Capítulo 2

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Capítulo 2:

Ser residente es igual a ser un militar, portas un uniforme y recibes órdenes de un superior


Día dos de residencia médica y mi alarma comenzó a sonar a las cinco de la mañana. Ni siquiera había dormido lo suficiente y ya había empezado un nuevo día que estaba segura que iba a ser peor que el anterior.

De verdad que, si creí que el trayecto antes de graduarme era espantoso, esto es otro nivel de sufrimiento. De dolor e impotencia.

Nada de lo que hice ayer estuvo bien. A mi tutor nada le gusta, ni le parece, todo le incomoda, todo lo enerva, ahí estaba yo tratando de lograr que me dijera que hice algo bien.

Cuya cosa, no ocurrió.

Así que la noche anterior luego de comer y darme una ducha me volví una loca leyendo mi Harrison. Solo sé que lo empecé, pero de una forma me quedé dormida hace como unas dos horas y aquí estaba. Otra vez lista para la masacre. Pero no, no lista para ganar, sino para que me asesinen a la primera hora.

Me levanté de la cama a duras penas, estaba ansiosa y seguramente no me pasaba bocado el día de hoy, pero me obligué a comer. Me di una ducha y luego preparé almuerzo para tratar de ingerirlo más tarde. Me sentía bastante cansada, pero sabía que, aunque ocurriese un milagro y yo no tuviese que ir al trabajo, tampoco podría dormir por culpa de la mendiga ansiedad.

Nadie habla de esto cuando empiezas la carrera, te lo pintan bonito, como un paseo en tren. Solo que el andén está en llamas, el asiento también está en llamas y vas rumbo al infierno.

Okey, me excedí.

Llené un termo de café, sospechaba que lo iba a necesitar y el café del hospital sabe del asco y yo necesitaba mi bebida de los dioses para poder mantenerme. Por último, tomo mis cosas y la comida del día para salir de nuevo a la contienda.

Hoy por lo menos iba temprano y además llevaba mi informe correspondiente, apenas llegué lo metí a lavar a duras penas. Estaba que los ojos se me cerraban y no podía hacer nada para mantenerlos abiertos. Llegados a este punto de mi vida, ya el café ni me hacía efecto, pero me encantaba engañarme y decirme que funcionaba.

Al fin llegué a mi hospital, estaba que me llevaba el sueño y el mal humor. Cuando llegué a la zona de medicina interna, me mantenía de pie nomás por el ímpetu que puso mi padre en mí, porque quería mandar todo para el carajo.

Me acerqué y no vi a nadie que pudiese atender, llegué a un cubículo y ahí estaba la piedra de mis zapatos, el señor Stone.

Él estaba hablando con la paciente y buscaba tranquilizarla con sus palabras, además de una sonrisa suave, cuya sonrisa no me dedicó ni una de las tantas veces que me regañó el día anterior. Ha de ser bien bonito ser receptora de tal halago. Dudo que viva para contarlo.

—Descuide, solo será una cirugía muy sencilla, no puedo negar, toda cirugía tiene sus riesgos, pero está siendo tratada por un excelente cirujano. —le dio una sonrisa matadora y cuando alzó la mirada se encontró con la mía haciendo que la misma se le borrara. Ni me dolió—. Ya vuelvo, señora Green.

Salió del cubículo y cerró la cortina mientras me veía con esos ojos matadores. ¿Qué hice ahora? ¿Respirar?

—Hoy te dignaste a aparecer temprano. Me alegro que no se te pegaran las sábanas. —Se notaba que era la alegría de la granja.

No pensé ni siquiera cuando dije lo siguiente. —Buen día, doctora Taylor. Un gusto saludarla, me alegro que esté bien. ¿Pasó buena noche?

Me miró sorprendido y yo quise morderme la lengua por decir las cosas sin pensar. ¿Por qué yo no era una persona normal y me quedaba callada? Estaba segura que debía de verme como toda una miss universo cuando no hablaba.

Malas EnseñanzasWhere stories live. Discover now