maliciosa, y desapareció de pronto, justo cuando los dos hombres aparecieron otra vez por la escalera que bajaba a la bodega.

El de la gorra azul volvió a mirarla de la misma forma de antes, logrando que la chica retrocediera un paso.

—Simon les dirá a ti y a tu compañero, si es que aparece, dónde está su camarote —dijo de forma tosca antes de alejarse, sin quitarle los ojos de encima.

—¿Viene, señorita? —dijo Simon mientras señalaba el camino, sacándola de sus cavilaciones

Rebecca asintió, haciendo una nota mental para recordarse que Alessandro ya no era su tío, sino su hermano.

«¡Qué líos de familia!»

El pensamiento le recordó que debía contarle a Alessandro lo que había escuchado pero luego, al pensar en que él era un vampiro, supuso que habría escuchado lo mismo que ella —si es que no más— mientras estaba dentro del ataúd.

El último Hawthorne: Sol de MediodíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora