CAPÍTULO 19

85 29 3
                                    

Bruno

El caso estaba abierto nuevamente.

Ahora la investigación dependía completamente de mí.

Necesitaba encontrar alguna pista de quien estuvo en el puente con Evaristo aquella mañana y una causa que impulsara al asesino a empujarlo provocando su muerte.

Decidí dedicar el resto del día a investigar la vida de Contreras.

Su rutina diaria, sus familiares, amistades, vehículo que utilizaba, tiendas que frecuentaba, hábitos... en fin, todo lo que pudiera conseguir.

Armar un perfil de la víctima me serviría como puntapié inicial.

Entreviste a unas quince personas de Alpa. Sobre todo, dueños de negocios del pequeño centro del pueblo.

Todos conocían a Evaristo y se mostraron abiertos a responder mis preguntas y hacer todo aporte que ayudara a resolver el caso.

La mayoría de los entrevistados coincidían en que era un buen hombre, de grandes valores. Generoso, buen vecino, alegre, servicial. Si bien su fortuna, se debía en su mayoría a la familia de su esposa, el trabajo arduo de Contreras en la hacienda, había hecho crecer su patrimonio de manera considerable.

Las opiniones sobre su matrimonio estaban divididas. Los hombres parecían verle bien y feliz, pero las mujeres, decían que hacía años que Catalina y él vivían separados, aunque en la misma finca.

Según Nancy, la peluquera del centro, solo mantenían las apariencias, por el bien de Julián y la reputación de los Reinoso, quienes eran muy católicos.

Considerando esta nueva información, necesitaba volver a entrevistar a los peones y empleados de la hacienda y corroborar si era cierto que el matrimonio tenía problemas.

Otro dato importante, fue saber que Contreras tenía una hermana mayor, que vivía en Alta Gracia. Se había mudado del pueblo hacía ya más de 20 años con su familia.

Los hermanos Contreras eran muy unidos, según relató Vicente, el ferretero. Dijo que Evaristo ayudó a su hermana económicamente desde que enviudó años atrás. La visitaba seguido, y en los veranos sabía traerla al pueblo a pasar unas vacaciones.

Graciana Contreras no había podido venir al velatorio y entierro de su hermano por problemas de salud.

Sería interesante hacerle una llamada telefónica o una visita.

Martín, el carnicero, se había criado junto a Julián. Habían sido compañeros de la escuela desde el jardín de niños, y del equipo de fútbol. Aproveché a interrogarle sobre el hijo de la víctima.

Martín habló muy bien de Julián y su familia. Recordaba pasar los veranos en la finca, andando a caballo y pescando en la laguna que había en la propiedad.

—¿Cómo era la relación de Julián con su padre? ¿Eran cercanos?

Se quedó pensativo. Dudó por unos segundos.

—Su relación... era normal.

—¿Normal? ¿Hacían cosas juntos como: salir a pescar, cazar, andar a caballo?

—No.

— ¿Entonces...? ¿Normal cómo?

— Julián respetaba a su padre, le obedecía, pero eran diferentes...

— Julián era su único hijo según me informaron.

— Si, así es.

— ¿Y doña Catalina? ¿Qué opinas de ella?

— Una gran mujer. Muy atenta y dedicada a su hijo.

— ¿Julián era más cercano a su madre?

— Si, mucho. Ella lo cuidaba, quizás demasiado, hasta de manera obsesiva.

— Una madre sobre protectora.

— Se podría decir que sí. Pero todas las madres lo son, ¿verdad?

<¿Sería tan sobre protectora como para cubrir la muerte de su esposo, si su hijo estaba involucrado?>

Regresé a la cabaña cuando atardecía.

Cristóbal me había enviado los registros sobre propiedades y bienes a nombre de Contreras.

Además del campo de 13 hectáreas donde se encontraba la finca, la familia poseía dos propiedades más en el centro del pueblo. Una casa y un local comercial.

En el registro de vehículos, había dos camionetas 4x4 y un auto a nombre de la familia.

Me senté en la pequeña mesa con todos los papeles de mis anotaciones y mi computadora portátil.

Resumí los datos más significativos y organicé una nueva lista de personas que necesitaba entrevistar.

Miré el desorden de hojas y de inmediato vino a mi mente el día anterior, cuando Trinidad me había ayudado con los archivos y periódicos viejos.

Había disfrutado aquel tiempo de trabajo silencioso en su compañía. Aun sus escasos comentarios y opiniones, parecían acertadas y correctas. A diferencia de otras chicas, Trinidad hablaba poco y escuchaba mucho.

Cuando me hacía una pregunta, me miraba de manera interesada, como si realmente le importara mi respuesta y opinión.

Su compañía hizo de aquella tediosa búsqueda, una tarde especial.

Me reproché mis pensamientos. ¿Por qué me encontraba otra vez pensando en aquella muchacha?

Aunque me había propuesto sacarla de mi mente, su imagen seguía llegando e invadiendo mi trabajo, mi tiempo y mis pensamientos.

Recordé nuestro encuentro de esa mañana en la municipalidad.

¿Por qué no la había saludado? ¿Por qué no me acerqué a decirle algo y en vez de eso me alejé huyendo y con el corazón acelerado?

Me estaba comportando como un tonto adolescente, cuando en realidad, ya era un hombre, o debía serlo.

Cené solo en la cabaña nuevamente, mientras repasaba mis anotaciones.

Hablé por teléfono con mis padres. Les conté algunos avances del caso y mis recorridos por los paisajes del lugar. Mi madre se tranquilizó al saber que seguía comiendo bien.

Mi padre me informó que habían encontrado al ladrón de tiendas y estaba detenido por el momento. Me alegré que mis compañeros hicieran un buen trabajo.

Esperaba que esta vez se hiciera verdadera justicia con la sentencia.

Ordené los papeles en una carpeta de archivos y luego de lavar los platos de la cena me di una larga ducha.

Me acosté temprano, quería descansar y relajarme. Había caminado por todo el pueblo y me sentía realmente agotado. Sin poder evitarlo, en contra de mi propia voluntad, mi mente cansada y profundamente dormida me hizo volver a caer en el hechizo, volví a soñar con ella.

Un lugar olvidado (COMPLETA)Where stories live. Discover now