Capítulo XV

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—Estoy segura de que tus amantes no querían que las echaras a patadas de tu cama. Estás muy gruñona.

—No.

—Sí que lo estás.

La puerta de la limusina se abrió y el conductor le ofreció el brazo para ayudarla a bajar. Tras sacarle la lengua a Valentina, Juliana bajó del vehículo con la misma altivez con que lo habría hecho la reina Isabel. Valentina contuvo otra carcajada y la siguió. Juliana se detuvo en la acera y ella la observó mientras contemplaba las líneas curvas de la mansión, que recordaban a una villa típica de la Toscana.

La arenisca y la terracota le otorgaban una discreta elegancia, mientras que los altos muros y las grandes ventanas proyectaban un aura histórica.
La avenida de entrada estaba flanqueada por un prado verde que se extendía hasta los pies de la mansión y que la rodeaba por completo. Las jardineras de las ventanas estaban cuajadas de geranios en flor, a fin de completar la apariencia de la vieja Italia. La planta de arriba contaba con una amplia terraza con barandilla de hierro forjado, donde se habían dispuesto mesas, sillas y un jacuzzi semioculto entre frondosas plantas. Juliana abrió la boca como si fuera a comentar algo, pero la cerró de nuevo.

—¿Qué te parece? —le preguntó Valentina.

Ella ladeó la cabeza.

—Es impresionante —dijo—. La casa más bonita que he visto en la vida.

Su evidente entusiasmo la complació muchísimo.

—Gracias. La he diseñado yo.

—Parece antigua.

—Eso pretendía. Te prometo que tiene agua corriente y todo.

Juliana meneó la cabeza y la siguió al interior. El suelo era de mármol brillante y los techos, altos como los de una catedral, aumentaban la elegancia y la sensación de amplitud. En el centro del vestíbulo estaba la enorme escalinata de caracol, alrededor de la cual se disponían las distintas estancias, todas muy amplias y luminosas. Tras darle una propina al conductor, Valentina cerró la puerta.

—Vamos, te lo enseñaré todo. A menos que antes quieras cambiarte de ropa.

Juliana se agarró la vaporosa falda y se levantó la cola. Por debajo asomaron los pies, cubiertos tan solo con las medias.

—Tú delante.

Valentina la guió en un recorrido completo. La cocina estaba muy bien equipada, y contaba con una encimera de acero inoxidable y cromo, si bien mantenía esa sensación acogedora que habría enorgullecido a cualquier abuela italiana. La isla central era de madera y estaba cargada de cestas con frutas, de ristras de ajos y de hierbas aromáticas maceradas en botes de cristal llenos de aceite de oliva, de pasta deshidratada y de tomates maduros. La mesa era de roble macizo y contaba con unas sillas recias y cómodas. Una selección de botellas de vino descansaba en un botellero de hierro forjado. Una cristalera daba paso al solárium, decorado con muebles de mimbre, estanterías y jarrones rebosantes de margaritas. Los cuadros no eran coloridos, al contrario, las paredes estaban adornadas con fotografías en blanco y negro de distintos edificios de todo el mundo. Valentina disfrutó mucho de las expresiones de Juliana a medida que iba descubriendo su hogar. La llevó escaleras arriba hacia los dormitorios.

—Mi habitación está al fondo del pasillo. Tengo un despacho privado, pero tú puedes usar el ordenador de la biblioteca. Pediré cualquier cosa que necesites. —Abrió una de las puertas—. Tu habitación tiene baño privado. Como no conozco tus gustos, puedes redecorarla si te apetece. Valentina la observó contemplar la decoración en tonos neutros y suaves, la enorme cama con dosel y los muebles a juego.

Matrimonio por Contrato (Adaptación G!p)Where stories live. Discover now