Capítulo 16.2

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Me cambié distraídamente en los vestuarios para ponerme una especie de toga blanca que se pegaba a mi piel, me maquillé el rostro con un lápiz de pintura blanca simulando unas grandes ojeras y enredé mis cabellos para parecerme un poco más al aterrador personaje que intentaba representar. Cuando me observé en el espejo no creí que mi apariencia fuese adecuada para asustar a alguien, pero como muy pronto debería tomar mi puesto junto a uno de los profesores en el aula seis, me despreocupé de ello y me dirigí rápidamente hacia mi lugar.

Desde que había llegado a Andong había hecho muchas locuras y, para mi desgracia, todas ellas tenían que ver con Kim JongIn. Para darme fuerzas, con ocasión de la reunión de exalumnos había traído mi carta conmigo, y aunque no me gustaba dejarla entre mis cosas, sería mucho más peligroso tenerla encima. Sobre todo si llegaba a toparme con JongIn y su tendencia a seducirme, por lo que la dejé bien guardada entre mis ropas.

Cada día que pasaba, esa carta que había escrito como venganza hacia él se me
antojaba más ridícula, y poco a poco comprendía que aún había muchas cosas que decir entre él y yo. Parecía que nuestra vida estaba llena de malentendidos, pero todavía no sabía si creer en sus palabras o no. Tenía miedo de volver a creer en ese hombre, de volver a darle mi corazón para luego descubrir que todo había sido una nueva mentira, así que, en el fondo, mi mente seguía empeñada en llevar a cabo mi ridícula venganza y yo seguía decidido a entregarle mi carta a pesar de que mi corazón se negaba a ello.

Mientras cavilaba sobre todas las cosas que tenía que aclarar con JongIn antes de
volver a marcharme, llegué al aula seis y entré en el aterrador decorado que había
preparado el hombre más malicioso de cuantos conocía. En la pizarra, con algún tipo de mejunje rojo similar a la sangre, habían escrito «Soy un chico bueno», lo que, sin duda, había sido idea suya. Las sillas estaban tiradas de cualquier manera por el suelo junto a alguna que otra mesa, y el aterrador muñeco de trapo similar a un
espantapájaros que se hallaba sentado en la mesa del profesor, en donde los participantes de ese evento tenían que conseguir una nota con las pistas que los guiarían al siguiente lugar, era bastante terrorífico.

Se suponía que dentro de unos minutos yo tendría que meterme en el armario de la
clase y salir abruptamente para asustar a algunos de mis compañeros cuando intentaran hacerse con la nota, pero la curiosidad me llevó hacia la mesa del profesor para contemplar de cerca el imaginativo espantajo que había visto a JongIn colocar en esa silla.

Cuando estuve bastante cerca del horrible muñeco de serrín y paja, lo toqué tentativamente con un dedo y me reí de lo idiota que había sido al creer por unos
instantes que, como ocurría en esas estúpidas películas de miedo, éste cobraría vida para vengarse. Ya me disponía a
situarme en mi lugar riéndome de mí mismo cuando, de repente, el muñeco pellizcó mi trasero.

Y, al contrario de cómo responden los estúpidos donceles de las películas de terror, yo, que a lo largo de los años había sido entrenado por mis hermanos, respondí con un aterrador grito de batalla y una buena patada.

—¡Joder, Kyungsoo, que soy yo! —se quejó JongIn, desparramado en el suelo a cuatro patas dentro de aquel absurdo disfraz mientras intentaba levantarse, a lo que yo respondí dándole una nueva patada. Esta vez en el trasero.

—¿Se puede saber qué narices tratabas de hacer?

—¿Asustarte? —cuestionó irónicamente él cuando al fin logró ponerse en pie.

—Nunca intentes hacer eso con una persona que ha recibido un adiestramiento especial en defensa personal —le advertí, orgulloso de mi entrenamiento familiar.

—Lo que me lleva a preguntarme: si sabías hacer eso en el instituto, ¿por qué nunca te defendiste? —quiso saber JongIn.

—Porque en el instituto apenas sabía algunos torpes movimientos. Además, la
violencia no lleva a nada bueno.

Él vil principe (KaiSoo)Where stories live. Discover now