CAPÍTULO 10

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Trinidad

Cristóbal nos había avisado que la oficina permanecería cerrada por duelo.

La mayoría de los negocios y comercios de Alpa permanecerían con las persianas bajas y sin atención al público.

La muerte de Evaristo había conmocionado a todos.

Los rumores de que fuera un asesinato corrían con rapidez de boca en boca, y aunque Reinoso había asegurado en el comunicado oficial el veredicto de suicidio; la gente no se creía para nada esa versión de la historia.

Con mamá nos levantamos un poco más tarde esa mañana, aprovechamos el tiempo para descansar y luego asistir al velatorio y entierro.

Juntas nos sentamos en la galería de nuestra casa.

El clima estaba agradable. La primavera había llegado y de a poco los fríos intensos del invierno se despedían.

Todavía no había llegado la época de lluvias, por lo cual la vegetación estaba amarillenta y seca, lo que preocupaba a los lugareños, ya que el riesgo de incendio era muy alto.

El año anterior, se habían perdido grandes hectáreas de bosques autóctonos por el fuego. Hasta algunas familias perdieron sus casas y cosechas, así que, en nuestra oración de esta mañana, además de incluir el consuelo y fortaleza para los Contreras, también clamábamos a Dios por lluvia y protección de incendios en la zona.

Dios.

Nuestra fe en él había comenzado años atrás, cuando asistimos en Río Cuarto a una actividad para mujeres, a la cual nos invitó Marisela, mi profesora de Matemática del secundario.

Ella vivía en Río Cuarto y asistía a una iglesia Evangélica.

Siempre habíamos creído y confiado en Dios, pero no teníamos una relación profunda y cercana con él.

Al escuchar de nuestra condición de pecadoras ante un Dios Santo, comprendimos que estábamos muy lejos de él y en un peligro de pasar toda nuestra eternidad en el infierno condenadas por nuestra maldad.

La mujer que explicaba el mensaje cambió su tono de voz y su semblante al comenzar a hablar del gran amor de Dios demostrado al enviar a su hijo Jesucristo al mundo para pagar el castigo de nuestros pecados en la cruz.

Ese día ambas decidimos arrepentirnos y creer en Jesucristo como salvador.

Una inmensa paz nos inundó el corazón.

Ahora nos sentíamos cerca de Dios.

Comenzamos a leer la Biblia en casa y anotábamos las dudas en una libreta, para cuando viajáramos a Río Cuarto poder preguntarle a Marisela.

Solo podíamos ir a la iglesia una vez al mes, ya que el gasto era demasiado.

Durante los cinco años que habían pasado desde aquella decisión habíamos crecido y fortalecido nuestra fe.

Nos bautizamos y comenzamos a compartir de Jesús en Alpa Corral. No queríamos que nadie siguiera lejos de Dios.

Esa llama que ardía en nuestro interior, esa paz que inundaba nuestra vida, queríamos que todos los habitantes de nuestro pueblo se sintieran así.

Grande fue nuestra decepción cuando la gente empezó a rechazar nuestro mensaje poniendo excusas.

Algunos pensaban que queríamos convertirlos a una religión, otros se negaban a creer en cosas espirituales de las cuales no tenían una prueba física y contundente. La mayoría elegía continuar su vida sin buscar el perdón de sus culpas y arreglar sus cuentas con Dios.

Solo podíamos orar por ellos y clamar para que Dios abriera su mente y corazón de tal manera que comprendieran el peligro que corrían lejos de Dios.

Cuando terminamos de desayunar y leer nuestras Biblias salimos caminando hacia la hacienda de los Contreras.

La mañana estaba templada, era fines de septiembre.

Casi llegando al pueblo pude distinguir la silueta de Bruno al costado del río. Su auto estaba estacionado al costado del camino.

No se percató de nuestra presencia, estaba de espaldas al camino, pero toda mi atención estaba en él.

¿Acaso estaba orando?

Sus labios se movían y su mirada estaba dirigida al cielo.

¿Sería acaso cristiano?

¡Qué lindo sería conocer a otro hijo de Dios! ¡Poder conversar con él sobre la fe, sobre la Palabra de Dios y sus enseñanzas!

La próxima vez que lo cruzara le preguntaría.

Llegamos a la hacienda poco antes de que salieran rumbo al cementerio.

Muchísima gente se había acercado a dar el último adiós a Evaristo y sus condolencias a la familia.

Julián, Raúl Reinoso y dos hermanos de Contreras llevaban el féretro delante de la caravana.

Las flores se repartieron entre los presentes y a paso moderado todos caminamos los metros que había hasta el pequeño cementerio privado que los Contreras tenían en su propiedad.

El sacerdote del pueblo dijo unas palabras de despedida y luego comenzaron a bajar con sogas el cajón.

Abundaron las lágrimas y los abrazos de familiares y amigos.

Mi mirada estaba atenta en Julián.

Permanecía serio, inmutable.

Se mantuvo alejado de su madre.

Los anteojos de sol que llevaba puesto, no me permitían observar sus ojos y expresiones.

¿Serían correctas las sospechas de Bruno? ¿Podría un hijo asesinar a su padre de una manera tan cruel?

Una lluvia de flores fue cayendo sobre el cajón.

En cada una de ellas, iba una muestra de aprecio y el adiós definitivo a Evaristo.

—Lo lamento tanto Catalina— dijo mamá tomando con cariño sus manos.

— Todavía no puedo creerlo, ayer era nuestro aniversario, cumplimos 40 años juntos, toda una vida— reflexiona con tristeza doña Catalina

— Dios consuele tu corazón—le dice mamá apretando sus manos.

—Gracias Bianca. Gracias por venir.

—No tienes nada que agradecer... si algún día quieres hablar... o necesitas compañía, puedes llamarme.

Los ojos de doña Catalina se cristalizaron ante la sincera propuesta de mamá.

—Sí, me encantaría. Prometo llamarte.

Nos alejamos de la multitud caminado de regreso a casa.

Unas nubes amenazantes se veían desde el norte.

—Lluvia— anunció mamá mirando el cielo.

—El pronóstico no marcaba tormentas hasta la próxima semana— respondo con conocimiento de causa, ya que justamente ayer había revisado en el trabajo el pronóstico extendido en mi computador.

—Esta noche va a llover, estoy segura... ¡Gracias Dios! —exclamó mirando el cielo— este año no tendremos incendios.

Admiré su fe y confianza.

Mamá tenía esa convicción rotunda de que Dios obraba contra pronósticos y decidía sobre autoridades y leyes humanas.

Un lugar olvidado (COMPLETA)Where stories live. Discover now