CAPÍTULO 39

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TRINIDAD

Mientras camino hacia mi trabajo, los sucesos del día anterior vienen a mi mente como fragmentos sueltos de una película: la entrevista a Graciana, el almuerzo en ese pintoresco restaurante de Alta Gracia. La llamada de la hermana de Bruno, el viaje a Córdoba, la llegada a la clínica y el encuentro con las hermanas y madre de Bruno. Luego la noche en su casa, los interrogatorios de Daniela y Cami. Las palabras dulces de Clara, su fe genuina en Dios. Luego conocer a Augusto, el milagro de su recuperación, llevarlo a su casa y cenar con ellos. 

Luego el viaje de regreso. Las charlas con Bruno, los silencios, las miradas, las discusiones por Dios y su falta de fe. 

Repaso cada momento y siento que todo ha pasado hace mucho tiempo, en otra dimensión, en otra vida...

Pero no es así, fue real, me pasó a mi y fue ayer.

¡Si, así es, tan solo unas horas antes estaba en casa de Bruno cenando con sus padres!

Demasiadas cosas en tan poco tiempo. Demasiadas experiencias y presentaciones para dos días.

En mis 23 años de vida no habían pasado cosas tan emocionantes como en las últimas 48 hs. 

Todo en mi mente es un remolino de emociones y sentimientos confusos.

Dos días atrás, aquellas personas eras unos completos extraños y desconocidos, y de golpe, los sentía cercanos, queridos, parte de mi vida. ¿Cómo era posible? 

Mi corazón se acelera dentro de mi pecho al pensar en la razón principal de todo lo sucedido: Bruno.

Sí, Bruno.

Antes de su llegada, mi vida estaba bien.

Mis sentimientos y emociones estaban en orden.

Mis prioridades y metas parecían ser las correctas. 

Mi trabajo estaba bien, mi pueblo y su gente estaba bien.

De golpe, tráz el suicidio de Contreras, había llegado a Alpa Corral un investigador de Córdoba y su presencia había puesto mi vida patas para arriba.

Una persona. Solo un hombre: Bruno Altamirano. 

Al abrir la puerta de la municipalidad puedo sentir las miradas de todos mis compañeros posadas sobre mí.

—Buenos días— me atrevo a susurrar.

—¡Al fin regresas! —suelta Paula en tono de asombro—. Pensé que seguirías de vacaciones con el investigador.

—No me fui de vacaciones...

—Eso ya lo sabemos—aclara con voz firme—, imagino que aprovechaste bien la salidita para pasear y descansar. No todos tenemos de enamorado a alguien amigo del jefe con quien obtener beneficios.

Sus palabras me golpean duro. 

—Ya Paula—dice Mario en mi defensa—, déjala tranquila.

—¿Tranquila? ¡Ja! —exclama sin darle importancia—, la mosquita muerta lleva dos días bastante tranquilos, mientras nosotros acá laburando y hasta haciendo su trabajo. 

—Basta Paula, todos sabemos que lo dices de pura envidia— responde Carlos—, te hubiera encantado que el detective te invitara a viajar a Córdoba con él.

—Por supuesto— afirma sonriendo—, creo que yo me hubiera quedado una semana completa, no iba a volver en dos días.

Todos se ríen.

No respondo a sus burlas hiriente, me dirijo a mi escritorio y acomodo mis elementos de trabajo.

Pocos minutos después Cristóbal entra al edificio.

—Buenos días a todos— dice con su tono alegre de siempre—. Trinidad, ¡Cuánto me alegro verte!, ven a mi oficina por favor. Quiero que me cuentes como está Augusto.

Me levanto de inmediato y las miradas de todos siguen mi recorrido hasta la oficina de Cristóbal.

— Siéntate por favor.

Hago caso a su pedido.

—Cuéntame todo. ¿Cómo está mi amigo?

Sin demorar le relato lo sucedido desde la llamada de la hermana de Bruno y nuestra decisión de ir a Córdoba de inmediato. Le comento sobre los informes médicos y el milagro de su pronta recuperación.

—Augusto es un hombre fuerte—declara con seguridad—. Pronto estará recuperado y querrá regresar a la oficina.

—Le recomendaron dejar su trabajo y toda actividad que pueda causarle estrés— explico.

Cristóbal permanece unos segundos en silencio reflexionando.

—Cierto. No puede continuar en un puesto de tanta responsabilidad, eso no sería bueno para él. Solo le restan un par de años para jubilarse, seguramente le darán un retiro anticipado. No he querido llamarle por teléfono para no importunar.

—Creo que esta mejor de lo que todos creen. Le hará muy bien recibir la llamada de un amigo— sugiero.

—Gracias Trinidad. Cualquier novedad que tengas me avisas. Si no veo a Bruno envíale mis saludos y a la familia.

Sus palabras me confunden

¿A caso yo soy su mensajera? ¿Por qué habría de ver yo a Bruno antes que él? ¿Por qué seguiría comunicada con su familia?

Entonces lo comprendo todo.

Las palabras de Paula, el comentario de Cristóbal... todos piensan que entre Bruno y yo hay algo más.

Salgo de la oficina y me dirijo al baño. Cierro la puerta con seguro y comienzo a llorar.

Una ráfaga de impotencia me inunda.

¿Qué puedo decir para contradecir sus pensamientos? ¿A caso están tan equivocados en pensar de esa manera?

Me siento una tonta. ¿Por qué no regresé en colectivo desde Alta Gracia cuando terminamos de almorzar? ¿Por qué no tomé un micro cuando llegamos a Córdoba y regresé a mi hogar?

Eso habría sido lo más sensato, dejarlo solo en Córdoba.

¿Por qué lo había acompañado? ¿Por qué me quedé a su lado durante esos dos días?

La respuesta era sencilla: estaba enamorada de él.

Mi corazón se había dejado seducir y conquistar por la persona incorrecta y ahora iba a enfrentar las consecuencias.

Mis compañeros de trabajo sabían que me había ausentado dos días completos y que los había compartido con el investigador de Córdoba. ¿A caso podía culpar a Paula por sus comentarios y pensamientos? ¿A caso deberían creerme si dijera que no pasó nada entre nosotros?

Cristóbal mismo pensaba que entre Bruno y yo había una relación extra laboral, ¿podía culparlo?

Acompañar a Bruno a su casa, conocer a sus hermanas y padres, compartir esos dos días completos a su lado habían sido un gran error, mi error.

Cada minuto y hora a su lado lo único que había logrado era que lo quisiera más y que mis sentimientos comenzaran a confundirme y alejarme de lo que sabía era correcto.

Lloré. En el silencio del baño volví a pedirle a Dios sabiduría para hacer lo correcto, para alejarme de Bruno y que quitara de mi corazón el amor que comenzaba a sentir por este hombre.

Regreso a mi escritorio en silencio y evito cualquier contacto visual o conversación con mis compañeros. Quiero que este día pase rápidamente y salir de este lugar.

Ruego al cielo que Bruno no se presente en toda la mañana, que no me dirija la palabra, que no me mire, que no haga nada que complique más esta situación.

Pero a medida que pasan las horas, no puedo dejar de levantar la vista cada vez que la puerta de entrada se abre y sentir el corazón acelerado esperando encontrarme con su simpática mirada y su sonrisa encantadora.

¡Por Dios! Estoy perdida.

Un lugar olvidado (COMPLETA)Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu