CAPÍTULO 11

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Bruno

El recorrido por Alpa Corral superó mis expectativas.

Tomé gran cantidad de fotografías del río, las cascadas, los senderos entre los pinares.

Me impactó el silencio y la tranquilidad que reinaba en el lugar.

Dejé el auto estacionado a orillas del río y opté por caminar.

Mi reloj marcaba 12 km al regresar a la cabaña.

Sin darme cuenta, había recorrido una considerable distancia entre ida y vuelta.

Llamé a Cristóbal por teléfono.

Necesitaba avanzar en el caso, y como no podía entrevistar a Julián, Catalina o cualquier otro familiar de los Contreras, le pedí me acompañara a hablar con el testigo.

Cerca de medio día, me encontré con el intendente y juntos fuimos hasta una modesta y humilde vivienda.

La pequeña casa de techos de chapa y paredes de adobe, estaba ubicada a orillas del río y unos 100 metros del puente colgante.

Según me relató Cristóbal, desde allí el testigo había visto a dos personas en el puente.

Doña Maca nos atendió con amabilidad, mientras esperábamos la llegada de su esposo.

Me sorprendió verla andar de aquí para allá con dificultad al caminar, seguramente tenía problemas de cadera, como muchas mujeres mayores, pero esto no le impedía atender a sus invitados.

Nos hizo sentar bajo la sombra de un árbol y nos sirvió unas tortas fritas. Rengueando regreso a la cocina que estaba situada bajo un pequeño alero de chapa y llenó dos tazas de mate cocido.

Debo reconocer que estaba delicioso, al igual que las tortas fritas.

Paco, llegó minutos después, con un balde de agua a cuestas.

Su boina marrón caía sobre el costado derecho de su rostro y su pantalón gris, sostenido por tiradores de elástico, parecía tener varias décadas de uso.

Con rostro serio nos saludó extendiendo su mano. Primero a Cristóbal y luego a mí. Su rostro marcado de arrugas y la piel quemada por el sol, me hizo mentalmente calcular que tendría unos 70 y tantos años.

No tenía demasiadas expectativas sobre la información que pudiera obtener de él. ¿Cuánto podría haber visto desde esta distancia? Mi mente calculó de inmediato: Un hombre de su edad, sin anteojos... ¿Cuánto podía realmente identificar?

Sin embargo, cuando nos sentamos los tres en aquella sombra y Cristóbal le pidió que me relatara lo sucedido, comprendí que la información que Paco describía era sólida.

— ... a esa hora de la mañana no es común ver gente detenida en el puente, algunos cruzan para llegar a su trabajo, pero me llamó la atención una persona que permanecía asomada hacia el río.

— ¿Era Evaristo?

—No lo sé, a esta distancia no puedo asegurar nada. Estuvo solo por un rato... luego alguien que se acercó a su lado. Estuvieron unos cinco minutos allí y luego volvió a quedar una sola persona.

— ¿Dónde estaba usted?

Paco estiró su brazo en dirección al río.

— Como todas las mañanas busco el agua para los animales, había bajado a cargar un balde cuando lo vi la primera vez, y al regresar por el segundo, estaban las dos personas.

— ¿Eran dos hombres?

El anciano se sacó la boina y pasó su mano por el escaso cabello cano que cubría su cabeza.

Un lugar olvidado (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora