Aún esperábamos el regreso de Zúrich, debió haber vuelto hace algunas noches atrás, pero no teníamos idea de dónde podría estar justo ahora.

-Deben hacerme un chequeo, ¿nos vemos en la cena?

-Así sea, Su Alteza.

Incline mi cabeza por costumbre. Más de una vez me había dicho que no era necesario, pero simplemente no podía dejar de hacerlo. Ella sonrío y se fue sin mencionar nada más.

-Su Alteza, su hermana se encuentra aquí.

Tristemente un soldado tuvo que notificarme aquel suceso. Tomé una bocanada de aire y me giré para ver hacia dónde señalaba y seguirlo. No tenía más opción que seguirlo y recibir con una sonrisa falsa a mi hermana mayor.

La encontré en la sala de estar mirando por una de las ventanas de espalda a mí. Al girarse noté que usaba un vestido lo suficiente escotado como para ver el puente entre sus pechos. Un vestido que jamás usaría por cuenta  propia. En ella se veía bien, pero no dejaba pasar por alto la necesidad de siempre querer llamar la atención.

-Esmeralda.

-Mi pequeña hermana Luna.

Sonrío como si de verdad estuviera feliz de verme. Si no la conociera lo suficientemente bien creyera que estaría sonriendo en verdad, pero no lo era. Humedecí mis labios y caminé hasta un sofá y sentarme allí esperando que ella hiciera lo mismo. Lo hizo y cruzó sus piernas con una sonrisa que no lograba identificar.

-¿Qué haces aquí?

Rió y me miró completamente.

-¿No puedo visitar a mi hermanita?

Giré mis ojos y crucé mis brazos.

-Liah no está por si te lo preguntas.

Dejó salir un suspiro exasperado. Realmente no sabía que hacía aquí, pero suponía que era para ver a mi prometida como cualquiera princesa soltera y necesitada de atención. Justo como Esmeralda y Keyla.

-Por eso vine, quería hablar contigo.

Fruncí el ceño.

-¿Para qué?

-Sobre todo. Lo tuyo con ella.

Sonreí burlona.

-¿No tienes nada bueno qué hacer en casa? Digo, para interesarte tanto en mi relación con Liah.

Giró sus ojos y descruzó sus piernas. Solo era cuestión de unas cuantas palabras más para hacerla enojar y lograr echarla de aquí.

-Aún no entiendo qué vio en ti que en mí no.

Quise reír a carcajadas por lo ridícula que se veía, pero no quería recibir algún rasguño de sus uñas bien cuidadas.

-Deberías alegrarte de que esté en buenas manos, Esmeralda.

-Lo estaría si no hubieras robado la atención de la princesa que merecía.

Suspiré.

-Nunca ha sido mi culpa. Ha sido ella quien me escogió, no he hecho nada para merecerme tus tontos celos.

-¿Celos? ¿Yo tener celos de ti?

Soltó una carcajada. Sí, ella jamás aceptaba sus defectos. Era muy creída y para ella misma no tenía defectos.

-¿Entonces por qué estarías aquí?

-Vengo a advertirte de lo que pasará luego de que ustedes dos se casen.

No sabía de dónde estaba tomando tanta paciencia para seguir escuchando sus ridículas palabras, pero allí me encontraba en aquella pequeña sala de estar. No sabía si superaba a Keyla en ridiculeces, pero si se daban codo con codo.

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