Capítulo 2

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Tratando de controlar el pánico, susurro: —¡Pero estoy desesperada! No tengo a quien recurrir y lo sabes. Todo se ha agotado y necesito más.

—Y tú me has agotado la paciencia y no necesito esta mierda —dice. Él no se ablanda por nada...ni por nadie.

—¿Crees que no odio pedirte dinero? —le digo—. He caminado por horas para llegar hasta aquí porque no tengo dinero para el autobús. Todo apesta —me quejo cansada, hambrienta, dolida, y estoy empezando a enfadarme también.

—Ya te dije que no me importa. Ve a buscar un trabajo, gánate tu propio maldito dinero y déjame en paz.

—¡Sabes que no puedo! ¿Quién cuidaría de ella si me voy a trabajar? Nadie, porque nadie quiere ayudarnos —lo miro fijamente—. ¿Qué demonios te ha pasado, Max? Tú no eras así, pero desde que entraste en esta mierda de club...

De repente, alguien me toma por el brazo y me deja inmovilizada contra la pared. Sus manos fuertes están en mi garganta cortándome el aire. Miro su cara por debajo de mi capucha y me fijo en que es un hombre, uno muy furioso. Oh, Dios.

—¡¿Qué mierda dijiste de mi club?! —Él me grita a todo pulmón.

Trato de forcejear y de luchar por aire, pero no puedo porque estoy muy débil. Con el movimiento, la capucha de mi abrigo cae y entonces mi rostro se hace visible. Y veo claramente como la cara de mi atacante cambia de furiosa a horrorizada. Él me suelta como si mi piel quemara, y rápidamente busco aire como si mi vida dependiera de ello. Lo cual es muy cierto porque casi muero estrangulada.

—¡¿Qué carajos?! —El hombre grita—. Más te vale que me des una buena explicación ahora mismo, Max. ¿Quién es ella? —exige, todavía lleno de furia apenas contenida.

—Lo siento, Daniel —se disculpa Max—. Ella...ella es mi hermana —masculla, como si yo no fuera más que una odiosa molestia.

—¿Y qué demonios hace aquí? —La voz de ese hombre suena sorprendida, pero su tono también es letal y eriza mi piel—. Porque aquí no debería estar. Además, ¡sabes las malditas reglas, Max! No hacemos daño a las mujeres, y maldición...¡casi la mato!

—Lo sé, hermano. No sé cómo llegó hasta aquí, pero ella ya se va. —Mi hermano me mira con una clara advertencia en sus ojos azules, pero me niego a irme sin lo que vine a buscar.

Así que aprovechando la situación y con voz ronca por el ataque, le digo: —Solo dame el dinero que me debes y me iré.

—¿Le debes dinero? —le cuestiona el hombre con sospecha—. ¿En qué demonios estás metido, Max? Juro que si no me aclaras todo, sacaré el infierno de ti aquí mismo. He tenido un día de mierda y no estoy de humor para lidiar con esto también. Sabes de sobra que no haces negocios fuera del club, hermano. ¿Tendremos que ir a la mesa para resolver esto?

Parpadeando aún aturdida, miro al hombre frente a mí, y no me había dado cuenta de que hay otras personas igual que él alrededor. Todos están vestidos de negro y usando chalecos de cuero con diferentes parches cosidos, pero ese hombre... ¡Él es enorme! Enorme a lo largo y a lo ancho. Tiene varios tatuajes en sus brazos musculosos, lleva camisa negra y un parche blanco en su chaleco que dice muy claramente la palabra Presidente en letras negras, pero ahora mismo y en mi estado de aturdimiento, no entiendo que mierda significa. El está enojado, pero es hermoso en su forma más oscura: su cabello es negro y abundante, sus ojos son de un verde luminoso, su barba está recién crecida, su piel bronceada y su boca enojada tiene gruesos labios esculpidos. Todo un conjunto hermoso, pero peligroso y no sé porque lo estoy mirando de esta forma cuando nunca lo he hecho por ningún hombre, y éste parece uno muy malo.

—No, no hace falta hablarlo en la mesa —conviene mi hermano—. Ella solo está jodiendo conmigo. No le debo nada —contesta secamente Max, y de repente vuelvo a tener miedo.

Miedo de irme sin ese dinero que tanto necesito.

Ocultando mi desesperación, digo: —Sabes muy bien que la abuela está muy enferma y necesita sus medicinas. Está empeorando, Max. Solo dame el dinero y me iré sin causar más problemas —termino con voz quebrada.

Miro de reojo a ese hombre tatuado y noto que me mira fijamente. Sé lo que verá: a una chica demasiado delgada por pasar hambre algunas veces, verá mi opaco cabello al igual que mis ropas gastadas y algo sucias también. Verá a una chica cansada de luchar, de vivir, y con ojos desprovistos totalmente de esperanzas.

Él rompe el silencio con esa voz grave, pero son sus palabras las que me golpean en el alma y siento tal alivio que creo que me desmayaré.

Con voz gentil, me pregunta: —¿Cuánto necesitas?

Tímidamente, le digo la cantidad, y él ni se inmuta. Rápidamente, saca una cartera del bolsillo trasero de sus pantalones negros, la abre, y luego me da el dinero. Lo tomo y el peso de ese dinero en mi mano alivia el peso que tengo en el corazón. Sé que tengo lágrimas no derramadas en mis ojos, pero en este momento nada más importa.

Lo miro, y con voz ahogada, le susurro: —Muchas gracias, Daniel.

Él solamente asiente, mirándome sorprendido, y pienso que fue porque dije su nombre.

Daniel se voltea hacia mi hermano y le ordena con voz dura: —Te espero en mi oficina. Ahora. —Se va, y los otros hombres lo siguen murmurando.

Entonces sé, que debo irme rápido de aquí. Avanzo dos pasos, pero la mano de mi hermano me detiene cuando me toma por el brazo fuertemente.

Luego me amenaza: —Esta me la debes. Y me la pagarás.

Cuidando de ti (Dragon's Family #1) (CORRIGIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora