Capítulo 36 | Anya

3.2K 229 72
                                    

Tiran de mí tan rápido que no me da tiempo a prepararme para la caída.

Me doy de bruces contra el suelo y un latigazo de dolor explota en mis rodillas. Cojo aire y me pongo en pie de un salto, sin detenerme a recuperarme. Examino todo lo que me rodea, buscando una posible amenaza.

—Anya —suspira de alivio Jasper.

—Entonces los fantasmas se han llevado a Dorian —concluye Willa.

Los miro. No parecen asustados ni que estén en peligros. Más bien es como si estuvieran entre tensos, resignados y frustrados.

Observo a mi alrededor. Se trata de un dormitorio enorme que conoció una época mejor. Tiene una gran cama de dosel con tul raído que recuerda a una telaraña. Las dos mesitas de noche que están a su lado están rotas y con los cajones desperdigados por el suelo. También hay un armario desvencijado, una chimenea llena de cenizas y mugre y un tocador con el espejo roto.

—¿Qué estáis haciendo aquí? —les pregunto. Advierto que a mis pies hay varios objetos, como cuadros, un cepillo del pelo o una lámpara. Es como si alguien se hubiera enfadado y hubiera comenzando a lanzar todo lo que estaba a su mano.

—Cuando entramos en la habitación para buscar el puñal de obsidiana, la puerta se cerró de repente y ya no pudimos salir —explica Willa.

—¿Y no os han atacado los fantasmas?

—No —responde Jasper—. No hemos visto ni uno al venir aquí.

Asiento. A Dorian y a mí nos pasó exactamente lo mismo.

Me dirijo hacia la puerta y trato de abrirla. No lo consigo. Voy a tener que confiar en que Dorian sepa defenderse a sí mismo.

Vuelvo a inspeccionar la habitación.

—¿Habéis encontrado el puñal? —inquiero.

Ambos niegan con la cabeza.

Me paseo por el dormitorio, dirigiendo mi vista hacia todos aquellos escondites en los que puede hallarse el objeto. Después de mirar en algunas esquinas y sitios oscuros, resoplo. Todo está saqueado, así que no encuentro ningún lugar en el que pueda estar.

Cuando escucho un grito de Dorian, el corazón me empieza a latir más rápido. Vuelvo a intentar a abrir la puerta, esta vez con más fuerza. La zarandeo, golpeo y giro el picaporte con violencia. No cede.

—Tenemos que encontrar ese puñal ya —los apremio.

Jasper me ayuda a buscar, pero Willa se limita a estudiar la habitación con la mirada. Está reflexionando sobre posibles escondites.

La ansiedad araña mi estómago y estoy muy cerca de gritar por pura frustración.

Aquí no hay nada.

—¿Buscáis esto?

El terror se enrosca en mi garganta, dificultándome respirar. Esa voz pone todos mis sentidos alerta y me grita que me vaya de aquí, que salte por la ventana si es necesario pero que no mire a esa cosa. "¡Sálvate!" repite mi consciencia una y otra vez.

Y aun así, me giro para observarla.

Tiene aspecto humano, aunque no tengo claro si es un hombre o una mujer; es como si tuviera rasgos de ambos. Su piel es muy pálida, como la de los fantasmas, pero en esta cosa se alcanza a ver unas venas negras que recorren toda su silueta. Solo está vestido con un esparadrapo negro, como si hubieran pasado milenios desde la última vez que uso una prenda de ropa y solo quedaran esas tiras de telas.

Me obligo a coger aire mientras paseo la mirada por su rostro, por esas facciones grotescas. Sus ojos son entre blancos y amarillentos y centellan en medio de esos surcos negros que tiene en las cuencas, como unas ojeras que llevan ahí una eternidad. Su boca negra está torcida en una sonrisa que muestra unos dientes amarillos podridos y rotos. El pelo negro que solo crece por algunas zonas le llega hasta los hombros. Incluso la nariz, afilada y larga, no parece normal, pues está ligeramente torcida como si se la hubieran partido y no se hubiera molestado en volver a ponerla en su sitio.

Un reino de oscuridad y escarchaWhere stories live. Discover now