♫ 𝐏𝐑𝐎́𝐋𝐎𝐆𝐎 ♫

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♫  𝐏𝐑𝐎́𝐋𝐎𝐆𝐎





























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Dicen que el amor lo inventó un niño de ojos vendados.

Yo me solía reír porque en cierta parte: un niño vino al mundo con intención de embellecerlo de una manera mejor que la de su madre, pero claro, ese niño ansiaba tanto embellecerlo como arruinarlo, de una manera peor a la de su padre.

Sus ojos no estaban vendados pero sí cegados, cegados por la discordia, por la tristeza, por la felicidad y por la ambición de ver como un ser viviente explotaba en alma para liberar todos esos sentimientos a los que había sido sometido a experimentar tras el nacimiento de ese niño ciego.

Yo había sido víctima de esa explosión.

No una, si no varias veces. ¿Por qué yo, el gran Apolo, tuve que ser débil ante el niño? ¿Por qué no pude haberme vendado los ojos en lugar de prestarle atención?

El hijo de mi hermano Ares era un crío, un crío que el propio Zeus temió en su nacimiento. Eros fue escondido por la misma Afrodita al nacer. Mi padre sabía todo lo que ese niño desencadenaría, un nuevo despertar en los seres vivientes que nos haría movernos. Pero ahora Eros era aceptado en el Olimpo con el juramento de que no excedería su poder.

Pobres de los que le creían.

Afrodita, con una sonrisa maquiavélica, me había señalado y mencionado que no tenía que temer como Zeus. El amor, el dominio de Eros, era algo totalmente desconocido tanto para mortales como para inmortales, pero eso no significaba que fuera terriblemente malo.

Yo tampoco debí haberle creído.

¿Cómo una mujer podía hacerme pasar de querer probar su virtud a querer conocer su persona más a fondo? ¿A probar sus labios con otra clase de intención? ¿A querer protegerla con toda la ternura del mundo?

Lo consulté con mi hermana Artemisa, ella pareció asqueada en cuanto se lo comenté. Imaginé que no sentía lo mismo hacia los hombres, por suerte.

Me encontraba en los jardines del Olimpo, dando un paseo antes de tener que atender asuntos olímpicos en la sala de tronos; odiaba a mi familia, exceptuando a mi gemela, Hermes y alguno más. Pasar tiempo con ellos me irritadaba, solo eran discusiones y desacuerdos, para terminar haciendo lo que Zeus dictaba.

Tras el nacimiento de Eros, Zeus había decidido separar a los mortales de su propio cuerpo: en lugar de tener cuatro brazos, dos cabezas y cuatro piernas, ahora se asemejaban a nosotros los dioses. Era curioso que después de que ese pequeño dios fuera aceptado en el Olimpo, los mortales quisieron partir en busca de sus antiguas mitades pero con sentimientos poderosos como el amor.

Apollo's Heart | Apolo ²Where stories live. Discover now