CAPÍTULO I

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MASRY

Habían pasado dos meses.

Y aún sentía que el dolor no había hecho más que aumentar con el tiempo.

No había palabras que pudiesen describir la devastación que sentía, el vacío que aún seguía en mi corazón.

Me encontraba atrapada en un mar de desesperación, tratando de encontrar una forma de aliviar ese dolor insoportable que me consumía por dentro.

Cada día era una lucha constante contra la tristeza y la desolación.

Me levantaba por la mañana con la sensación de un peso inmenso sobre mis hombros, recordándome una vez más que ya no estaría a mi lado para compartir risas, secretos y confidencias.

El silencio abrumador de su ausencia se cernía sobre mí como una sombra ominosa, recordándome a cada instante que nunca más volveré a ver su sonrisa, a escuchar su voz animada, a sentir su calor reconfortante.

Las noches eran aún más difíciles de sobrellevar.

El insomnio me atormentaba, reviviendo una y otra vez en mi mente los momentos felices que compartimos, las risas compartidas, las lágrimas derramadas.

El recuerdo de su rostro angelical se desvanecía lentamente en un torbellino de emociones dolorosas, sumergiéndome en un abismo de desesperación y melancolía.

Me pregunté una y otra vez porqué decidió eso.

Porque decidió irse de esa manera sin apenas darse cuenta de la gente que dejaría rota tras su partida.

La ira y la impotencia me consumian, envolviéndome en un torbellino de emociones negativas que amenazaba con devorarme por completo.

¿Por qué a mí?

¿Por qué a nosotras?

¿Por qué ella?

La soledad se había convertido en mi compañera más fiel en estos meses de duelo.

Aunque las personas a mi alrededor intentaban consolarme y reconfortarme, sentía que estaba atrapada en una prisión de dolor y sufrimiento del que no podía escapar.

Me sentía perdida, desorientada, sin rumbo fijo en ese mundo sin sentido en el que me encontraba.

Cada día me resultaba más difícil encontrar una razón para levantarme de la cama, para enfrentar el mundo sin la sensación de que ella está muerta.

Me sentía como si estuviera caminando por un campo de minas, rodeada de peligros y trampas mortales que amenazaban con hacer estallar mi corazón destrozado en mil pedazos.

Las lágrimas se habían vuelto mis compañeras constantes, derramando un torrente de dolor y angustia que no encontraban consuelo ni alivio.

Sentía que mi alma se había marchitado en el desierto de la desesperación, incapaz de encontrar un oasis de paz y tranquilidad en medio de la tormenta emocional que me envolvía.

Aquel día estaba sentada en una de las rocas del acantilado.

La misma roca en la que ella se sentó miles de veces.

La misma roca en la que fuimos Lucie y Masry.

Resguardé mis manos en los bolsillos de mi chaleco marrón de pescador, el que llevaba puesto cuando la conocí, y hundí mi nariz en la bufanda de colores que me había tejido la abuela no hacía mucho.

En aquellos momentos me sentí la Masry que solía ser de pequeña.

Pero no podía pensar en la niña que fui sin evitar que Lucie a pareciese en mi cabeza.

✅Aquella versión que nunca te contaron  Where stories live. Discover now