Diario de Paul XXVII: Necesito a mi amiga

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Londres, Martes 23 de Septiembre

Esta mañana me he despertado contentísimo. ¡Mucho! Estoy en un equipo, que es una de las mejores sensaciones del mundo, y tengo unos cuantos amigos en clase. Estoy haciéndome un huequito aquí.

Al llegar al colegio he estado con Dean en la cafetería y nos hemos cruzado a Emily cuando salíamos. Nos ha dado los buenos días. A los dos.

—Buenos días, Stonem. Buenos días, Dean.

—Yo soy Stonem, pero tú eres Dean, ¿eh, eh, Dean? —le he dicho de camino a clase a mi amigo moviendo las cejas y pronunciando bien clarito su nombre.

—¡Cállate, Paul!

—Sí, sí...

—¡Corta el rollo, tío!

Matemáticas ha sido un coñazo pero Joanne y yo nos hemos pasado un buen rato jugando a los barcos, o hundir la flota creo que lo llaman los ingleses. A veces cuando decía algo como A 9, X 6, B 7 yo decía agua y ella se refería a la solución del ejercicio, por lo que se reía durante un buen rato de mí. Yo le he sacado la lengua haciéndome el enfadado porque ya lo hacía aposta. Dean, desde su sitio me ha tirado un bolígrafo con una nota en el capuchón cuando el profesor escribía en la pizarra.

Stonem, vas a tener que hacerme un favor...

No le he contestado porque hemos cambiado de clase y he sacado todas las cosas de la siguiente asignatura. Cuando me iba a poner a escribirle, al rato de que la profe ya estuviera con sus rollazos sobre Sócrates, ha pasado algo raro. De pronto la puerta se ha abierto y ha entrado una chica rubia de pelo largo y ondulado. Llevaba el uniforme como quién está muy a disgusto de llevarlo y le había añadido muchos detalles de colores para que no pareciera el horrible uniforme de un colegio inglés. Me ha parecido curiosa, alguien como yo. Llevaba un papelito en la mano. La profesora de filosofía se ha quedado mirándola con una ceja levantada.

—¿Esta es la clase de Biología de la Señorita Casey? —ha dicho la chica rebelde sonriendo.

—No. Es la de al lado —ha dicho mi profesora.

—¡Ah! —ha dicho ella sin moverse del sitio para seguir perdiendo el tiempo.

Después se ha girado despacio a la clase y me ha mirado. A mí. Los dos hemos sonreído a la vez, como si fuese una película. Entonces ha ocurrido lo raro. Ha movido sus ojos hasta Delia y se ha quedado con la boca abierta. En ese momento Delia ha salido de alguna de sus ensoñaciones y ha levantado la vista hasta la chica. Se ha sorprendido mucho y se ha quedado mirándola con el ceño fruncido, extrañada.

—Disculpe —ha dicho mi profesora—. ¿Puede dejar de interrumpir en mi clase y marcharse a la suya? Bastante tarde llega ya.

Ella le ha guiñado un ojo a Delia y se ha marchado de la clase sonriendo sin decir una palabra más.

He preguntado a Delia, pero no me contestaba. Aaron le ha pasado una nota y no me ha dejado leerla. No sé qué ha pasado, en realidad. He estado toda la hora mirándola, a ver si se giraba y me decía algo, sin recibir respuesta hasta que me he cansado y me he puesto a hacer lo que nunca hago: atender en Filosofía.

Cuando ha acabado la clase y tocaba el descanso, Delia me ha agarrado de la mano y me ha sacado de clase casi en volandas. No sabía dónde íbamos. Le he preguntado, pero no me ha dicho nada. Me da rabia que hagan esas cosas conmigo. Si pregunto, me gusta que contesten. Sobre todo si pregunto cuarenta veces. Me he dejado llevar hasta el patio. Parecía contrariada y a mí, como siempre, me sale la vena de comportarme como un payaso.

—Ey, ¿dónde vamos? Como sigamos andando salimos del colegio y yo no quiero una falta grave si nos pillan escapándonos —he dicho riéndome. He tirado de su mano y he señalado con la cabeza un banco que he visto vacío. Me he sentado con tranquilidad. He cruzado los pies y he metido las manos en los bolsillos. No estaba dispuesto a ceder más sin información a cambio.

Parecemos Tontos...Where stories live. Discover now