Capítulo 1 | Anya

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Supe que nadie iba a venir a salvarme cuando Diane me abandonó en medio de un cementerio la noche de Halloween.

Había crecido bajo la sombra de su popularidad y entre las burlas y el hostigamiento de su grupo de amigas. Estaba tan acostumbrada a que me tirasen bolas de papel al pelo y a que me llamasen "Anya, la cara agria", que habría hecho cualquier cosa para que me dejaran en paz. Incluso si eso significaba convertirme en una más de su séquito.

Por eso, cuando Diane se acercó a mí en el recreo, sola, para intercambiar un par de frases amables, yo habría hecho todo lo que ella me hubiese pedido en aquel momento. Eso es lo que pasa con el acoso escolar, que te tratan tan mal durante tanto tiempo, que terminas creyéndote que vales lo mismo que la basura. Y yo no entendía por qué alguien como Diane, que estaba en lo más alto de la escala social, se molestaría en hablar con alguien como yo, que tenía el mismo estatus que la caca de pájaro, pero no me importaba.

Yo solo quería dejar de estar sola y vivir sin la siguiente burla que me destruiría el alma un poquito más.

Y cuando Diane me dijo que la noche de Halloween iba a reunirse con Molly y Camila en el cementerio para pasear entre las tumbas mientras comían las golosinas que le habían robado a la señorita Johnson, no vi su intención oculta. Acepté con mucha alegría su invitación como un perro que llevaba todo el día esperando a que su amo lo sacase de paseo.

Al llegar allí, empecé a sospechar un poco cuando Molly y Diane me pidieron la mochila y la chaqueta, pero no pude ni imaginar que me abandonarían allí. Yo aún tenía nueve años y no entendía por qué algunas personas parecían odiar a otras por el mero hecho de que respirasen. Al principio pensé que se debía a mi color de pelo, que era como el de las zanahorias, pero con el paso del tiempo descubrí que simplemente eran así de gilipollas.

Me dijeron que fuera a buscar a Camila, que estaba un poco más lejos. Y yo, como una mascota adiestrada, las obedecí. Después de quince minutos deambulando en plena oscuridad, con el frío de Nueva York arañándome los brazos y el miedo de una cría demasiado pequeña para entender lo que era la crueldad, me di cuenta de que se habían marchado.

Y me habían dejado sola.

La experiencia podría haber sido traumatizante, pero no sé por qué, no lo fue. Quizás una pequeñísima parte de mí —también denominada por otros como instinto de supervivencia—, se lo esperaba. Y era esa parte quien había tomado las riendas de la situación para afrontarla.

Entonces comprendí que tenía dos opciones.

La primera era quedarme allí, llorando, en una de las noches más terroríficas del año, y confiar en que alguien viniese a rescatarme. En otras palabras, ser la niña que se esperaba que fuese. Pero, teniendo en cuenta que el cementerio se encontraba algo alejado de la ciudad, aunque cerca del orfanato en el que vivía, ese momento podría atrasarse hasta la mañana del día siguiente.

La segunda opción me convencía más. También era más dura. Consistía en salir de ahí del mismo modo que había entrado: a pie. Así que eso hice, con los dientes castañeando y en la más absoluta oscuridad, pero lo hice. Tropecé. Oí ruidos extraños. Y quise morirme cuando mi piel expuesta rozó ramas de árboles y flores marchitas. Pero cuando me fui a dar cuenta, lo había logrado.

No necesité que nadie me salvase porque me había convertido en mi propia heroína.

A la mañana siguiente, disfruté de las caras de sorpresa de Diane, Camila y Molly al verme a primera hora por los pasillos del orfanato. Quizás esperaban que muriese de frío o algo así; era difícil meterse en la mente de un matón. Y también advertí algo más... miedo. No por mí, que era solo una y, encima, enclenque. Lo que ellas temían era que me chivara a la señorita Johnson y a las profesoras Smith y Williams.

Un reino de oscuridad y escarchaTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon