Una de sus manos acarició mi pecho por encima de la tela de vestido, mientras que dejaba besos por mi cuello. En la piel de mi hombro chupó dura sobre esta y supe que ahí habría una marca. No me quedé quieta tampoco, me moví a su ritmo, lo arañé, lo herí sin querer. Gemía como desesperada. Porque lo había extrañado. Era crudo y rudo. Pero me encantaba.

Mordí sobre su pezón y gruñó sonoro. Pero eso no detuvo esta guerra de voluntades que ambos teníamos. Esta noche era el encuentro de dos personas que tenían tiempo sin tocarse. Sin pertenecerse. Había algo casi agresivo en nosotros dos.

Subí mis piernas a su cadera y lo apreté, él por su parte acarició mi nudo de nervios que logró que me humedeciera más su era posible. Sus embestidas se hicieron rápidas y duras. Dolor y placer al mismo tiempo.

Lo sentí tensarse y yo estaba cerca, exploté en un grito y sentí cuando él me llenó de su liberación y mi nombre siendo susurrado de sus labios.

Dejé que las lágrimas escaparan de mis ojos en silencio.

Esto, esto ni siquiera podía decir que había sido.

Habíamos tenido sexo de distintas maneras, en diferentes posiciones, lento o rápido, pero nunca un encuentro fue de esta forma. Yo no podía explicar por qué lloraba, pero no tenía manera de exteriorizar lo que vivimos.

Su cabeza estaba escondida en mi cuello y no podía ver mi llanto. Yo solo acariciaba su larga cabellera, tratando de acompasar mi respiración mientras que todavía estaba enterrado profundamente en mí.

—¿Por qué estás tan callada?

—Estoy cansada —eso sonó casi normal, no quería hablar nada. Estaba extraña luego de ese momento—. ¿Por qué hablas? Si tu eres siempre una tumba.

Su risa, su maldita risa por poco no me hizo flan. —Para alguien que se acaba de correr dos veces pensé que estarías más amable.

Me desvié.

—Muy gracioso —quería esconderme en una cueva y a la vez no quería dejar este sofá. Así de loca estaba—. Creo que debería irme a casa.

Me miró sin comprender. —¿Cómo?

—Irme a casa —dije sin emoción—. Aún estamos tanteando esto. No es como si todos nuestros problemas se hubieran arreglado con una sesión de sexo.

—No, por supuesto que no. En el momento en que cruzaste esa puerta ya habías tomado una decisión —sí, sin embargo no había contado que dicha sesión me dejara con un montón de contradicciones y con el mayor miedo que tenía. El de enamorarme de él —. Very, de aquí no vas a salir.

—¿Piensas secuestrarme? —pregunté de manera retadora. Tenía que mantenerme lo más normal posible y que no sospechara de mi cambio. Yo estaba aterrada. Al borde de correr tras mi cola como un perro.

—Lo que sea necesario para recuperarte.

Sí, debería erigir las banderas rojas ante su declaración, y no es porqué esté mal, es que yo estoy cayendo a lo grande por él. Yo debía cuidarme, protegerme. Nadie me cuidaría del gran corazón roto que tendría cuando se cansara de mí.

Pero no quería dejarlo ir.

Mi teléfono comenzó a sonar en la distancia rompiendo el silencio que se había formado posterior a sus palabras. —Muévete —dije.

—Hazlo tú —el solo roce hizo que me humedeciera más—. No quiero salir nunca de tu sexo.

Yo tampoco quería, se sentía tan jodidamente bien.

—Gabriel, por favor.

Me dio un beso lento y profundo y luego poco a poco fue saliendo de mi intimidad. Su toma había sido tan cruda que todavía se sentía como si lo tuviera allí.

Malas EnseñanzasWhere stories live. Discover now