Diario de Paul XXXIV: ¡¡Sham!!

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Aeropuerto de Inverness, 2 de Noviembre

Estoy esperando un vuelo que me devuelva a Londres. Estos dos días en casa me han sentado muy bien y muy mal. Bien porque ha sido genial volver a casa y mal porque no quiero irme otra vez. Mis padres sabían que llegaba el viernes, pero les mentí diciendo que llegaría por la tarde. Si les hubiera dicho que me saltaba las clases por volver a casa no me habrían dejado venir, menos mal que tía Franny no pensaba como ellos. Así que aparecí en casa a las doce y media, después de pillarme un taxi desde el Aeropuerto hasta Carrbridge.

Mis padres aún no habían vuelto del curro cuando llegué. Subí corriendo a mi habitación. ¡Mi habitación! Mi cama, mis chicas en la pared, mis bufandas del Aberdeen, mis litronas de cervezas del mundo vacías, mi armario, mi escritorio, mis cosas. Seguían exactamente igual de cómo lo había dejado. Bueno, estaba más limpia y sin calcetines hechos un ovillo en el suelo en la esquina del armario. Abrí la ventana y me fasciné con el verde y con la silueta de los valles recortando el cielo. ¡Estaba en casa! No había un montón de bloques en frente, ni coches, solo una callecita y un prado, al fondo unas casas, cada una diferente. En casa. Mi casa. Y alguien curioso entró por la puerta.

—¡Sham! —exclamé—. ¿Qué pasa, pequeño? ¿Me echabas de menos? —le pregunté meloso a mi gato mientras lo acariciaba. Ronroneaba, restregando el lomo entre mis piernas, estaba contento de verme.

Escuché el coche de mi padre aparcar en la puerta y bajé corriendo, otra vez. Sham me seguía por las escaleras. Abrí la puerta y me quedé apoyado en el marco con los brazos cruzados y una sonrisa estúpida mientras miraba cómo salía del coche. Sham seguía restregándose entre mis piernas haciéndome cosquillas. Mi padre abrió los ojos de más y puso exactamente la misma cara que pongo cuando me sorprendo. Se echó a reír mientras se acercaba a mí. Tras él llegaba el coche de mi madre, como si tuvieran los minutos calculados. Bajó apresurada y radiante cuando me vio en la puerta.

—¡Mi niño! —dijo al cerrar la puerta mientras mi padre me daba un fuerte apretón de manos y una palmada en la espalda que terminó convirtiéndose en un abrazo—. ¡Quita, déjame a mí! —dijo ella apartándome de mi padre y dándome un fuerte abrazo y un montón de besos—. Pero ¿qué haces aquí? ¿Quién te ha traído? Si íbamos a buscarte luego.

—Un taxi. Se adelantó el vuelo.

—¡Vaya! Mira que es raro eso. Había oído hablar de vuelos que se retrasan, ¿pero que se adelantan? —dijo mi padre riéndose.

*

Comimos los tres juntos y me preguntaron por todo. Omití algunos detalles. Pero les dejé claro que prefería estar en casa. Mi madre sonreía todo el tiempo. Su gesto era el de alguien muy seguro de las decisiones que toma. Se leía en sus ademanes un «nos lo agradecerás».

Después de un rato disfrutando de mi casa y de mi gato fui a ver a Thomas, que tampoco me esperaba tan temprano, y se alegró tanto de verme que decidió dejar para más tarde todo lo que tenía por hacer. Fuimos juntos a dar una vuelta. No hacía buen tiempo, como siempre. Hablamos de cosas y me dijo que por la noche habían quedado todos en la taberna para verme. ¡Debuti, qué buen plan!

—¡Joder, macho! ¡Qué bien que hayas venido! —me dijo sonriéndome demasiado.

—¿Me echabas de menos, eh? —dije dándole un golpecito en el hombro.

—Pues sí —reveló sonrojándose un poco haciéndome reír—. ¿De qué te ríes? —preguntó después cuadrándose delante de mí con los puños delante de la cara como un boxeador en un ring.

—¡Oh cuidado! Thomas Balboa... —Reímos—. Yo también tenía ganas de verte —le dije pasando mi brazo por encima de sus hombros y continuando el camino a ninguna parte.

Parecemos Tontos...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora