CAPÍTULO XIX

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Los meses siguientes a la noche de Lucie en el hospital fueron silenciosos.

Raros.

Fueron grises.

El color gris, a simple vista, podía parecer simple y apagado, pero en realidad era un tono complejo que encerraba una amplia gama de significados y emociones.

El gris se encontraba en el punto intermedio entre el blanco y el negro, lo que lo hacía un color de transición y equilibrio entre la luz y la oscuridad.

En términos psicológicos, el gris se asociaba con la neutralidad, la indecisión y la falta de emoción.

Era un color que transmitía seriedad, formalidad y sobriedad, pero también podía ser percibido como frío, monótono y aburrido.


El gris podía estar relacionado con sentimientos de tristeza, melancolía y desesperanza.

Era un color que evocaba la soledad, la nostalgia y la resignación.

En la literatura y el arte, el gris solía asociarse con la muerte, la enfermedad y la decadencia, siendo utilizado para representar ambientes lúgubres y sombríos.

En la naturaleza, el gris se encontraba en paisajes desolados y en días nublados y fríos, evocando una sensación de desolación y quietud.

Era un color que representana la ambigüedad y la ambivalencia, donde las cosas no eran ni blancas ni negras, sino que se encontraban en una zona intermedia de incertidumbre y confusión.

Para mi, el color gris era mucho más que un simple tono neutro, era un color profundo y ambiguo.

Para mi, el gris era Lucie.

Lucie y yo nos volvimos a hacer cercanas, pero ya no de la misma forma.

Era como si tuviésemos un cristal de por medio y nos comunicasemos a través del vaho.

Me fijé más en sus moratones.

En sus ojos tristes.

Es sus ojeras.

En sus pocas palabras.

Y me di cuenta que era como si Lucie se fuese muriendo con lentitud.

Como cuando no riegas una planta y se marchita.

Lo mismo que le pasaba a Lucie.

Aquel día estabamos en el acantilado.

Yo sacaba fotos a como los colores del atardecer se reflejaban en el agua y Lucie se encontraba sentada en una de las rocas lejos de mi mientras escribía en aquel cuaderno.

La brisa hacia que algunos mechones de su pelo se balanceasen hacia atrás.

Estaba preciosa.

Aquel día estaba preciosa.

Me giré un poco sobre mis talones y enfoqué la mira en su rostro.

Clic.

Capté el momento.

El momento justo, días antes de que lloviesen los cuchillos y nos clavasen dos, exactamente en el mismo lugar a ambas.

En el corazón.

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