17 de Noviembre

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Ayer no fui a trabajar... y tampoco fui hoy. Andreas me visitó por la mañana, para darme ánimos y decirme que estaba bien, que podría ausentarme lo que fuera hasta que me recuperara del todo.

— ¿Sabes qué es lo peor? —pregunté sin verlo, siempre arrinconado en el sofá— Sufrir más por no recordar nada. ¿No es tonto eso? —sonreí nervioso, burlándome de mí mismo—. Eso me tortura más que saberlo todo, porque me imagino miles de cosas que me hizo y que tal vez nunca pasaron... eso y no tener a Tom conmigo... —suspiré.
— Si yo estuviera en tu lugar, lo dejaría —respondió serio—. No creo que valga la pena alguien que no pueda estar contigo en momentos como ésto.

Agaché la cabeza, ocultando mi rostro entre algunos mechones de cabello. Irónicamente, ese mismo consejo que había dado a un par de chicas ahora me lo aplicaban a mi. Ese consejo que jamás he podido seguir... No pude seguirlo cuando me liaba en relaciones sin futuro, donde siempre salía herido, engañado... humillado. Pero, ahora menos podía aplicarlo, porque Tom no era igual a los demás. Si se había ido tendría sus razones, ¿cierto?
... Pero... eso no significaba que yo las entendiera del todo. Una parte de mí me pedía que tuviera paciencia; esa parte que siempre conprende el por qué lo hace incluso antes de que me lo diga. La otra empezaba a desesperarse. Quería tenerlo aquí, a mi lado. Tenerlo simplemente para mi...

Andy se fue pasadas unas horas, dejándome solo después de decirme una vez más que no me preocupara. De todos modos, hasta Ria había faltado al trabajo desde el día que salí del hospital por problemas personales.

Suspiré varias veces y cuando me cansé de estar sentado, me levanté y caminé directo al balcón, marcando el número de Tom por quinta vez... nada. 

¿Por qué, Tom? Te necesito...

Aferré el móvil contra mi pecho, quedándome hasta el anochecer viendo el horizonte, teniendo una pequeña esperanza de que en cualquier momento me devolvería las llamadas.

Esperé y esperé... hasta que el sueño me venció y quedé dormido afuera, encogido contra la baranda del balcón; sosteniendo entre mis manos el teléfono.

Diario de un Corazón RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora