Capítulo 28 | Anya

3.3K 255 47
                                    

Estoy sentada en el salón del apartamento de Dorian, en el sofá cama en el que se suponía que iba a dormir esta noche. Ha encendido la luz y me ha puesto una manta azul por encima, aunque no tengo frío, pero no he querido decírselo porque tengo la sensación de que Dorian necesitaba hacer algo para tranquilizarse.

Parece nervioso. Y eso me inquieta a mí, porque él nunca está nervioso.

—¿Sabes lo que es un alma en pena? —pregunta, acercándose a mí con una taza de alguna infusión humeante. Me la ofrece, y yo la tomo. Es agradable cómo mis dedos fríos se calientan con la vasija caliente.

Por otra parte, me desconcierta un poco este Dorian atento que desconocía. Estoy acostumbrada al Dorian asesino, al Dorian que no para de soltar provocaciones y al Dorian que puede hacer que el mundo se postre a sus pies... pero este Dorian es nuevo. Y saber que puede ser así me gusta mucho, hace que me revoloteé el estómago.

El hecho de que siga sin camiseta tampoco ayuda a centrarme, aunque gracias a los cielos se ha puesto un pantalón.

—No —susurro, dándole un sorbo a la infusión. Sabe a frutos rojos—. ¿No es lo mismo que un fantasma?

—No —responde él, sentándose a mi lado—. Los fantasmas viven en las casas en las que han muerto y están vinculados a esa vivienda. No pueden salir.

—Y esa cosa me está siguiendo —aventuro. Alzo la mirada para encontrarme con sus ojos grises.

—Sí. Es lo que caracteriza a un alma en pena. Se pegan a la gente porque piensan que pueden devolverlos a la vida. Por este motivo era muy común que deambularan por la Corte Diamante, ya que su magia era la sanación. —Dorian me mira como si esperara una reacción por mi parte. Me encojo de hombros—. Es raro que te estén rondando a ti. ¿Qué estabas haciendo antes de que empezaras a verla?

—Jugamos a la ouija —digo en un susurro.

Un tic en la mandíbula de Dorian. La única señal que expresa que lo que hicimos fue muy estúpido.

—¿Y ahora cómo me puedo librar de esta alma? —pregunto, después de darle otro sorbo a la bebida.

—Con un exorcismo. —Me atraganto con la infusión.

—¿Cómo dices? —inquiero entre toses.

—Willa no llegará hasta dentro de unas horas. Esta noche es luna nueva y está con su aquelarre volando con la escoba y haciendo cosas de bruja, pero cuando amanezca, podríamos llevarlo a cabo.

No creo que tarde mucho en salir el sol, ya que son las cinco de la mañana, pero me pregunto a qué viene la urgencia de Dorian. Yo estoy encantada de librarme de esta alma en pena cuanto antes, pero tampoco me muero de ganas por practicar un exorcismo. En las películas de miedo, la situación nunca acabe bien para la persona exorcizada.

—¿Quieres avisar a Jasper? —pregunta él de repente.

—¿Por qué tendría que avisarlo?

—Porque es muy peligroso. Podrías morir. Y quizás quieras estar con él.

Trago saliva. Subo mis piernas hasta que están pegadas a mi pecho y me cubro mejor con la manta. De repente siento mucho frío, y no tiene nada que ver con la temperatura del ambiente, sino conmigo. Es como si mis venas estuvieran hechas de escarcha.

Dejo la taza encima de la mesita de centro y lo miro.

—Entonces, ¿por qué mejor no esperamos? —sugiero—. ¿No sería mejor esperar a estar descansada o a que Willa haya dormido toda la noche?

Sí, estoy completamente aterrada. Y este es mi pésimo intento por atrasarlo todo lo posible.

—Cuanto más tiempo pasa, más fuerte se adhiere el alma en pena a ti —explica Dorian—. Y más difícil será expulsarla de ti.

Un reino de oscuridad y escarchaWhere stories live. Discover now