—¡Ay, porras! Eso son los libros —musitó Hermione, mirando dentro—, y los había ordenado todos por temas. Bueno… Harry, será mejor que te pongas la capa invisible. Ron, date prisa y cámbiate.

—¿Cuándo han hecho todo esto? —preguntó Harry mientras Ron se quitaba la túnica.

—Ya le dijimos en La Madriguera. Hacía días que teníamos preparado lo imprescindible, por si había que salir huyendo. Esta mañana, después de que te cambiaras, tomé tu mochila, Harry, y la metí aquí. Tenía el presentimiento…

—Eres increíble, de verdad —se admiró Ron. Dobló su túnica y se la dio a Hermione.

—Gracias —contestó ella y, esbozando una sonrisa, metió la túnica en el bolso—. ¡Por favor, Harry, ponte la capa!

Él se echó la capa invisible sobre los hombros, se tapó la cabeza y desapareció al instante. Al instante, Aries sintió que Harry apoyaba la mano en su espalda. Le agradeció internamente, porque el miedo que tenía de perderlo o que se lo llevaran era terrible.

—Pero los demás… toda la gente que estaba en la boda…

—Ahora no podemos preocuparnos por ellos —susurró Hermione—. Es a ti a quien buscan, Harry, y si volvemos, lo único que conseguiremos será exponerlos aún más al peligro.

—Tiene razón —coincidió Ron, sabiendo que su amigo intentaría discutir, aunque
no le veía la cara—. Casi toda la Orden estaba allí; ellos se encargarán de protegerlos.

—Está bien, de acuerdo.

Aries pensó en su padre, en James y en Doe, y el miedo le borboteó como un ácido en el estómago.

—¡Vamos! Debemos ponernos en marcha —instó Aries.

Volvieron por la calle secundaria hasta la principal, donde varios hombres cantaban y zigzagueaban por la acera de enfrente.

—Oye, sólo por curiosidad: ¿por qué hemos venido a Tottenham Court Road? —preguntó Ron a Hermione.

—Ni idea. Me vino a la cabeza, sin más, pero creí que estaríamos más seguros en el mundo de los muggles, porque aquí no se les ocurrirá buscarnos.

—Es verdad —admitió Ron mirando alrededor—, pero ¿no te sientes un poco… expuesta?

—¿Adónde quieres que vayamos, pues? —replicó Hermione, e hizo una mueca de aprensión cuando los tipos que estaban en la otra acera se pusieron a silbarle—. No alquilaremos una habitación en el Caldero Chorreante, ¿verdad?, ni nos instalaremos en Grimmauld Place, porque Snape tiene acceso a la casa. Supongo que podríamos ir a casa de mis padres, aunque cabe la posibilidad de que nos busquen ahí… ¡Ay! ¿Por qué no se callarán?

—¿Todo bien, preciosas? —vociferó el más ebrio de los individuos—. ¿Les apetece un trago? Dejen al pelirrojo ése y vengan a tomar una pinta con nosotros.

—Vayamos a algún local —urgió Hermione al ver que Ron iba a contestar a los borrachos. Aries sintió que Harry apretaba la mano en un puño, aún tocando su espalda—. Mira, ahí mismo.

Era una pequeña y cochambrosa cafetería que permanecía abierta por la noche. Una fina capa de grasa cubría todas las mesas de tablero de formica, pero al menos el local estaba vacío. Aries se sentó a una mesa y Harry se quedó a su lado, enfrente de Ron y Hermione, que se sentía incómoda al estar de espaldas a la entrada, de manera que giraba la cabeza con tanta frecuencia que parecía aquejada de un tic nervioso. Pasados uno o dos minutos, Ron dijo:

—Pues el Caldero Chorreante no queda muy lejos. Está en Charing Cross.

—¡No podemos ir, Ron! —saltó Hermione.

SOULMATES ━Harry J. PotterWhere stories live. Discover now