Capitulo VII

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—Quiero hablarte de sexo.

—¿Sexo?

La palabra surgió de sus labios y rebotó en la estancia como un tiro. Parpadeó, pero se negó a demostrar emoción en su cara.

Valentina se puso en pie de un salto y se echó a andar de un lado para otro, ocupando la posición que ella acababa de abandonar.

—Verás, tenemos que ser muy discretas con… en fin… con nuestras actividades extramatrimoniales.

—¿Discretas?

—Sí. Me relaciono con clientes muy exclusivos y tengo que proteger mi reputación. Además, si se pone en entredicho nuestro matrimonio, podrían violarse las cláusulas del acuerdo.
Creo que lo mejor sería que accedieras a permanecer célibe durante este año. Es posible lograrlo, ¿no crees?

—O sea que nada de acción.

Ella soltó una carcajada que a todas luces era falsa, lo que le llevó a preguntarse si lo que tenía en la frente era sudor o si se trataba de un efecto óptico por la luz. Valentina dejó de moverse y la miró con expresión casi incómoda. De repente, el verdadero significado de sus palabras prendió mecha en su cerebro y sintió una especie de fogonazo. Valentina quería que fuera la esposa perfecta, lo que incluía mantener su tálamo nupcial casto y puro. Sin embargo, no había mencionado su propio celibato. Eva le había hablado de Gabriella, de modo que sabía que Valentina mantenía una relación.
Juliana seguía sin comprender por qué no se casaba con su novia, pero no era quién para juzgarla. En ese momento lo único que le importaba era la cerda que tenía delante y las ganas de mandar el acuerdo a la mierda.

Pero se contuvo.

Aunque ardía de furia, mantuvo una expresión serena. Valentina Carvajal quería hacer un trato. De acuerdo. Porque cuando ella saliera por esa puerta, Val firmaría el acuerdo del siglo. Sonrió.

—Lo entiendo.

La cara de Valentina casi se iluminó.

—¿De verdad?

—Por supuesto. Si todos creen que el matrimonio es real, ¿qué pensarían si se rumorea que tu mujer tiene una aventura tan pronto después de la boda?

—Exacto.

—Además, así no tendrás que lidiar con los vergonzosos interrogantes acerca de tu capacidad de complacer a una mujer.
Si tu esposa anda de cama en cama, es evidente dónde está el problema. En casa no le dan lo que necesita.

Valentina cambió de postura. Asintió con la cabeza, pero no con mucho ímpetu.

—Supongo…

—Bueno, ¿y qué hacemos con Gabriella?

Ella se quedó pasmada.

—¿Quién te ha hablado de ella?

—Eva.

—No te preocupes por Gabriella. Yo me encargo.

—¿Te acuestas con ella?

Valentina dio un respingo, pero después fingió que le daba igual la pregunta.

—¿Importa?

Ella levantó las manos en un gesto defensivo.

—Quiero aclarar el tema del sexo. Al menos, encajo en los dos primeros puntos. Te aseguro que no estoy enamorada de ti y tampoco nos sentimos atraídas la una por la otra. Ahora me dices que si quiero tener una aventura loca de una noche, no puedo. Pero ¿qué reglas se te aplican a ti?

Juliana frunció los labios y se preguntó cómo pensaba salir Valentina de la tumba que acababa de cavarse ella solita.

Val miró fijamente a la mujer que tenía delante e intentó tragar saliva. Su voz ronca evocó escenas muy concretas. Unas escenas en las que estaba desnuda y le exigía una… aventura loca. Se mordió la lengua para no soltar un taco y se sirvió más café en un intento por ganar tiempo. Juliana la hacía pensar en el sexo con cada gesto. La inocencia de la juventud había dado paso a una mujer de sangre caliente con necesidades ardientes. Se preguntó qué clase de mujer satisfacía dichas necesidades. Se preguntó qué se sentiría al rodear esos pechos tan generosos con las manos y a qué sabrían sus labios.

Se preguntó qué llevaba puesto bajo el ajustado vestido rojo.

—¿Valentina?

—¿Sí?

—¿Me has oído?

—Sí. Lo del sexo. Te prometo que jamás te pondré en una situación incómoda.

—Así que me estás diciendo que piensas seguir acostándote con Gabriella, ¿no?

—Gabriella y yo tenemos una relación.

—Pero no vas a casarte con ella.

La tensión se podía mascar en el ambiente. Valentina retrocedió unos cuantos pasos, desesperada por poner distancia entre ellas.

—No es ese tipo de relación.

—Vaya, qué interesante. Así que me estás diciendo que no puedo acostarme con otras mujeres porque ahora mismo no tengo una relación estable. Si hubiera tenido cubitos de hielo a mano, Valentina los habría chupado uno a uno. La acusación le provocó un extraño calor en la piel. Juliana había hablado con voz tranquila. Su sonrisa parecía relajada y franca. Valentina se sentía al borde de alguna demostración de poder femenino y se dio cuenta de que llevaba las de perder. Intentó ganarle la mano.

—Si mantuvieras una relación estable con alguien, llegaríamos a un acuerdo. Pero los desconocidos son demasiado peligrosos. Puedo garantizarte que Gabriella sabe guardar un secreto.

En ese momento Juliana sonrió. Una sonrisa deliciosa y muy picara que prometía maravillas que desafiaban la imaginación. Y se las prometían todas a ella. Se le paró el corazón y al cabo de un segundo se le subió a la garganta. Fascinada, esperó a sus siguientes palabras.

—Ni de coña, guapa

Intentó concentrarse en lo que decía mientras esos voluptuosos labios formulaban la negativa.

—¿Cómo has dicho?

—Si no hay sexo para mí, tampoco lo hay para ti. Me importa bien poco que sea con Gabriella, con una stripper o con el dichoso amor de tu vida. Si yo me quedo a dos velas, tú también. Tendrás que conformarte con este matrimonio tan pulcro y tan estipulado y apañártelas sola. —Hizo una pausa—. ¿Lo has entendido?

Valentina lo había entendido.

Pero decidió no aceptarlo. Y se dio cuenta de que estaban en un tris de disputar el punto de juego, de set y de partido, y de que necesitaba ganarlo.

—Juliana, entiendo que no te parezca justo. Pero Gabriella también tiene que proteger su reputación, así que nunca quedarás en mal lugar. ¿Lo entiendes?

—Sí.

—¿Eso quiere decir que aceptas las condiciones?

—No.

La irritación se apoderó de ella. Entrecerró los ojos y la observó con detenimiento. Decidió entrar a matar.

—Hemos logrado ponernos de acuerdo en todo lo demás. Hemos alcanzado un compromiso. Solo será un año, después podrás tener una puta orgía, a mí me dará lo mismo.

Unos gélidos ojos miel se clavaron en ella con un brillo terco y decidido.

—Si tú tienes orgías, yo también las tengo. Si tú quieres pasarte un año célibe, yo también lo pasaré. Si yo tengo que acostarme sola durante trescientas sesenta y cuatro noches, tú también lo harás. Y si quieres un poco de acción, tendrás que apañártelas con tu mujer. —. Y como las dos sabemos que no nos sentimos atraídas la una por la otra, vas a tener que buscar otra forma de aliviar la presión. Sé creativa. El celibato debería llevarte a descubrir otras formas de desahogo. —Sonrió—. Porque eso es todo lo que vas a conseguir.

Era evidente que Juliana desconocía que estaba ante una jugadora de póquer magnífico, que se había pasado los últimos años liberando tensión en partidas que empezaban por la noche y acababan al día siguiente, de las cuales salía miles de dólares más rica. Al igual que su antiguo vicio, el tabaco, el póquer la tenía muy enganchada, más por el placer que le provocaba que por el beneficio económico que conseguía.

Se negaba a que le ganara la partida, y además sentía que la victoria estaba cerca. Se lanzó a la yugular.

—¿No quieres atenerte a razones? Vale, no hay trato. Despídete de tu dinero. En mi caso, solo tendré que encargarme del consejo de administración una temporada.

Juliana se levantó, se colgó el bolso del hombro y se plantó delante de ella.

—Me alegro de haberte visto otra vez, niña bonita.

Matrimonio por Contrato (Adaptación G!p)Where stories live. Discover now