Diario de Paul XXXI: ¿Eres tu propia enemiga?

3.2K 166 10
                                    

Domingo 29 de Septiembre.

Siento muchas cosas muy raras. Primero he sentido una completa desilusión al llegar a la cafetería y ver que Delia no estaba. Pasaba el tiempo y creía que llegaría más tarde pero no, no llegaba.

Para colmo Aaron estaba poniéndome nervioso porque no paraba de moverse y lo he notado porque he empezado a morderme las uñas. Inexplicablemente, a veces, cuando algo me saca de quicio suele parecer que mi cabeza está en otra parte porque muestro una indiferencia total con el mundo a mi alrededor. El pasar de páginas de la revista de Dean empezaba a crisparme y le iba a gritar que parara cuando Joanne ha dicho que nos lo contaran. ¿El qué?

Se han mirado entre ellos. Pia se ha encogido de hombros y Aaron ha hecho una mueca de resignación. Pia es mucho más abierta y despreocupada que sus otros dos amigos. Aaron, sin embargo, protege demasiado a Delia, no sé por qué razón, y no creo que eso le haga ningún bien a la morena. Me parece que ya es excesiva esa manera que tiene de hacerse la víctima, como para que su amigo encima le refuerce esa estúpida idea. Por fin Pia ha empezado a contarnos la fantasmagórica historia de la tal Adira. La rubia rebelde. Yo, con ganas de enterarme de qué pasaba con ella, he escuchado con atención.

Delia conoce a esa chica desde pequeñas porque pasaron su infancia en el mismo barrio. Los padres de Adira son gente que curra mucho fuera de Inglaterra y Adira siempre ha estado con sus nannys. En la secundaria, sin embargo, empezó a viajar también con sus padres. Vivió un año en Los Ángeles, un par en Bogotá y otro año en São Paulo mientras a su padre negociaba nuevos destinos para expandir su negocio de hoteles de lujo. El año pasado volvieron a encontrarse durante el verano, porque Adira vino a pasar los tres meses aquí. Delia estaba encantada de haber podido recuperar a su amiga, así que le dedicó mucho tiempo a pasarlo con ella. Sin embargo, la rubia no era ya la niña de once años que se marchaba a otro continente, aunque Delia no se dio cuenta hasta que fue demasiado tarde. Adira se había convertido en una chica muy temperamental y rebelde. Iban a los centros comerciales y tiendas del centro y siempre se llevaba dos o tres prendas metidas en el bolso. Delia al principio se asustaba, pero después no le parecía tan mal cuando Adira le regalaba alguno de sus hurtos y veían que no pasaba nunca nada. Otra de las aficiones de Adira era buscar fiestas que la mantuvieran toda la noche fuera de casa. Convencía a Delia para que les dijera a sus padres que iban a dormir en su casa, pero nunca dormían en casa. Tenía un truco infalible para escaparse por la ventana y unas ganas inagotables de pasar la noche fuera de after en after y juntándose con gente que Delia temía y detestaba. Su gran amiga de la infancia era una rebelde sin causa que cada día probaba una sustancia nueva que la transportaba a lugares que no estaban en la Tierra, lo que fue para Delia una enorme decepción. Según explicaba Pia, Delia nunca quería seguir los pasos de su amiga y sufría durante toda la noche deseando que llegara la hora de llevarla a rastras a su casa. Aunque Delia dijera que no quería salir, Adira siempre terminaba convenciéndola a base de súplicas. Todo lo agravó un chico, un tal Jez. A Delia le empezó a gustar mucho y les convencía para salir. Delia caía, una y otra vez. Una noche, él las invitó a una rave en un campo al sur de Sutton, bastante lejos de casa. Era una fiesta ilegal, con un montón de menores bebiendo alcohol en mitad de un almacén que parecía estar abandonado. Delia se proponía divertirse sin consumir nada raro, pero se encontró sola durante un buen rato y, agobiada, se puso a buscar a su amiga a la desesperada. Estaba a punto del colapso histérico cuando, en el exterior del almacén escuchó un murmullo y, un poco temerosa pero curiosa, miró tras unos arbustos. Su amiga y el chico que le gustaba estaban besándose. Delia no sabía qué hacer y de entre todas las cosas con las que su mente se debatía decidió hacer la más tonta. Por tro lado, algo muy típico de ella. Gritó a su amiga que la estaba buscando y que eso no se le hacía a quién se quiere. No me extrañó porque Delia ya me ha hecho vivir uno de sus prontos de sinceridad desmedida, como con lo de Emily. Su amiga se reía invitándola a compartir al chico y él sonreía asintiendo. «Somos amigas Delia, vamos, ven con nosotros». Delia no podía creer que una amiga hiciese eso. No sabía dónde meterse. Y cuando nada podía ir peor, llegó una patrulla de la policía. Se quedó quieta mirando cómo todos los jóvenes echaban a correr a todas partes; y ella se echó a llorar. Un policía la cogió del brazo y la arrastró hasta uno de los coches. Ella no decía una palabra, sólo estaba desesperada por encontrase en esa situación sin haberlo imaginado. No podía llamar a sus padres y mucho menos podría explicarles que salía con una panda de niños pijos de Kensington con ademanes de malotes de los suburbios. Terminó por llamar a Aaron, aterrorizada, esperando que no pasara nada más allá de aquello. Pero los padres de Delia se enteraron porque llegó una denuncia a casa por ser menor y estar en una fiesta ilegal. Delia se juró no volver a ver a Adira y sus padres se lo prohibieron. Pero no fue así. Días después, Adira arrepentida, volvió a hacerle creer que eran las mejores amigas del mundo. Sus planes se tranquilizaron, ya nunca hubo más escapadas nocturnas. Sus padres no tenían por qué enterarse de que aún se veían. Hasta que Adira volvió a meter cosas en su bolso cuando la dependienta de Gucci no miraba. Delia cabeceó disconforme, pero nunca pasaba nada, así que lo dejó pasar. Cuando Adira salía por la puerta, las alarmas empezaron a pitar. Delia se quedó muda y vio cómo las dependientas gritaban a su amiga. No sabía que hacer... no podía ayudarla más. La miró con reprobación y salió corriendo despavorida de la tienda. No supo más de ella.

Me quedé callado unos minutos, aunque algo me hacía suponer que Aaron esperaba que hubiese dicho algo. Que me hubiese puesto de parte de Delia, claro. Bueno, no me parecía del todo tan malo lo que contaban de Adira porque nunca se sabe con la gente. Tampoco me molaba Barry y ahora me cae más o menos bien. Además, puede que no actuara bien alguna vez, pero luego se arrepintió, ¿no? Delia, sin embargo, no se portó muy bien corriendo como una cobarde. No dije nada. Joanne hacía más preguntas, porque ella siempre hace preguntas. Dean me miró arqueando las cejas. No supe muy bien qué quería decir con ese gesto, aunque me parecía escéptico. Más o menos como debía ser el mío.

—¿Por qué estamos aquí hablando de Delia? —pregunté mirando a Pia. Mi gesto era serio, quizá mi tono sonó algo rudo porque abrió la boca, pero la volvió a cerrar sin saber qué contestar.

—Porque creemos que ha quedado con ella hoy —contestó Aaron por su amiga. Le miramos los demás—. Y no sé, a Pia y a mí nos da que a ti podría hacerte caso.

—A mí, ¿por qué? —pregunté sorprendido. No les creía. Delia tiene una capacidad innata para pasar de mi culo.

—No sé —pronunció Pia encogiéndose de hombros—. Tiene una gran facilidad para fiarse más de gente que conoce de poco que para aguantar la chapa de sus mejores amigos —soltó al final en un arrebato de sinceridad. Pusó los ojos en blanco e inspiró cansada—. Y sabemos que se fía de ti.

Me quedé pensativo. No podía ser. No podía ser que me hubiera tomado en serio cuando le dije Carpe Diem. Yo ni siquiera sabía qué plan tenía en mente. Había usado sus artimañanas misteriosas.

—Pues si eso que decís es cierto, entonces está con ella por mi culpa.

—¿Qué? —preguntó atónito Aaron.

—No digas eso, Paul —intervino Joanne poniendo un poco de calma en la situación. Aaron se destensó. Ella asintió mirándome, invitándome a que me explicara.

Les conté lo que hablamos por el Messenger. Les dije que nunca me comentó sus planes aunque insistí y que tampoco es mi estilo insistir más de la cuenta. Sobre todo cuando me ponen la cabeza como un puto bombo. Aaron y Pia se miraron y se dijeron cosas con la mirada. Cosas que no había que ser mentalista para poder entender. Dean, Joanne y yo hicimos lo mismo entre nosotros.

—Parece tonta, de verdad —sentenció Aaron después de un suspiro.

Menos mal que no soy yo el único que lo piensa.

Parecemos Tontos...Where stories live. Discover now