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Antes de ser capturado, había escuchado muchos rumores de la Armada Roja. Entre ellos estaba uno en que se aseguraba eran distribuidores ilegales de distintos venenos, la mayoría naturales e indetectables en la víctima; recordaba haberse burlado de eso muchas veces en el pasado con sus ex-amigos, pero ahora que había comenzado a analizar las plantas del jardín botánico se daba cuenta de que no era tan descabellado como pensó.

Tenían desde plantas populares para adornar la cocina del hogar hasta las más exóticas de Latinoamérica, sin embargo, había una característica que las unía: su riesgo de envenenamiento. Había algunas que solo proveían de síntomas desagradables, al igual que otras con las que morir era fácil si llegaban a ser tocadas por error; por supuesto, las más venenosas estaban en los extremos y con algún tipo de restricción por si llegaba a haber niños en el área, pero era ésto lo que las evidenciaba más frente al británico.

De cualquier manera, tenía que tener cuidado durante sus sesiones de estudio. Su hija siempre lo acompañaba debido a que ella era el origen de la excusa que le había dado a Tord, pues le fascinaba el sauce que se encontraba en medio del jardín; suponía que lo que le impactaba era el tamaño del árbol, aunque también podría ser por la sombra que proveía. Por lo mismo siempre la dejaba disfrutar de 10 minutos debajo de él, tomándole una foto para poder comprobar que había estado ahí como requisito del nórdico.

—Nala, deja de moverte tanto. No puedo escribir.

Hoy estaba más hiperactiva de lo normal. Se había acostumbrado a la obediencia de la niña cuando le pedía algo, de ahí que le sorprendiera y molestase en cierta medida la repentina rebeldía de la bebé; no podía culparla de cualquier modo, parecía tener agrado por las plantas, seguramente deseaba explorarlas, tocarlas y hasta agarrarlas, arrancarles una hoja de ser posible.

—Nala, ya, es enserio. Deja de moverte.

Por más que esperaba a que su mano dejará de ser empujada por los pataleos de la pequeña, su paciencia se iba agotando con cada minuto que pasaba sin que ella lo obedeciera. Realmente tenía ganas de gritarlea ver si entendía, cosa que nunca hacía por su autocontrol; no estaba tan cerca del año aún, y reprenderla de manera tan dura no haría nada más que volverla insegura o distante.

Suspiró hondo antes de levantarse de la tierra, desentierrándose en su camino de vuelta al centro del terreno en dónde estaba aquel mastodonte de madera. Tras escuchar los chillidos emocionados de Tori fue que retiró el portabebés de su espalda, dejándola a un lado suyo mientras él revisaba la información recolectada en la pantalla de su visor; sacar su cuaderno sería más evidente, sin contar que nadie podría saber que estaba viendo de tal manera.

Había registrado diferentes tipos de flora que bien podrían ayudarle con su plan de suicidio, lastimosamente, todos se veían demasiado llamativos como para utilizarlos o esconderlos. Sería raro ver a alguien comiendo tallos y hojas desconocidos así como si nada, lo que levantaría sospechas acerca de sus intensiones o sanidad; también daría un aspecto raro tragar un tazón entero de pétalos, y más bien sería visto como una práctica extravagante así como peligrosa.

La tarea no era tan fácil como Maximilian se la había planteado. En este momento lo maldecía con sus nulas ganas de vivir, y no era capaz de evitar hacer notas mentales sobre lo estúpido que era; estaba frustrado, muchísimo, ya que le parecía increíble que hasta algo tan simple como quitarse la vida fuera así de difícil por su situación. De verdad deseaba volver atrás en el tiempo para obligar a su versión pasada a hacer lo que él no pudo por cobardía.

—¡Ba-ba-ba!

—Ahora no, niña. Estoy pensando.

—¡Ba-BA-Ba!

𝑰𝒏𝒄𝒖𝒃𝒂𝒅𝒐𝒓𝒂 𝟕𝑯𝟎𝑴𝟒𝟓.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora