CAPÍTULO XX

28 15 30
                                    

MASRY

Llovía.

Llovía con fuerza.

Y si me preguntasen qué fue lo primero que recuerdo de aquel día, diría, sin dudar, que eran las gotas de agua golpeando con fuerza mi ventana.

Estaba tumbada en la cama escuchando " Someone to stay", de Vancouver Sleep Clinic.

Mi madre se había ido a cenar con ese "compañero de trabajo" del que tanto hablaba últimamente.

No quería pensar mucho en ello, porque entonces me venía el flechazo de dolor que preguntaba cómo mi madre había podido pasar de página tan rápido.

Cómo se había podido olvidar tan rápido de un hombre como mi padre.

Cerré los ojos, inspirando con fuerza y soltandolo con lentitud.

Había momentos en los que me sentía atrapada en una cárcel.

En los que no podía respirar bien.

Me costaba levantarme.

Me costaba mantenerme de pie.

Me costaba vivir.

Y no sabía porque me sentía así.

No sabía porque había empezado a odiar la vida y todo lo que está me acarreaba.

Y la única triste idea que tenía era el desaparecer.

Esfumarme por un tiempo y experimentar el hecho de no existir.

De no sentir.

Me dolía verme tan triste, sabiendo que me esforzaba todos los días por darlo todo y a veces no alcanzaba.

Estaba en un lugar donde trataba de vivir mi vida y, a la vez, escapar de ella.

Y, antes de que viese una sombra en la ventana, me pregunté :

¿A dónde va uno cuando no quiere estar en ninguna parte?

Me levanté de un salto de la cama en cuanto vi, de forma borrosa, la silueta de Lucie detrás de todo el vaho húmedo del cristal de mi ventana.

- ¿Lucie? - dije, confusa, mientras ella pasaba a mi habitación, dejando pequeños charcos de agua en el suelo por cada paso que daba con sus Converse.

No contestó.

Se paró en medio de mi habitación, abrazandose a si misma, y noté que tiritaba.

- Lucie.... Estás bien.

- No. No estoy bien.

Su voz estaba ronca.

Rota.

Me acerqué con lentitud hacia ella y puse mi mano sobre su hombro.

Tenía miedo de que le estuviese pasando algo.

Tenía miedo de encontrar un nuevo moratón en su piel.

Pero si también me preguntasen qué fue lo que más de asustó de aquel día, fue cuando se apartó con brusquedad de mi tacto.

Como si quemase.

Como si yo fuese fuego.

Como si yo la estuviese incendiando.

Y eso solo hizo que las cuerdas me apretasen más el cuello.

Lucie era complicada.

Se había vuelto demasiado complicada.

- ¿Qué te pasa?

No contestó.

Sus ojos estaban fijos en como la alfombra roja de pelo se empapaba de cada una de las gotas que resbalaban por su nariz.

- ¿Hay algo que pueda hacer? - pregunté, porque daba igual lo que fuese o si no quería contarlo, prometí estar e iba a estar.

- No quiero sufrir más, Masry....

Tragué saliva con el corazón encogido.

Lucie estaba rota.

Y miraba sus pedazos rotos en el suelo mientras se desangraba.

Y eso me rompía a mi.

Porque sabía que intentar ser fuerte dolía.

- ¿Sabías que Van Gogh usaba la tinta amarilla porque la consideraba un color alegre y creía que estaba feliz de hacerlo?

Fruncí el ceño y me alejé dos pasos hacia atrás.

- La tinta tenía plomo - continuó, sus ojos clavados en la alfombra. Las gotas golpeando el cristal. Su piel de gallina. Su ropa y pelo empapados. - El plomo en el sistema nervioso provoca depresión. Van Gogh usaba tinta amarilla creyendo que lo haría feliz, pero no.

Negué con la cabeza, pasmada.

- Lucie, ¿qué....?

Se dio la vuelta, con los brazos a los costados y las manos cerradas en un puño.

Y clavó sus ojos en los míos por primera vez desde que había entrado por esa ventana.

- Tú eres mi tinta amarilla, Masry.

Fue como si me hubiese golpeado.

Como si me hubiese dado una patada en el estómago.

Como si me hubiese clavado un cuchillo en el pecho.

Como si me hubiese enroscado una cuerda al cuello y hubiese apretado hasta dejarme sin aire.

Aquella noche sentí que me moría.

Tanto así que noté que mi corazón se ralentizaba.

- Eso es cruel, Lucie - solté a media voz mientras me alejaba de ella.

Porque en aquellos momentos, era ella la que me quemaba.

- Lo es - afirmó, con los ojos llenos de lágrimas - Pero el dolor que me provoca sentirlo todos los malditos días al verte es peor.

No me podía estar pasando aquello.

No podía estar pasando realmente.

En mi mente, creía saber de lo que estaba hablando Lucie, pero no tenía ni idea.

- ¿Y porqué eres mi amiga? - gruñí, con lágrimas en los ojos - ¿Por qué te acercaste aquel día? ¿Por qué juraste que seríamos amigas para siempre? ¿Por qué te quedas? ¡Vete!

- ¡No puedo, joder! ¿No te das cuenta?

- ¡¿De qué?!

- ¡De que te necesito! - gritó entre sollozos.

Volví a negar con la cabeza.

No comprendía nada.

Al menos hasta que sucedió.

Hasta que estalló la tormenta.

Hasta que Lucie dio dos zancadas hacia mi, agarró mi rostro con aquellas manos qe tenían las uñas pintadas de amarillo y azul y juntó sus labios a los míos.

Todo se congeló.

El mundo.

El tiempo.

Mi corazón.

Mi respiración.

Y hasta que pasaron dieciséis años, no me di cuenta realmente de lo que era dejar de existir dentro de tu propio cuerpo.

Porque yo en aquel instante, no sentí nada.

Tan solo como el cuchillo se retorcía cada vez más profundo en mi corazón.

✅Aquella versión que nunca te contaron  Where stories live. Discover now