27 de Abril

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¡Me dieron de alta! ¡Por fin puedo salir del hospital y regresar a la comodidad de mi departamento en el centro! Oh, por Dios... ¡es tan genial!

Anis y su esposa, junto con Georg y Gustav, han venido a recogerme. Me hubiera gustado que Tom me llevara, pero está tan cansado... no sería justo pedirle que me llevara él. No quiero seguir aprovechándome de su buen corazón. Está también ese otro chico, que se fue apenas entramos al departamento... Andy, que nos acompañó después de convencer a Tom que fuera a descansar al pequeño departamento que comparten. Creo que son amigos... o primos, no sé.

Andy.

Andy es... lindo y simpático. Me agrada. Recuerdo muy poco de él. Recuerdo que salíamos a pasear por el parque y sus platillos favoritos... nada más, pero me es agradable. Siempre saca temas de conversación interesantes y me hace sonreír; es maduro a pesar de ser más chico que yo, aunque también tiene momentos en que hace desplantes de niño pequeño... como yo. Dice que me visitará a menudo y me contará anécdotas de lo que vivimos juntos para hacerme recordar las cosas poco a poco.

Al llegar a mi departamento, lo primero que hice fue tirarme en la cama, ante las risas leves de los demás. Creo... estoy casi seguro que les causa gracia la manera en la que me comporto.

— ¡El gran Bill ha regresado! —exclamó Georg dejándose caer suavemente sobre mí— Bueno, la gran parte de él regresó. —rió y alborotó mi cabello, ignorando la voz de Gustav que lepedía me dejara en paz.
— Tienes qué cuidarte, ¿de acuerdo? —Anis se sentó a mi lado, esperando que su esposa (que por cierto, me agrada demasiado. Creo que ya la quiero) regresara con unas bebidas— No quiero tener que regresar a verte al hospital.
— Me cuidaré, lo prometo.
— Tienes qué hacerlo. No te imaginas lo mucho que Anis se preocupó por ti —dijo Sasha, su esposa, entrando con un par de sodas y un vaso de agua para mí—. Todo el tiempo que estuvo lejos del trabajo, se la pasaba a tu lado.
— Perdona entonces —le miré, apenado—. Te quité tiempo precioso con él...
— No importa —sonrió, sentándose sobre su regazo—. Contigo es con la única persona con la que me permito compartirlo. —bromeó, dejando un beso corto en sus labios.

Toda la tarde nos la pasamos platicando de varias cosas, hasta que se retiraron, dejándome solo. Me quedé recostado bocarriba, observando el techo de manera distraída; llenando mis pulmones del vacío tranquilizador que me rodeaba. Era... como si de pronto me hubiesen extraído del mundo en el que estaba viviendo y me hubieran puesto en uno totalmente diferente para empezar de nuevo; uno donde habían quitado todas las piedras que me habían hecho tropezar en el pasado para que no volviera a caer.

Estaba quedándome dormido, cuando escuché que alguien tocaba a la puerta. Suspiré y me levanté a abrir. Cuando vi a Tom parado ahí afuera, sosteniendo una sonrisa dulce en el rostro, no pude evitar sonreír tontamente... y apenarme en seguida al darme cuenta de lo bien presentable que él estaba y yo, echo todo un asco.

— Me alegro que ya estés fuera del hospital —no le respondí. Solo atiné a tontear más con mi sonrisa y bajar por unos segundos la mirada—. ¿Estás muy ocupado?
— ¿Qué? No. Para nada. De hecho me estaba quedando dormido.
— ¿Entonces me aceptarías un café?

¿Era una salida? ¿A caso era una... cita? ¡Claro que la aceptaría!

— Claro. ¿Quieres pasar? —propuse nervioso, sintiendo que el rostro me ardía y que mis manos temblaban al cerrar la puerta— Espera a que me arregle un poco y nos vamos, ¿sí?
— Más hermoso que ahora no puedes estar. —murmuró... haciéndome sonrojar al máximo.

Me arreglé lo mejor que pude; me maquillé como acostumbraba hacerlo y, tomando mi bolso, salimos al café que está en la esquina del edificio.

Todo estaba tal y como lo recordaba... excepto el color. Ahora las paredes tenían murales coloridos... y entre ellos estaba un retrato mío, lo que me hizo sonreír emocionado. La encargada me dijo que era "porque me extrañaban y apreciaban demasiado; porque les enorgullecía lo que había logrado y les parecía justo tener un mural con mi rostro."

Nos sentamos en una de las mesas en el pequeño jardín de la parte trasera. Platicamos de todo un poco, como viejos amigos. Compartimos un par de postres y el café... algunas historias cómicas y alegres... y miradas tontas y cómplices.

Fue una tarde maravillosa que no quería terminara nunca.

Le dejé que me llenara de cumplidos y me sonrojara; que me intimidara con su hermosa mirada y su sonrisa encantadora... y que me llevara de regreso a casa, con la promesa que mañana me invitaría a desayunar y me llevaría a donde quisiera.

Espero que no sea un sueño. Y si lo es, no quiero despertar nunca.

Diario de un Corazón RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora