31 de Enero

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Hoy regresé al trabajo. Eso es bueno, ¿no? Yo supongo que sí.

No he llorado. Sorprendentemente, en todos éstos días, no lo he hecho. Creo que debe ser porque no tengo las lágrimas suficientes para derramar... o tal vez ya veía venir éste final y me resigné inconscientemente.

Todos en el trabajo me ven normal; incluso me dicen que regresé con mejor ánimo, con mejor sonrisa y con un aire mucho más ligero. Yo siento que sólo es la fachada. Por dentro no siento nada. Absolutamente nada. ¿Por qué? ¿Es normal? Porque con mis relaciones pasadas nunca me sentí de esa forma.

La sonrisa sigue apareciendo en mi rostro, con lo que hasta Gustav piensa que lo de Tom ya lo tengo superado. Incluso Georg... incluso Andy, mi fotógrafo y amigo. Todos, menos Ria. Ella me insiste en que le cuente las cosas; en que sabe que no estoy bien... y yo siempre me niego, diciéndole que lo estaré.

He tenido ganas de llamarle; de pedirle que regrese para hablar por última vez... pero, a último momento, jamás reúno el valor suficiente y nunca le llamó ni le escribo... ni le menciono si quiera. Hasta mis labios tiemblan si tan sólo pienso en mencionarle. ¿Es normal? Como nunca me había pasado nada de ésto, no lo sé... y eso me da un poco de miedo.

— ¿Aún trabajas hasta tarde? —la voz de Anis me sobresaltó un poco al tomarme por sorpresa después de salir del trabajo, a eso de las siete de la tarde— Si no te tomas descansos a cada tanto, terminarás de nuevo en el hospital, como cuando niño y te estresabas demasiado.
— Tal vez tome tu consejo —sonreí, dándome la vuelta para verlo de frente—. Tal vez tengas razón y estoy trabajando demasiado.
— No es que tal vez la tenga; la tengo, que es diferente —me rodeó con un brazo y me guió hasta el departamento que ocupaba desde hacía algunos días—. Puedes sonreírme todo lo que quieras, pero yo sé que no estas bien.
— Pero que dices —reí leve, como si hubiese dicho alguna broma—... si sonrío es porque estoy bien.
— El que sonríe no siempre es feliz, ¿no sabías? —me dejó entrar primero e invitó a sentarme en los pequeños sillones que componían la sala— Los suicidas y los depresivos también sonríen y no es precisamente porque sean felices.
— ¿Me llamaste depresivo-suicida?
— Tal vez suicida no... pero lo otro...
— Si es por lo de —antes de poder mencionarlo, apreté los labios, bajando despacio la mirada y sonriendo de inmediato, como para ocultar el miedo que me causaba "ésto"—... si es por "él", no te preocupes. No pasa nada.
— Mentira —sentenció con esa voz grave y severa que hacía años no le escuchaba—. Te duele, ¿verdad?
— No —suspiré—. No siento nada. Eso es lo que pasa. Sólo miedo... porque no sé qué diablos pasa conmigo.

Se quedó callado, con la vista clavada en mí y con el cuerpo hacia delante.

— Más le vale que regrese para que hablen... o de lo contrario, iré yo mismo a buscarlo y lo traeré a rastras. No puede dejarte así como así.
— Déjalo —sonreí de nuevo—. Si no quiere volver, que no vuelva.

Pasamos el resto de la noche así, platicando, hasta que el sueño lo ha vencido. Yo, como no quiero caminar a horas de la madrugada, me quedaré a dormir en su departamento, tratando de tener mi primer sueño tranquilo en días desde que mi relación terminó.

Diario de un Corazón RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora