Capítulo 4 | Anya

5.3K 302 34
                                    

Cuando llego a mi apartamento, espero que su seguridad me cobije, igual que lo haría la casa cálida y confortable al perro que lleva perdido durante días.

Pero no es así.

Sigo sintiéndome en peligro.

Así que, incapaz de quedarme quieta, me aseguro de que la puerta esté bien cerrada y compruebo las ventanas. Ahora nadie puede entrar aquí. También examino todos los cuartos, no vaya a ser que ya haya un intruso dentro, pero no encuentro nada. Cuando comprendo que no hay nada más que pueda hacer para que esta sensación desaparezca, me dejo caer sobre el sofá.

Intento mantenerme distraída, así que dejo vagar la mirada por el que es mi hogar y el de Jasper. Se trata de un piso pequeño, con el salón incrustado en la cocina y separados tan solo por una barra americana con tres taburetes. Es todo lo luminoso y acogedor que alguien espera que sea un apartamento situado en el barrio más caro de Nueva York.

Sin embargo, con toda esta decoración minimalista y esos muebles caros, es como si le faltara personalidad. No hay un cuadro feo, una foto antigua o una reliquia que cuenten una historia de la familia. Parece que aquí no vive nadie, sino que la vivienda está lista para ser exhibida y vendida al mejor postor.

A veces pienso que las decenas de plantas desperdigadas por aquí y por allá es un intento de insuflarle vida al lugar. Pero es en vano, porque siempre se terminan muriendo. Y eso que Jasper y yo siempre intentamos que tengan agua.

Quizás ese sea el problema, que nos preocupamos en exceso y las terminamos ahogando.

El caso es que, después de una semana, siempre aparecen plantas nuevas. Cortesía de la madre de Jasper, que se pasa por aquí a menudo. Lo cual es normal, ya que el apartamento es suyo. De lo contrario, yo no estaría aquí, pues no podría permitirme el lujo de pagar un alquiler. Y menos en el Upper East Side.

Los padres de Jasper son gente de dinero. Su papá trabaja en uno de los buffet más prestigiosos del país mientras que su mamá asiste a eventos y participa como miembro activo de varias ONG. Fue por ellos —y su influencia— que pude entrar en la universidad y siempre les estaré eternamente agradecida por eso.

Y tal y como ocurre cada vez que pienso en la enorme suerte que tengo por haber conocido a Jasper, llego a la conclusión de que fue él quien me salvó la vida.

No en un sentido literal, claramente. Es solo que, en ocasiones, me pregunto qué habría sido de mí si hubiera dejado que toda mi oscuridad me engullese. Sin ninguna duda, ahora estaría recorriendo un camino de dudas, sombras y problemas, pero no es así. Jasper fue como un rayo de sol. Mi salvación. Mi esperanza.

Suelto un suspiro. Tener esta clase de pensamientos no me está ayudando nada.

Regreso al presente, sin quitarme de encima la sensación de alerta, y recuerdo esos ojos grises furiosos. Esta mañana Dorian parecía querer matarme con la mirada. Igual que anoche.

Vuelvo a revivir en mi mente lo que ocurrió en la biblioteca, minuto por minuto, para tratar de encontrar algo lógico. Pero no lo logro. Quiero gritar de pura frustración.

Estoy a punto de darme por rendida cuando me doy cuenta de algo.

Me levanto del sofá y voy a mi habitación. Allí, en el mismo lugar que lo encontré esta mañana, está el paraguas. Seco. Frunzo el ceño. Si había una tormenta azotando Nueva York, ¿por qué no hay un charco de agua bajo el mismo? Entonces advierto que la ropa que llevaba ayer, y que todavía está tirada en una esquina de mi cuarto, tampoco está mojada.

Es un detalle muy pequeño, casi insignificante, que no ayuda a esclarecer lo sucedido anoche. De hecho, añade un nuevo interrogante. ¿Cómo pude cruzar Nueva York en medio de una tormenta sin que me cayese una sola gota de agua encima?

Un reino de oscuridad y escarchaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora