Capítulo 1.2

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Kim JongIn vivía en un anodino pueblo de Andong, donde, con el paso de los años, muy pocas cosas llegaban a cambiar. Las casas de estilo tradicional  siempre serían las mismas. Los vecinos, curiosos y cotillas, que constantemente se entrometían en la vida de los demás, siempre estarían allí.

E, indudablemente, las peleas de su hermano con el fastidioso vecino del que tanto él mismo como su hermano Kibum se habían hecho amigos nunca dejarían de producirse, por más que éstos crecieran
y maduraran.

JongIn era el mayor de tres, y por tanto, el hijo que siempre debería dar ejemplo a sus hermanos menores. Por un lado estaba Kibum, una copia igual que él, con los mismos cabellos rubios e idénticos ojos cafes, pero que, al contrario que JongIn, al ser un año menor era un joven alocado y bastante despreocupado.

Y por otro lado estaba Juwon, un doncel de rizados cabellos rubios, hermosos ojos cafes y aspecto muy dulce. Su siempre perfecto hermano pequeño era tres años menor que él, y sería muy aburrido si no fuera porque, desde que el atolondrado de Lee Hyuin no dejaba de perseguirlo con esas interminables jugarretas que tanto lo alteraban, no parecía ser tan perfecto como aparentaba.

Como JongIn había sido el primero en nacer, inevitablemente sus padres, Seonho y Lisa Kim, un atareado agente inmobiliario y una soñadora ama de casa que creía que algún día las novelas que escribía triunfarían, le habían otorgado la carga de convertirse en el noble ejemplo para los pequeños: él debería sacar las mejores notas, ser el mejor deportista y convertirse en un digno modelo para cada uno de sus hermanos.

Algo que nadie en ese pueblo sabía era que JongIn había llegado a detestar esa responsabilidad con toda su alma. Si finalmente había elegido para su futuro la eminente carrera de médico, no era, como todos creían, para que sus padres se sintieran orgullosos de él o porque le gustase ayudar en un futuro a la gente con graves problemas de salud, sino porque la de Medicina era la facultad que más lejos se encontraba de todo ese perfecto y aburrido mundo que lo rodeaba y que ya no podía aguantar más.

Esa tarde, sus padres habían salido a cenar poniendo en sus manos nuevamente una de esas tareas que tanto aborrecía: su querido hermano Juwon, de tan sólo quince años, había tenido la brillante idea de invitar a todos sus amigos a una de esas escandalosas fiestas de pijamas de donceles. Se suponía que él y su hermano Kibum serían los encargados de vigilar que las cosas no se desmadraran hasta que sus padres volvieran, pero, como siempre, Kibum se había escabullido ante la mera mención de responsabilidad alguna y se había ido a casa de una de sus novias.

JongIn, pensando que de ninguna manera quería soportar el calvario de aguantar a un grupo de locos donceles adolescentes, entre los que se hallaba su hermano, con la única compañía de una cerveza, llamó a su querido amigo Hyuin, un chico que nunca se negaría a participar en esa estúpida vigilancia. Más aún si en el proceso podía llegar a hacerle la vida imposible al siempre perfecto Juwon, que siempre lo alteraba.

—¿Ha comenzado ya la pesadilla?  preguntó Hyuin mientras se adentraba en la cocina de los Kim con una docena de cervezas, sin duda alguna con la idea de quedarse inconsciente antes de que comenzara esa locura.

—No… Al parecer, aún falta alguno que otro invitado al aquelarre —ironizó JongIn, mostrándole desde la entreabierta puerta de la cocina cómo los chicos habían empezado a hacerse ridículos peinados entre ellos mientras contestaban a estúpidos test relacionados con el amor.

—¿No se supone que deberían vestir minúsculos camisones y pelearse con las almohadas o algo así? —inquirió Hyuin, sin duda decepcionado al ver en lo que consistía una de esas insulsas fiestas de donceles que tan atrayentemente exponían en alguna que otra película para mayores.

Él vil principe (KaiSoo)Onde histórias criam vida. Descubra agora