Capítulo 54

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Capitulo 54| Entre la espada y la pared.

La boca de Gabriel cubría la mía en ávidos besos y yo me sentía morir cada vez que él tocaba cierto punto erógeno que yo ni siquiera sabía que tenía. Nunca entendería la manera en que él me leía. Me hacía preguntarme si era algo que compartía conmigo nada más o si era un rasgo suyo donde tenía que ser demasiado bueno con todas las mujeres que llevaba a la cama.

Eso último no me gustaba demasiado.

Sin embargo, en este momento no le di mucha cabida a ello en mi cabeza, solo me entregué a sus labios y lo acerqué más a mi cuerpo esperando tal vez fundirme con él en una sola persona. Que no hubiese ninguna separación luego de estos días sin estar de esta manera.

Me alzó en brazos y me recostó contra la pared, solo el roce de su pantalón contra mi intimidad me hizo gimotear y él lo tomó todo. No me alejó, pero tampoco fue que me dio lo que quería. Estaba dándome placer y castigándome al mismo tiempo.

Y maldita sea, odiaba que eso me excitara tanto.

Intenté bajar mi mano hasta su sexo, pero él la tomó y la llevó por encima de mi cabeza en esa manera dominante de siempre, mis pechos daban contra el suyo y cada roce de la tela de mi sujetador era casi dolorosa de una manera placentera. La química que yo tenía con Gabriel era algo que jamás había vivido y me costaba mucho pensar que podría no tenerla de nuevo en mi existencia.

Me alzó en brazos y me llevó hasta el sofá. Ahí me acostó boca arriba, nuestras miradas encontrándose en esa batalla silenciosa, y en una posición similar a la que tuvimos cuando lo hicimos por primera vez en su consultorio.

—No creo poder aguantar demasiado —dijo alzando mi vestido y bajando mis bragas rápidamente.

—Hazlo, te necesito —pedí.

Nunca di por hecho el sexo hasta que conocí a este hombre. Era una experiencia extrasensorial. Casi ecléctica. Todo lo que yo creía, mis dogmas y mis ideales pasaron a un segundo plano. Él me mostraba cosas que nunca nadie había hecho.

—Espera, tengo que buscar un preservativo.

Negué. —Estoy en control con la inyección. Nunca he perdido una dosis.

Acababa de darle la prueba más grande de mi confianza. Nunca lo he hecho sin condón. Jamás.

—Pero, Very ...—lo callé tomando el cierre y botón de su pantalón y los bajé—. Joder, me vas a matar.

—Tómame, Gabriel. Yo estoy limpia.

—Yo también.

—Entonces, hazlo.

Y embistió en mí de una sola estocada.

Ambos nos quedamos en silencio al sentirnos, sus ojos no se desplegaron de los míos. Nuestras miradas estaban fijas en el otro de una forma de comunicación que no necesitaba palabras.

—Maldita sea, Very. Me has jodido.

Tal vez se debía a que yo no estaba al cien por ciento de mi capacidad cerebral, pero no entendía. —¿Qué?

—Me has jodido, porque tenerte así, sin la barrera del látex es cielo e infierno. Nunca nada ha sido igual. —salió y volvió a entrar—. Dios. Te sientes increíble.

No tuve respuesta para ello.

Él comenzó a besarme, mientras tomaba mi cuerpo a su antojo. La fricción era demasiada, sentía cada centímetro de su miembro y la diferencia de tenerlo sin nada era mucha. Era como estar más cerca, no por esos pocos milímetros, sino por el componente emocional. Era una prueba hacerlo así.

Malas EnseñanzasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora