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Capítulo veinticinco

Warren

Ya tendría que dejar de preguntarme a mi mismo como ella siempre me encontraba. Como terminaba en mi casa o en donde quiera que yo estuviera. Podría estar pedido y ella me encontraría.

Siempre era una sorpresa. Ella estaba llena de sorpresas.

Pude ver como su expresión pasaba de la incredulidad a la preocupación cuando sus ojos se detuvieron y me escanearon lentamente. Su ceño de frunció, al notar detenidamente en golpe en mi rostro; sus labios se apretaron, sus ojos se preocuparon.

Yo me sentí mal. Por ella, porque me estuviese viendo de esta manera.

Hunter se acercó, indecisa. Y cuando estuvo cerca de mi no pude evitarlo. Dejé caer mi cabeza en su hombro.

—Estoy cansado —murmuré en su cuello—. Solo quiero dormir.

Ella tomó mi rostro entre sus manos. No dijo nada, sus cara lo decía todo. No encontraba cómo ayudarme.

Su atención se desvió a mis manos y las sostuvo.

—Vamos —dijo guiándome fuera de la yerba alta. Justo donde empezaba la arena. Ella se sentó y se palmeó el regazo. Un intento de sonrisa se dibujó en mi cara. Recosté mi cabeza en sus piernas y sentí sus dedos en mi pelo.

Sentía como mis dos párpados se hacían más pesados. En algún momento bostecé. Hunter estaba hablando pero yo no la escuchaba. Sentía como lentamente el sueño me ganaba.

Y era raro, porque me gusta estar solo, pero no me gusta dormir solo. Por alguna razón todo es mejor cuando ella está aquí.

—Odio mi cumpleaños —murmure con los ojos cerrados, ella no dijo nada y yo volví a hablar—: Es como un recuerdo perpetuo de que estoy solo. Es saber que no hay nadie a quien le importe. Es... —hice una pausa—, triste. Los cumpleaños son tristes cuando no tienes quien te abrace.

Hunter

Se quedó dormido por un largo rato mientras yo contemplaba el cielo tornarse de colores anaranjados, y al sol descender. El sonido de las olas era calmado al igual que la respiración de Warren. Sus palabras se repetían en mi cabeza.

"Los cumpleaños son tristes"

No sabía que responder a ello, no recordaba mis últimos cumpleaños. Y los que recordaba eran lejanos. Muy lejanos. Eran recuerdos vagos.

Cuando se despertó caminamos en silencio hasta su casa y entonces ahí volvió a quedarse dormido, esta vez en su cama.

Yo me tomé el tiempo de recoger las cosas que había tiradas por toda la sala. Hasta que mis ojos se detuvieron en su estantería. Había muchas cosas allí, había dibujos, partituras, cositas coleccionables, libros, una plantita de plástico.

Las comisuras de mi boca se elevaron levemente. Su casa era tan él, tenía su esencia y su olor. Todo aquí, hasta la basura, reflejaba su personalidad. La pared de ladrillos, los muebles grises, los cuadros de autos y guitarras, los distintos autores que leía.

Me dejé caer en el sofá, mirando la pequeña estancia que me rodeaba. Cada adorno, cada cosa banal que definía a las personas por sus gustos. Qué los hacía únicos. No sé por cuánto tiempo permanecí así, con la mirada perdida en la lámpara de pie. Parpadeé, volviendo a la realidad y entonces vi aquello que parecía no encajar en este lugar.

No me olvides © [Borrador] Where stories live. Discover now