¿Puedo contarte un secreto? (Capítulo 25)

Start from the beginning
                                    

Enamorarse de una persona que no te quiere es... es suicidarse, pensaba.

Pero, por otro lado, sabía perfectamente lo que era amar a alguien. Amarlo hasta el cansancio, hasta convertirlo en una necesidad. Y de tan solo imaginar que esa persona podría odiarlo... de que Rubén podría odiarlo...

Muy a su pesar y aún con sus dudas, tuvo que reconocer:

- Sí. – asintió. – Sí, la perdonaría.

Emma lo miró como si no lo hubiera visto antes. Como si lo viera por segunda vez, como cuando te detienes a observar un rostro que te suena conocido.

- Eres un idiota. – le soltó.

Mangel apartó la mirada, apenado. Sentía su cara ardiendo. Todo él era fuego. ¿Por qué Emma lo miraba tanto? ¿Es que no podía dejar de mirarlo? Tenía la sensación de que, si le correspondía la mirada, Emma lo leería como a un libro abierto. Lo sabría todo. Sobre Rubén y él. De alguna manera, lo sabría.

- Y yo también. – agregó ella, más para sí misma que para Mangel.

El ambiente cambió. Ya no estaba tenso. Estaba roto, como un suéter que se deshilacha. La conversación moría y, con ella, las palabras angustiosas.

- Esto... yo... - Mangel no sabía cómo decirlo sin que sonara ofensivo. – Voy a... buscar a Rubén. Quizá se cayó por ahí, o puede que esté... - estrangulando a Red, iba a decir. Pero decidió no volver a nombrarlo. Por lo menos, no en frente de Emma.

Mangel dio pasos lentos hacia la puerta, cautelosos.

- Mangel. – dijo Emma. - ¿Le dirías algo a Red por mí?

- S... sí. – era la primera vez que ella decía el nombre Red, y le pareció que lo hacía con cierta repugnancia.

- Si lo ves, – volvía a tener los ojos llorosos. – dile que vuelva a casa, ¿vale?

Aquello lo impactó más de lo que en realidad demostró.

- Vale. – asintió levemente.

Y salió de la habitación.

Se sentía un poco mal por dejar a Emma así, toda llorosa y desconsolada, sola. Pero, una vez que cruzó el umbral de la puerta, no pudo siquiera volver a mirar atrás. Por alguna razón, algo se lo impedía. Quizá era su moral, o su conciencia.

O quizá era solo porque le incomodaba estar demasiado cerca de una chica. A solas. En la misma habitación. Y más si ella necesitaba consuelo.

Así que caminó. Caminó sin detenerse, cruzando todos los pasillos y bajando todas las escaleras. No tenía ni la más pálida idea de en dónde cojones podía estar Rubén, pero siguió caminando con la esperanza de cruzárselo espontáneamente, por allí, tirado en el suelo, o cayéndose de las escaleras. Ni de coña se iba a poner a registrar todas las habitaciones.

Cuando llegó a la planta baja, en donde seguía la fiesta, se dio cuenta de lo absurdo que le parecía todo ahora. La música, las luces, las bebidas, el humo. Las personas no hacían más que mirarse unas a otras, buscando algo; una invitación, quizás. El aire se había vuelto más cargado y pesado que antes. Las risas se oían sordas y huecas, provocadas por el alcohol y algo más.

Tenía que encontrar a Rubén y largarse de allí.

Avanzó entre los muchísimos cuerpos danzantes y sudorosos, intentando no hacer contacto visual con nadie. Mangel, tras tantas fiestas, había aprendido una cosa: en momentos así, "mirar" era "provocar". Era ofrecer algo, y a la vez exigirlo. Podía ser un beso, un baile, un toque. Lo que sea. Nada cómodo.

Son solo tres Palabras (Rubelangel)Where stories live. Discover now