Prologo

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Trece años antes...

—¡Preparados o no, allá voy!

Juliana se quitó las manos de los ojos y se dio media vuelta. En el bosque reinaba un silencio sobrenatural, pero percibía que sus amigas estaban cerca. Sin dudar, echó a correr, haciendo que la vegetación y las ramitas crujieran bajo sus zapatillas mientras zigzagueaba entre los enormes pinos.

Aguzó el oído al escuchar una risilla.

Se dirigió hacia el sonido, pero el eco la despistó y solo consiguió sorprender a una ardilla que estaba ocupada con una nuez enorme. La fresca sombra la instaba a adentrarse en la arboleda. Un rápido vistazo al escondite habitual de Eva le reveló que solo había hojas. Juliana ralentizó el paso y estaba a punto de girarse cuando oyó una voz.

—Un poco mayorcita para jugar al escondite, ¿no?

Juliana se volvió y fulminó con la mirada a la hermana mayor de su mejor amiga.

—Es divertido. —Resopló con desdén. Habían estado muy unidas, hasta que la mayor se despertó un día y decidió de repente que no merecía la pena perder el tiempo con ella. Ya nunca le hablaba ni se colaba en su casa para coger galletas de chocolate ni le contaba chistes malos. Parecía que solo le llamaban la atención las chicas mayores, tontas y con tetas. Claro que, ¿a quién le importaba? Se negaba a seguirla de un lado para otro como un perrito faldero—. Además, tú no lo entenderías. Nunca quieres jugar con nosotras. - ¿Qué haces aquí fuera?

Se levantó del suelo y se acercó a ella. Valentina Carvajal tenía dieciséis años y era un incordio de lo peor. Se reía de todo lo que ella hacía y parecía que tenía derecho a jugar a ser Dios porque era dos años mayor.

Tenía unas piernas largas y fuertes. El pelo se le rizaba sobre las orejas y por encima de la frente, con una intrigante mezcla de tonos que iban desde el castaño claro al dorado. Como los cereales que ella desayunaba, pensó Juliana.

Una combinación de arroz, trigo y maíz. Su cara era delgada, de rasgos definidos, con un carnoso labio inferior que siempre la había intrigado. Esos ojos de color azul profundo mar tenían un brillo inteligente y con un asomo de melancolía. Juliana conocía esa tristeza. Era lo único que tenían en común.

Valentina era una niña rica que se aislaba en su mundo y que parecía no tener amigos. Juliana siempre se había preguntado cómo su hermana, Eva, era tan extrovertida.

—Deberías tener cuidado en el bosque, mocosa. Podrías perderte.

—Me conozco el camino mejor que tú.

Ella se encogió de hombros para quitarle importancia al asunto.

—Seguramente. Deberías haber sido un chico.

Le hirvió la sangre al escucharla. Apretó los puños a los costados y meneó la cabeza, haciendo que su coleta se agitara.

—Y tú deberías haber sido una fresa. Todo el mundo sabe que no te gusta mancharte las manos, niña bonita.

Un golpe bajo. Que pareció tener efecto, porque se enfadó.

—Deberías aprender a comportarte como una chica de verdad.

—¿Cómo?

—Deberías maquillarte. Arreglarte. Besar a alguién.

Jamás había malgastado su valioso dinero en brillo de labios. Ya era bastante difícil comprar algo nuevo, ni que decir maquillaje o perfume. Juliana fingió una arcada.

Matrimonio por Contrato (Adaptación G!p)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant