Epílogo | Dorian

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Algunos días antes

Las veces que he estado en Nueva York han sido de forma temporal.

Y pensé que esta ocasión no sería diferente.

Mientras buscaba mi poder perdido, en una ciudad humana, me convencí de que no valía la pena encariñarse con un lugar que tarde o temprano abandonaría. Al fin y al cabo, cuando la he visitado, ha sido por motivos prácticos y no afectuosos.

Pero con los años, aprendí a ver la belleza en su icónico horizonte —en el que se distingue la silueta de los edificios más emblemáticos de Nueva York—, en sus noches eternas, sus espectáculos en vivos y sus rincones secretos. A nadie le importas lo suficiente como para que te mire dos veces. Y la posibilidad de pasar inadvertido me terminó de enamorar.

Ahora, mientras me acomodo la chaqueta de cuero para protegerme del frío primaveral, pienso que el final está cerca. O quizás me equivoque, pero es como si una vez que le empiezas a coger cariño a algo, el miedo a perderlo se acrecienta. Y a mí el mundo ya me ha arrebatado demasiado.

Entro en el pub en el que había quedado con Willa y la veo en una mesa al fondo.

—Vaya —exclama ella cuando tomo asiento—. Dichosos los ojos.

No puedo culparla por sus palabras.

Desde que Anya y yo llegamos de visitar a Naga, he estado esquivando a Willa todo lo que he podido. Teniendo en cuenta que vivimos en el mismo apartamento, eso es el equivalente a pasarse el juego en el nivel difícil.

Solo he accedido a quedar esta noche con ella porque, después de lo mucho que me ha insistido para vernos, sé que hay luna llena y no tardará mucho en pirarse con sus amigas a volar con la escoba. Así que solo tengo que evitar las preguntas fisgonas durante un par de horas y centrarnos en las que realmente importan. Willa no sabe absolutamente nada de lo que pasó con Naga.

Sobre la mesa hay una copa de un cóctel que se parece al margarita.

—¿No eres muy cría para beber eso? —la pincho. Sé de sobra que ha manipulado la mente de los camareros para que le sirvan alcohol a pesar de su apariencia de niña.

—¿Por qué me llevas evitando una semana?

—No te he evitado —miento—. He estado ocupado.

—Ya, claro. A papá mono, plátanos maduros. —Ni me molesto en corregirla.

Hago un gesto al camarero y, poco después, tengo la misma bebida que Willa ante mí.

—¿Qué fue lo que te dijo Naga?

—La mente de Anya no oculta el paradero del objeto que guarda mi poder.

—¿Y por qué tiene ese escudo?

—Ella asegura que es para conservar la vida. Naga dice que, si no lo tuviera, la Corte Obsidiana no dudaría en matarla.

Me llevo la copa a los labios para permitirme pensar un segundo.

Llevo tiempo con una idea en la cabeza.

Y aunque me repito a mí mismo que es una locura, que no tiene ningún sentido, cada vez que la pienso gana más fuerza.

Alzo la mirada hacia Willa y descubro que me está observando fijamente.

—¿Qué no me estás contando? —pregunta ella.

Bajo la vista hacia el cóctel.

Puedo confesarle a Willa mis sospechas. Quizás, contar en voz alta todos los pensamientos que me han asaltado en los últimos días, me hagan darme cuenta de que son un disparate. Que no tienen fundamento ninguno y que mi mente me está jugando una mala pasada.

Un reino de oscuridad y escarchaWhere stories live. Discover now