CAPÍTULO 21

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Bruno

El fin de semana seguí entrevistando a algunas personas del pueblo. Los testimonios eran variados a cerca de los acontecimientos de aquella madrugada y mañana de la muerte de Contreras, pero con cada habitante que conversaba, comprendía más y más lo buena persona que era Evaristo Contreras.

La gente le admiraba, respetaba y tenía mucho cariño.

Me relataron incontables historias de cómo había ayudado a diferentes vecinos con situaciones económicas difíciles o crisis familiares. Todos hablan de lo generoso y desinteresado que era.

Así también coincidían en que doña Catalina y su hijo Julián no poseían las mismas cualidades del difunto.

Aunque tenía mis mayores sospechas en aquellos integrantes de la familia, no había encontrado ninguna prueba contundente que los vinculara al puente colgante y a la desafortunada muerte.

Las botas embarradas de Julián, el testimonio de Paco, sobre las dos personas en el puente, o la observación del jardinero y los peones, no serían suficientes como para acusarles de algo.

Necesitaba más pruebas.

El domingo por la mañana, salí a caminar para no perder mi rutina de ejercicios y conocer otro paisaje de este hermoso lugar.

Correr en medio del verde sendero rodeado de grandes árboles, escuchando el cantar de los pájaros, respirar el aire puro y cargado de tanta frescura y fragancia, en nada se podía comparar a las cintas trotadoras del gimnasio que asistía o las calles ruidosas y contaminadas de la ciudad.

El domingo Pilar preparó canelones.

Estaban riquísimos.

Cada día me sorprendía con un nuevo y más exquisito menú. Debía reconocer que era una excelente cocinera, hasta mejor que mi madre.

Todas sus comidas habían sido variadas, sabrosas, abundantes. Seguramente regresaría a Córdoba con varios kilos de más.

Desde que me había ido a vivir solo, mi menú semanal se limitaba a salchichas, hamburguesas, empanadas y tartas, que compraba en una rotisería cercana del trabajo.

Los fines de semana, cuando visitaba la casa de mis padres, podía saborear y disfrutar de buena comida casera.

Pilar me estaba mal acostumbrando.

Debía confesar que mis días en Alpa Corral habían resultado mucho mejor de lo que esperaba. Al llegar pensé que la tranquilidad y pasividad del pueblo me mataría en pocos días, pero al vivir aquí y experimentar la sencillez de sus habitantes, la cordialidad de sus vecinos, debía reconocer que estaba disfrutando de mi estancia.

Lamentaba que un suceso tan triste como la muerte de una buena persona, terminara siendo la causa de que descubriera este pequeño y escondido paraíso.

Así me sentía en esta pintoresca cabaña de troncos, rodeado del silencio y la naturaleza en todo su esplendor, en un paraíso.

Si bien estaba disfrutando de la soledad, la tarde del domingo, por primera vez desde que había llegado, extrañé a mis amigos y familia.

Me hubiera gustado salir a comer a un restaurante, juntarme con algunos compañeros del trabajo, o visitar a mis padres.

Extrañaba una buena charla entre comida mirando algún deporte con mi padre o lo que era mejor y más tentador una buena cita con una bonita chica.

Debía reconocer que mi mente regresaba una y otra vez a esos ojos café y ese cabello castaño que me cautivaban de manera misteriosa.

Nunca me había enamorado de verdad y me costaba identificar el origen de estos extraños sentimientos. ¿Sería amor a primera vista?

Mi mente en sueños se volvía incontrolable, pero despierto, intentaba dominar aquellos pensamientos y recordarme una y otra vez que mi estadía en Alpa sería breve y mi objetivo era encontrar al asesino de Evaristo. Pero la soledad y el silencio no me ayudaban.

Miré el reloj incontables veces, pensando en una excusa para ir hasta la casa de Trinidad y proponerle tomar algo o comer una pizza.

Quizás podría buscar algo relacionado con el caso, hacerle una entrevista, o escuchar su opinión de los Contreras según las fotos que había tomado en el puente. Todo sonaba tonto e increíble. No había motivos profesionales que nos exigieran una cita.

¿Qué iba a decirle? ¿Me gustas? ¿Creo que estoy flechado? ¿Me has hechizado?

Me sentí un tonto al darle tantas vueltas al asunto.

Para ocupar mis pensamientos, comencé a revisar la información del caso y los testimonios recaudados, en algún lugar debería haber una pista, un indicio... algo que me llevara en la dirección correcta hacia el asesino.

Pero nada.

El antiguo caso de la mujer en el puente seguía siendo un misterio, como una pieza que no encajaba en este rompecabezas, pero a la vez, mi instinto me decía que había una conexión, que había más.

Revisé los papeles del curso que comenzaría en la comisaría.

Hasta el momento, solo tendría 6 oficiales que lo realizarían.

Cristóbal se había comunicado con otras tres localidades cercanas ofreciendo la capacitación de manera gratuita, y de dos de ellos había recibido respuestas favorables.

Aunque no me gustara la idea, debía realizar este curso para justificar ante mis superiores en Córdoba mi ausencia y mi viaje a este inhóspito lugar.

Lo que más me intimidaba era tener que presentarme ante Reinoso y los oficiales de la comisaría. Ellos me harían amarga y difícil la vida en estas próximas semanas.

Por la ventana podía ver cómo la tarde iba cayendo y el cielo se oscurecía dando paso a la noche.

La temperatura bajó considerablemente. Me había acostumbrado al silencio y tranquilidad de aquel lugar.

Extrañamente, este pueblo me estaba gustando demasiado.

Un lugar olvidado (COMPLETA)Where stories live. Discover now