11 de Mayo

321 45 6
                                    


Y de pronto, siento como si me estuvieran arrebatando a Tom. Desde hace unos días no sé de él... y el último mensaje que me mandó me dejó preocupado y nervioso.

Al parecer, esa chica que nos siguió hasta la playa lo ha estado siguiendo. Es una de esas tantas acosadoras que abundan en el mundo. Por lo menos, no es peligrosa... o no lo ha sido hasta ahora, pero nos está arrebatando tiempo precioso.

— Debiste verlo ayer —me decía Andy. Había salido temprano de la escuela y dado que aún no regreso al cien al trabajo, pasaba tiempo conmigo en el café al que acostumbro ir—. Ayer ni siquiera salió del departamento por miedo de encontrársela —echó a reír, tomando un sorbo de su malteada—. ¡Tom le tiene miedo a una chica!
— ¿Tú no lo tendrías? —le pregunté en una media sonrisa, jugando con la taza entre mis manos— Es decir... es molesto ser seguido todo el día por alguien.
— Es una chica, Bill. Lo más que te puede hacer es... no sé; abrazarte y robarte besos.
— Es una acosadora —repuse un poco molesto al imaginarme a Tom siendo besado por esa chica—. Viola la intimidad de Tom.
— ¿Estás celoso? —preguntó enarcando una ceja— ¿Te dan celos que lo vaya a tocar?
— N-no —tartamudeé nervioso, aferrando la taza—. ¿Cómo piensas eso? Si ni siquiera somos novios...
— Todavía no —completó, terminando su bebida—, pero pronto lo serán.
— ¿Por qué lo dices?
— Tom te ha comprado algo y piensa dártelo cuando te pida que seas su novio —dijo distraídamente, importándole poco... o eso parecía—. Es algo que te encantará.
— ¿Qué es? ¡Dime qué es! ¿Sí? Y... y prometo comprarte lo que quieras. —supliqué. No era justo que me picara la curiosidad y no me dijera que era.

Se echó a reír y negó.

— Ya no soy un niño de cinco años, Bill. No me puedes comprar con dulces o juguetes.
— ¿Entonces qué quieres? Te daré lo que sea si me dices qué me compró y cuándo vendrá a verme —dibujé un par de pucheros y él solamente sonrió de manera dulce, volviendo a negar—. Si no me vas a decir entonces no me siembres curiosidad. ¡Eres un malvado, Andrew!
— Igual me quieres.

Suspiré y, dibujando una gran sonrisa, asentí. A él no podía odiarlo o enojarme con él. Aunque no recordaba más que pequeñas cosas, me simpatizaba y lo quería demasiado. Casi como si se tratara de mi hermano menor.

Terminamos y fuimos a mi departamento para que me ayudara con unos arreglos en la cocina. Estábamos en problemas con la llave del agua, cuando sonó mi teléfono en la mesa de la sala. Dejé que se liara solo con la fuga incontrolable y corrí a contestar.

— ¡Tom, hola! —ni siquiera hizo falta que esperara a escuchar su voz.
— ¡Bill! Dios... no sabes que bien me hace escuchar tu voz...
— Y a mí —me sonrojé levemente, apegando el móvil a mi oído y saliendo al balcón—. ¿Cómo estás? Te he extrañado tanto estos días...
— Y yo a ti. He estado trabajando y escondiéndome de esa —suspiró—... me tiene un poco harto de que me siga por donde quiera.
— ¿Y por qué te sigue?
— Es una modelo que trabajó para nosotros en la última campaña publicitaria. Se encaprichó conmigo o algo así. No lo sé...
— Deberías hacer algo. Quizá si consigues una orden de restricción...
— Mientras no sea peligrosa, creo que no hay problema —casi pude sentir su media sonrisa al otro lado de la línea—. Ya quiero verte de nuevo...
— Y yo a ti. Ya casi no hablamos ni por teléfono o nos mensajeamos. —al decirlo, sentí una ligera punzada en el pecho.
— Lo sé... pero a partir de mañana, las cosas cambiarán.
— ¿En serio?
— Sí. ¿Tienes planes para mañana?
— Oh, no. Tengo toda la tarde libre —respondí emocionado—. Si quieres, podemos ir al parque o...
— Mejor paso por ti al trabajo —sonreí estúpidamente y di un par de saltos— y después quizá vayamos a pasear, ¿te parece?
— ¡Me fascina!

Le escuché reír dulce.

— Está bien. Mañana nos vemos. Te tengo una sorpresa y espero que te guste.
— Yo creo que me encantará. —afirmé... y después de estar hablando largo rato sobre todo un poco, nos despedimos.

Regresé a la cocina con una sonrisa enorme que se transformó en risa de burla y diversión al ver la fuga reparada y a Andrew escurriendo en medio de un pequeño lago.

— Sí, sí... muy gracioso. ¡¿Ahora cómo voy a la cita que tenía con Juliette?!
— Ponte algo de mi ropa —respondí entre risas—. No creo que te quede mal.

A regañadientes aceptó. Se dio una ducha y se cambió a prisa para irse.

Yo me quedé en la sala, con la idea de que mañana las cosas mejorarían. De que Tom regresaría a ser mío...


Diario de un Corazón RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora