Capítulo 3

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Samantha

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Samantha

Llego a casa ya casi anocheciendo, pero no me importa. No me importa que esté por desmayarme del cansancio y del hambre porque llevo en mis manos las medicinas para mi abuelita. Ella es la única familia que tengo aparte de Max y no quiero perderla. Si tengo que volver a rogar o pedir en la calle para conseguir sus medicinas, lo haré. Haré cualquier cosa por ella.

Cuando salí del taller de mecánica Baxter con la amenaza de Max aún fresca en mi mente, me fui corriendo a la parada de autobús. Cuando estuve adentro y sentada en los últimos asientos, abrí mi mano, en donde todavía tenía el dinero fuertemente apretado en un puño por miedo a perderlo, y lo conté. Entonces me fijé en que Daniel, el chico malo pero mi salvador en ese momento, me dio más dinero del que le dije que necesitaba. Suspiré tan aliviada que de no estar sentada, me habría caído al suelo.

Fui hasta el centro de la ciudad y me bajé en la farmacia para comprar las medicinas de la abuela. Son varias porque ella tiene muchas condiciones de salud. Luego tomé otro autobús, el que va hasta mi vecindario, y allí caminé hasta la tienda de don Raúl para comprar algunos alimentos. Después de comprar únicamente lo necesario y lo más económico, estoy tranquila porque me sobró algo de dinero y lo podré utilizar más adelante. Y ahora con lo que compré, haré una buena sopa para la cena, y mi abuela y yo podemos irnos a la cama con la panza llena. También quiero hacer unos cupcakes de chocolate rellenos de fresa, porque son los favoritos de mi Abu. Ella me enseñó cómo hacerlos. Ella me enseñó todo.

Abro la destartalada puerta de la vieja casa de la abuela, entro, y dejo las bolsas de compra en el suelo. Saco las medicinas y me dirijo a su cuarto. Abro la puerta con cuidado de no hacer ruido y la veo en su cama... Dios mío, sé que tengo que ser fuerte para que no vea que me estoy rompiendo en pedazos, pero es tan difícil. Inhalo, exhalo, y dejando la tristeza detrás de la puerta, entro y sonrió.

—Hola, ¿cómo está mi nana favorita? —pregunto besando su arrugada mejilla.

Sé que está agotada de tanto luchar, y esa bonita luz que siempre la rodeaba, ya está extinguiéndose, pero me niego a aceptarlo.

—Mi niña, ¿dónde has estado todo el día? Estaba preocupada —dice con voz cansada, y la culpa me consume porque la dejé sola por mucho tiempo.

Me siento a su lado en la cama, tomo su mano, y le digo: —Fui a ver a Max al taller donde trabaja con esos motoristas, Abu.

—¡Pero ese taller queda muy lejos! —exclama con los ojos muy abiertos, y aún preocupada, pregunta—: ¿Y fuiste sola?

—Sí, abuela, fui sola, pero no te preocupes. Como ves, regresé sana y salva —le digo con una sonrisa que esconde lo cansada que estoy.

Ella asiente no muy convencida, y con voz apesadumbrada me pregunta: —¿Cómo está él?

—Igual que siempre —respondo encogiéndome de hombros.

—Ah, ese muchacho nunca aprende. Siempre fue un rebelde y no por falta de consejos.

—Lo sé, pero ya nada podemos hacer. Max ya es un hombre hecho y derecho y sabe lo que hace, pero hablando de otra cosa, fui a la farmacia por tus medicamentos, y a la tienda de don Raúl por algo de víveres. Te daré tus medicinas y quiero que descanses un rato en lo que preparo la cena.

—¿Ya llegó el dinero de mi pensión o conseguiste un trabajo? —pregunta confundida.

Le contesto: —No, Abu, aún faltan dos semanas para que llegue tu cheque, y no, no he podido conseguir un trabajo. ¿Por qué todo es tan difícil? —me lamento con impotencia.

Mi abuela aprieta mi mano y me anima: —Vendrán tiempos mejores, dulce niña, ya lo verás. Sé que has detenido toda tu vida y tus planes por cuidar de mí, y aunque te lo agradezco infinitamente, me siento culpable. Soy la razón de que no progreses, de que no vayas a cumplir tu sueño de estudiar repostería y quiero que lo logres.

—¡No digas eso abuela! —exclamo vehemente—. Eres todo lo que tengo, y es mi deber cuidarte como tú lo hiciste conmigo mientras crecía. Lo hago con el alma y con el corazón, lo demás carece de importancia siempre y cuando estemos juntas.

Ella, al escuchar mis palabras, dice con voz quebrada: —Oh, mi niña. Eres tan buena, tan hermosa por dentro y por fuera, y de alguna manera serás recompensada por todo lo que haces. Serás feliz y lograrás tus sueños. Acuérdate de mis palabras, Samantha.

Asiento con una sonrisa acuosa, y sus palabras se quedan grabadas en mi corazón.

Abu me pregunta con suspicacia: —Entonces, ya que no conseguiste un trabajo, ¿de dónde sacaste el dinero? Porque con todas las facturas que pagamos no nos alcanza para comprar alimentos dos veces al mes.

—Es que... hum, pues...

—Y no me mientas, jovencita.

—Sabes que no lo hago, Abu, no a ti.

—Lo sé, bonita —ella besa mi mano—. Eres muy honesta, en cambio tú hermano... —suspira con resignación y sigue diciendo—: Cuando tu madre se fue...

—Cuando nos abandonó —la interrumpo molesta porque odio que hable de ella.

—Sí, tienes razón —afirma apenada—. Ella los abandonó. Me duele aceptarlo, y nunca entenderé cómo mi hija pudo haber hecho una cosa tan atroz. Enamorarse de un tonto con dinero y dejarlos tirados conmigo. Ella me aseguró que volvería por ustedes.

—¡Pero nunca volvió, abuela! Al igual que nuestro padre. Él se fue cuando éramos tan solo unos niños y tampoco regresó. Ya ni recuerdo su rostro porque no tengo ni tan siquiera una foto de él —digo con resentimiento.

—Lamentablemente, es cierto Sam. Fueron unos tiempos duros para todos, pero quiero que sepas que nunca me arrepiento de haberlos acogido a ti y a Maximiliano aquí en mi casa. Ustedes son lo único que tengo, y más que mis nietos, son mis hijos, y los amo con todo mi corazón.

—Lo sabemos y también te amamos mami-abu. —Aunque Max se haya olvidado de nosotras por preferir a ese estúpido y peligroso club —digo en silencio porque no quiero angustiarla más.

Ella interrumpe mis pensamientos cuando dice: —Estoy esperando, corazón.

—Eh...¿qué cosa, abuela?

—A que me digas de dónde sacaste el dinero para las medicinas y los alimentos, y quiero saber por qué tienes marcas en tu cuello —dice preocupada y no me sorprende que se haya dado cuenta. Mi abuela Elizabeth es muy perspicaz y a ella no puedo mentirle.

—El dinero me lo dio un amigo de Max. Fui a pedirle dinero a él, pero no quiso dármelo. Después todo fue un malentendido y... y ya no quiero hablar de eso abuela y no quiero que te preocupes. Además, ¡me muero de hambre! Iré a hacer una rica cena para las dos, tú descansa que ya vuelvo.

Me levanto y le doy sus medicinas. Luego la arropo bien y beso su frente.

Antes de salir por la puerta, su voz cansada me detiene cuando pronuncia con puro amor: —Te amo, mi niña. Recuérdalo siempre.

Cuidando de ti (Dragon's Family #1) (CORRIGIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora