Capítulo XXVII

690 84 3
                                    

- Val…

—No me digas que me pare —la interrumpió Valentina, alzando la vista.

La miró de arriba abajo. Tenía los pechos húmedos por sus lametones y los pezones duros. Se estremecía por entera. Había separado los labios, que estaban hinchados por sus besos, y jadeaba como si le costara trabajo respirar. El miel de sus ojos estaba oscurecido por el deseo y la miraba de forma penetrante. Pasó un segundo mientras Valentina aguardaba. Apenas un instante. O un siglo.

—No te pares —dijo ella, que le agarró la cabeza y tiró de Valentina para besarla.

Valentina capturó sus labios con ferocidad, como si estuviera presa y ella fuera su último sorbo de libertad. Se dejó arrastrar por la dulzura de su cuerpo hasta que…

—¡Policía!

El aullido de las sirenas se coló poco a poco en el mundo sensual que habían creado. Alguien llamaba con insistencia a la puerta… al tiempo que unos haces de luz intermitentes iluminaban la casa a través de las ventanas. Los perros comenzaron a ladrar con más fuerza. Valentina se apartó a trompicones de Juliana, como si despertara de un largo estupor. Juliana parpadeó y después, con gestos casi mecánicos, cogió la bata. Valentina se volvió y caminó hacia la puerta. Una vez allí, desconectó la alarma y se demoró un instante con la mano en el pomo de la puerta.

—¿Estás bien? —le preguntó a Juliana.

Ella no paraba de temblar, pero logró contestar:

—Sí.

Al otro lado de la puerta, se encontró con un policía de uniforme. Los ojos vidriosos de Valentina y su evidente agitación debieron de resultarle sospechosos al agente, que inspeccionó el interior del vestíbulo con la mirada hasta posarse sobre una mujer vestida con una bata y rodeada por un grupo de perros. La escena hizo que enfundara su arma.

—Señora, ha informado usted de un allanamiento.

Valentina se preguntó si ese momento se convertiría en el más bochornoso de su vida hasta la fecha. Mientras se pasaba una mano por el pelo alborotado, se esforzó por recuperar el uso de la razón y de la lógica.

—Cierto. Lo siento, agente, es que ha habido un error. Por favor, pase.

Sabía que si no lo dejaba entrar, el agente sospecharía. El policía comprobó con un rápido vistazo que la mujer parecía normal y que los perros no trataban de protegerla de nadie, tras lo cual ladeó la cabeza y la saludó:

—Señora…

Ella tragó saliva.

—Agente, lo siento mucho. —Acto seguido, intentó explicar lo sucedido, como si supiera que Valentina tenía la mente en blanco y la sangre en otro lado. — Mi esposa pensó que alguien había entrado en la casa, pero ha sido culpa mía. Resulta que esta tarde escondí a todos estos perros en la sala de estar con la esperanza de que ella no los descubriera, y al escuchar el ruido que han debido de hacer ha pensado que había un intruso.

Valentina cerró los ojos.

Definitivamente el momento era muy bochornoso.

Trató de interrumpirla y dijo:

—Juls, ¿y si nos…?

—No, Val, déjame terminar. Verá, agente, a mi esposa no le gustan los animales y yo colaboro de vez en cuando con el refugio de animales, dando alojamiento temporal a perros abandonados, pero esta vez no quería que ella lo descubriera, así que intenté hacerlo a sus espaldas y meterlos en un lugar donde ella no los viera.

El policía asintió con la cabeza educadamente.

—¿No se percató usted de que tenía una habitación llena de perros, señora?

Matrimonio por Contrato (Adaptación G!p)Where stories live. Discover now