29 de Octubre

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Se supone que los días libres son para relajarse, ¿cierto? Salir y divertirse; quedarse en casa tirado frente al televisor comiendo una deliciosa pizza o jugar con tus mascotas... se supone.

Hoy es mi día libre, y me la he pasado en el balcón, fumando como chimenea; perdiendo la vista en ningún punto específico y suspirando cada cinco minutos; sacudiendo enérgicamente la cabeza cada que la imagen de Tom aparece frente a mis ojos.

A un lado tengo todas esas cartas que algún día me escrbió. Me torturo leyéndolas despacio, de manera que cada palabra termine de matarme, para terminar quemándolas y que el viento se lleve las cenizas.

La última fue la que más me dolió: hablaba de nuestros sueños, de nuestras vidas en común; de que siempre estaríamos juntos sin importar lo que pasara y algún día no muy lejano podríamos estar siempre juntos, sin que nada se interpusiera.

Suspiré al tiempo que algunas lagrimillas resbalaban por mi rostro mientras veía la manera en que el fuego se tragaba su letra y liberaba aquellos pensamientos al viento a manera de ceniza.

Me dejé caer al suelo, terminando el cigarro; haciéndome bolita contra la baranda, queriendo pensar en nada... en absolutamente nada.

De pronto, alguien tocó a la puerta. Me levanté desganado y, antes de abrir, pregunte quién era.

— Abre, William. Tenemos que hablar.

Era él. EraTom.

Cerré los ojos de manera cansada. El escucharlo, lejos de alegrarme, me dolió.

— No me llames así. Sabes que no me gusta mi nombre...
— ¿Quieres callarte y abrir la puerta para escucharme?

Suspiré pesadamente, quitando el seguro y abriendo despacio, dejando ver frente a mi un hermoso ramo de rosas rojas y, tras éste, su rostro con la mirada baja.

Clavé la mirada en él, tomando las flores al tiempo que me las ofrecía.

— ¿Qué es esto?
— Dime algo... ¿volverias a aceptar a este estúpido a tu lado? —sus ojos por fin se concentraron en los míos. Estaba tan... demacrado...
— ¿Hablas en serio?
— Perdona el haber actuado de esa manera. Yo... no sé qué fue lo que me pasó —me vio de manera seria, sincera—. Hubo alguien que me hizo comprender las cosas y... quiero que me perdones.
— Dios... es... ¿hablas en serio? Yo... ¡Claro que si! —no pude más. Me tiré a sus brazos sonriendo de manera tonta, llorando, esta vez, de felicidad.

Diario de un Corazón RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora