Capítulo 22 | Dorian

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Cuando las últimas notas musicales llegan a su fin, Naga danza a un lado mientras una nueva compañera de baile la reemplaza. Echo un vistazo a la orquesta.

Me pregunto cómo sería reproducir esta melodía en el piano.

No puedo esperar a llegar al apartamento en Nueva York para ponerme frente a las teclas blancas y negras y deslizar mis dedos por ellas. Probando. Jugando. Creando. Hacía tiempo que había dejado la música de lado —es lo que tienen las guerras— y ahora soy incapaz de pensar en otra cosa que no sea tocar.

Vuelvo al presente cuando comienzan los primeros acordes de una nueva sinfonía.

Mi nueva acompañante se esconde en un antifaz azul índigo con detalles plateados.

Ese color me recuerda a cierta pelirroja con un vestido del mismo color.

Aprovecho cuando hay que dar un giro para buscar a Anya entre los immortālis. Ella también tiene un nuevo compañero de baile. Por suerte para él, parece que Anya ha dejado de intentar con gran perseverancia deformarle los pies a base de pisotones. Sin embargo, la expresión de Anya no refleja que se esté divirtiendo. Es como si estuviera... frustrada.

Así que, mientras danzamos, calculo quien será mi nueva acompañante cuando esta pieza llegue a su final. Y también donde estará Anya en el centro del claro. Cuando comprendo que tampoco va a tocarnos juntos, decido hacer algo para remediarlo.

Por eso, en el tiempo entre una melodía y otra, me disculpo con la chica con un antifaz blanco que se planta ante mí con un gesto de la cabeza. Voy a por Anya. Me decepciono un poco cuando la veo abandonar la improvisada pista, en dirección a las mesas, como si dos bailes hubieran sido su límite.

Cuando la alcanzo, ella todavía no se ha percatado de mi presencia. Mis ojos se posan en la piel desnuda de su espalda y me pregunto si será tan suave al besarla como cuando la acariciaba con la mano.

Carraspeo para aclararme la voz.

—¿Ya te vas?

—Me duelen los pies —responde, sin girarse, mientras se bebe el contenido rosa de una botellita.

—Pues imagínate lo que habrán sufrido tus compañeros de baile.

Ella me lanza una mirada por encima de su hombro que podría llevarme directo al cementerio. Esbozo una sonrisa angelical.

—Me sorprende que sepas eso —dice ella, volviendo la vista hacia la mesa—. Parecías absorto en Naga. Ni siquiera miraste en mi dirección una sola vez.

—Si eso es lo que piensas, entonces es que no me has prestado atención. En realidad no he podido apartar los ojos de ti desde que te vi entrar en el claro con ese vestido.

—Vas a perderte el siguiente baile —comenta ella, después de un instante de silencio. Está mordisqueando un canapé de champiñones y espinacas. Arrugo la nariz. ¿Es que no sabe que mezclar comida con bebida es una mala idea? Se cena primero y se emborracha después—. Naga se decepcionará mucho.

Reprimo las ganas de soltar un resoplido desdeñoso al recordar cómo Naga prácticamente me secuestró.

Había decidido dejarle su espacio a Anya. Desde ayer por la mañana prácticamente no nos hemos despegado el uno del otro, y como sé que me odia, quizás la situación había sido demasiado agobiante para ella. Además, quería que tuviese la oportunidad de procesar todos los acontecimientos recientes: estábamos en los dominios de Naga, en territorio immortālis, después de que una serpiente la mordiera y tuviera alucinaciones.

Como ella tampoco había aparecido por mi habitación, creí que había hecho lo correcto.

Sin embargo, sí que tenía intenciones de ir a buscarla antes de la fiesta para ir juntos.

Un reino de oscuridad y escarchaWhere stories live. Discover now