Capítulo XXIV

861 84 5
                                    

Valentina está aquí. Tu esposa. La tía que no te atrae.

Juliana volvió la cabeza y vio horrorizada la figura que había en la puerta. Saltaba a la vista que Valentina estaba fuera de su elemento, pero irradiaba tanta confianza y su presencia resultaba tan sobrecogedora y femenina, que se quedó sin aliento al comprender que esa mujer era capaz de encajar en cualquier parte. Y eso que ni siquiera iba de negro.

Valentina llevaba los vaqueros Calvin Klein como si fuera desnuda. La tela se amoldaba a sus muslos y a sus caderas como si se plegara a su voluntad. Proyectaba la imagen de una mujer que se conocía bien… y a quien le importaba una mierda la opinión de los demás. Había elegido un jersey de color tostado de punto grueso que resaltaba sus pechos.

Esperó mientras Valentina recorría la estancia con la mirada, que tras pasar sobre ella, se detuvo y regresó despacio.

La miró a los ojos.

Juliana detestaba los tópicos, pero sobre todo detestaba estar convirtiéndose en uno. Sin embargo, el corazón se le desbocó, empezaron a sudarle las palmas de las manos y su estómago parecía sufrir los estragos de una montaña rusa gigantesca. Su cuerpo cobró vida mientras deseaba que se acercara a ella y le prometía sumisión total. Si Valentina le decía que volviera a casa, que se metiera en la cama y que la esperase, estaba convencida de que cumpliría sus órdenes.

Esa falta de voluntad la sacaba de quicio, pero su naturaleza sincera la obligaba a admitir que lo haría de todas maneras.

—Ya veo. No hay ni pizca de atracción entre vosotras.

Las palabras de Eva rompieron el extraño hechizo y permitieron que Juliana recobrara la compostura. Había invitado a Valentina a la velada poética porque no había visto su librería. Ella había rechazado la invitación con tacto, aduciendo que tenía trabajo pendiente, cosa que no la había sorprendido. Una vez más se recordó que procedían de mundos distintos y que Valentina no tenía deseos de visitar el suyo. Según se acercaba a ella, Juliana se preguntó por qué habría cambiado de opinión.

Valentina se abrió paso entre las estanterías. Un tío vestido de negro estaba soltando una parrafada delante de un micrófono acerca de la correlación entre las flores y la muerte, y el olor del café le llegaba a la nariz. Escuchaba los sonidos de una flauta y el lejano aullido de un lobo. Sin embargo, su mujer eclipsó todo lo demás.

El verdadero atractivo de Juliana residía en que desconocía el efecto que causaba en las personas. La irritación la puso de los nervios. Vivía en un constante torbellino emocional y lo detestaba con todas sus fuerzas. Ella era la mujer más tranquila del mundo y se había dedicado a evitar follones sentimentales. En ese momento, su día a día consistía en ir de la irritación al enfado, pasando por la frustración. La volvía loca con sus argumentos inverosímiles y con sus discursos apasionados. También la hacía reír. Su casa parecía haber cobrado vida desde que ella se había mudado.

Llegó junto a Juliana.

—Hola.

—Hola.

Miró a su hermana.

—Eva May, ¿cómo va la cosa?

—Bien, hermanita. ¿Qué te trae por aquí? No irás a leer el poema que escribiste cuando tenías ocho años, ¿verdad?

Alexa ladeó la cabeza, interesada.

—¿Qué poema?

Valentina sintió que le ardía la cara y se dio cuenta de que las dos mujeres que tenía delante eran las únicas que habían conseguido que perdiera la compostura.

—No le hagas caso.

—Creía que tenías trabajo pendiente —comentó Juliana.

Lo tenía. Y no sabía por qué había ido a la librería.

Matrimonio por Contrato (Adaptación G!p)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt