Diario de Paul XXIV: Verdades

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—¿Qué no te espera nadie? —dijo extrañada—. Bueno me lo creeré, no sé porque confío en ti ciegamente. Y no creo que seas insensible, sólo que —dudó antes de seguir hablando, yo le hice un gesto con la cabeza para que continuara—, ¿te has enamorado alguna vez? Bueno, a ver eso suena muy cursi, creo.

Me reí cuando me preguntó aquello. Sonreí como un idiota intentando disimular que me daba vergüenza. Pero no por contarle algo así, sino por lo que pensaba de ella misma. De hecho se había despertado en mí como una especie de calor interno que me desaparecía en el estómago.

—Bueno, ya que confías en mí ciegamente intentaré confiar un poquito en ti, y contarte algo —dije aún con una sonrisa estúpida impresa en la cara—. ¿Sabes ese juego en el que tienes que besar a quien apunta el cuello de la botella después de girarla? Pues así de insensible fue mi primer beso, con una chica de un curso más que el mío que quiso hacer la gracia. No me preocupa que fuera así porque en ese momento me sentí un rey. Lástima que durara tan poco —reí—. Por eso aprendí que no hace falta sentir algo muy grande por alguien para besarle. Pero... —paré un poco, no estaba seguro de hablar de eso. Vinieron a mi mente los recuerdos con una sensación de añoranza cálida que se instalaba en mi pecho y que me sacó una sonrisa. Delia me apretó la mano con una amigable impaciencia y continué—, hay una chica, la prima de mi amigo Fred. Se llama Claire. Me gusta desde niño porque hemos ido siempre juntos a clase. Es la única chica, hasta ahora, a la que he perseguido para que me diera un beso. Somos muy amigos. Sólo soy su mejor amigo. —Sonreí y me alegré de que no pudiera ver mi gesto de resignación—. No le intereso para nada más allá de eso, a mi pesar. Así que, como ves, aprendí a besar sin haber sentimientos de por medio y también a disimular cuando los hay.

Cuando terminé de hablar no sé qué pasó por la cabeza de Delia, pero creo que se había vuelto a proponer ponerme nervioso. Noté su aliento en mi cuello y cerré los ojos porque de haberla mirado se me iba a ver mucho el plumero. ¿Qué iba a hacer? Sentí su nariz rozándome el cuello y poco a poco sus labios de una manera tan superficial que parecieron un espejismo. Está bien, me daba igual, jugaríamos. Pero yo quería llegar hasta el final. Noté que se separaba de mi cuello. Me giré para mirarla y sonreí, me acerqué a ella porque me habían entrado unas ganas irrefrenables de besarla. Ahora sí que sí.

—¡Delia! —dijo la voz de Pia—. ¡Uy! Eh... —titubeaba mirándonos como si de verdad estuviese arrepentida de haber salido así tan de golpe—. Es que nos íbamos a hacer una foto todas juntas, pero bueno, si no da igual.

—Bueno, vale —dijo Delia levantándose. Yo me quedé planchado.

Entraron otra vez al salón y yo me recosté aún más en la hamaca con la mano tapándome los ojos. ¡Qué inoportunas las de la dichosa foto! ¿Esto acababa de pasarme de verdad? No era una peli de Woody Allen, ¿no? Era la vida real. Iba a besar a la chica y se habían alineado los planetas para que le apeteciese más hacerse una estúpida foto. Mi suerte es comparable a alguien con todos los números de la lotería iguales a los premiados menos el último. Encima, tal y como estaba tumbado esperando, con el ruido de los cuatro grillos del matorral aún resonando, me estaba entrando mucho sueño.

Delia volvió andando despacio y se sentó en un borde de la hamaca. Yo estiré los pies. La miraba y sabía que no había manera de volver a ese momento. Era raro, no sabía cómo hacer para abrazarla de nuevo y besarla. Le brillaba un montón el pelo bajo la luz de la luna y no podía evitar pensar que tenía una belleza arrebatadora. Nos reímos y nos quedamos mirándonos unos segundos. Hasta que yo aparté la mirada, no sabía qué decir ni qué hacer. En realidad, forzar un beso no tenía ningún sentido allí y a la vista de todos, así que me levanté con una sonrisa, dándole una palmadita en la rodilla. Entré dentro y me acerqué a dónde los demás chicos y me puse a hablar con Dean de cualquier tema que no me recordara a ese momento tan absurdo y vergonzoso.

*

Todos se iban más allá de media noche, así que cogí mi cazadora yo también, pero Delia tiró de mi mano. Yo me extrañé y la miré confundido. Ella despedía a todos en la puerta.

—Me has dicho que pasarías el fin de semana conmigo —dijo. Yo seguía con cara de extrañado—. Quédate a dormir...

Me apareció una sonrisa enorme en la cara. Tendría que buscar una excusa para avisar a mi tía. Asentí a Delia. Saqué el móvil y le escribí que dormiría en casa de Dean. Le pedí disculpas varias veces prometiéndole que la próxima vez le avisaría antes. Aaron se despidió y me sobresalté un poco. Él se iba riendo de mi cara mientras le gritaba a Pia que le esperara. Sonreí y comprobé que era el último que salía por la puerta.

Delia se tiró al sofá. Yo cerré la puerta. La miré, sonreí y un impulso desenfrenado me llevó a tirarme encima de ella. Fue divetido. Los dos nos reíamos. Quería besarla. Sí, después de toda la noche aparcando la oportunidad una y otra vez, quería besarla. Le aparté el pelo de la cara y me acerqué hasta su boca, sin tardar mucho más. ¿Para qué alargarlo?


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