Capítulo 21 | Anya

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Cojo aire y me sumerjo en el agua caliente.

Permanezco aquí mientras los segundos se encadenan unos con otros y el mundo baja de intensidad.

Por un instante, todo desaparece. Solo quedamos yo, el agua perfumada a rosas y las burbujas.

Pero cuando mis pulmones comienzan a agonizar pidiéndome aire, comprendo que no puedo quedarme aquí escondida eternamente. Y vuelvo a la superficie.

Apoyo la espalda en la bañera y dejo que mi largo pelo pelirrojo se arremoline en torno a mí, dibujando curiosas formas gracias a la oscilación del agua. Relajo mis músculos y expiro profundamente. Aunque seguramente ahora sea una prisionera de Naga, pese a que ella no ha empleado ese término, no puedo negar que necesitaba este baño.

Desplazo la mirada por esta habitación. De repente es como si mis extremidades se hubieran vuelto de piedra y solo pudiera mover mis ojos. Quizás sea por el cansancio.

Después de la agradable conversación con Naga y, desde luego, nada intimidante ni amenazante, dispuso dos estancias para mí y para Dorian. Me retorcía de los nervios al pensar que se refería a dos cuartos vacíos alrededor del árbol milenario en el que ella vive y que, por tanto, nos mantendría vigilados. Pero, por fortuna, están situadas a las afueras de esta aldea. Y aunque dudo que Dorian y yo podamos escapar, estoy convencida de que al menos tendremos algo de intimidad, o eso espero.

La habitación es un poco más pequeña que la que acabamos de dejar atrás, pero se ve muy acogedora. Hay una cama individual en una esquina, repleta de cojines (¿qué le pasa a esta gente que guardan tantos cojines?) y con una manta suave y gruesa. A sus pies, hay una cómoda, y sobre esta, hay cuatro velas encendidas que han dejado el lugar oliendo a jazmín.

En la esquina opuesta a la cama, estoy yo. Aunque la bañera en sí no tiene nada de especial, jamás me había bañado en agua de rosas. Hasta veo los pétalos rojos desplazándose por la superficie. Aspiro, y el olor a las rosas entremezclado con el jazmín es un deleite para mis sentidos.

Apoyo la mejilla en la pared de la bañera y miro la única ventana rectangular que hay en la estancia. En otro momento, estaría incómoda por si alguien pudiese verme desnuda, pero teniendo en cuenta que estamos en el límite de la aldea, ahí afuera solo hay árboles. Así que no hay nada de qué preocuparse.

Al bajar la vista, debajo de la ventana, compruebo que hay una amplía silla mecedora con más cojines (¡más!). A sus pies descansa mi ropa sucia y rota, con los zapatos embarrados, la pulsera que me regaló Dorian y mi gargantilla de obsidiana coronando el montón. Sin embargo, sobre el alféizar de la ventana, hay un vestido limpio y largo, con unos zapatos bonitos y cómodos y un antifaz dorado.

Ya me enfrentaré a eso más tarde. Por ahora, disfruto del baño.

Solo cuando el agua se enfría y mis dedos se arrugan por el tiempo que he pasado aquí, decido que es hora de salir. No puedo permanecer aquí todo el día, aunque sea lo único que me apetece.

Apenas he envuelto mi cuerpo con la toalla, cuando escucho tres golpes en la puerta. Me giro para pedir algo de tiempo antes de vestirme, cuando esta se abre.

Pero, por suerte, solo es Jichi.

—Pensé que tendrías hambre —explica a modo de disculpa por la intrusión.

Me relajo al instante. Bajo la mirada y descubro lo que trae. Mi estómago comienza a gruñir, y entonces recuerdo el hambre que tenía esta mañana, mientras cruzábamos el bosque, antes de que Naga nos amenazara y opacara todo lo demás.

—Cielos, ¡sí! —exclamó, haciendo un nudo a mi toalla y acercándome a ella.

Jichi ríe, pero me tiende la pequeña cajita. Al husmear en su interior, descubro un par de manzanas, lo que parecen ser galletas, un bol con chips de vegetales y una botella de cristal con agua. Teniendo en cuenta que no hay nada de carne o lácteos, algo me dice que esas galletas son veganas y que aquí no se alimentan de animales ni de huevos o leche.

Un reino de oscuridad y escarchaWhere stories live. Discover now