SOPHIA PIERCE - INSTANTES PERDURABLES

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Fui avanzando cada vez más rápido hasta que sentí que me mordió el brazo. 

—¿Puedes conducir como alguien medianamente normal? —preguntó y enseguida ella misma se dio la respuesta—: Ah, no puedes, verdad que vamos de camino al loquero. 

Me reí de lo tonta que era y seguí manejando hasta que aparqué cerca de la clínica. Ella se bajó primero y cuando se quitó el casco me dedicó una sonrisa tierna. 

—¿Estás lista?

Asentí y sus ojos azules me miraron con suspicacia. Mi respuesta no le había convencido y la verdad, tenía ganas de subirme a la moto e irme. No tuve necesidad de hacerlo, ella me haló hasta acercarme y una vez cerca, me dio un beso en la mejilla. Era extraño. Desde que llegué del retiro había evitado cualquier contacto. No se desnudaba cerca de mí. No me abrazaba, y trataba de mantener distancia. Era lo correcto, pero ahora, esa muestra de afecto me hizo sentirla cerca, de nuevo.

—Estás lista para hacerlo y por eso estamos aquí. —Volvió a besarme pero esta vez en la frente—. Si te asusta, piensa que soy yo. 

—Tú me asustas más —la molesté y me sacó la lengua.

Quise abrazarla, pero no quería invadir su espacio. Lo pensé y me quedé observándola por unos segundos, mientras tomaba la decisión. En realidad, necesitaba un abrazo. Pero Ksenya odiaba los abrazos y ya no estaba en su lista de personas por las que saltaba sus propias reglas. 

Respiré profundo y decidí subir las escaleras que daban a la clínica. Faltaban cinco minutos para que entrara en mi sesión. Jugué con mis uñas mientras subía cada escalón y cuando iba por el cuarto, ella me gritó: 

—¡Artista! ¡Olvidaste algo! 

No entendí a lo que se refería y esperé que dijera algo más, pero ella simplemente miró hacia ambos lados de la calle, luego de nuevo hacia mí hasta que la vi corriendo en mi dirección, y nos fundió a ambas en un abrazo. Me aferré a ella y mantuve los ojos cerrados. Aguanté la respiración por los segundos que duró el abrazo y me di cuenta de que era lo que necesitaba. Exhalé con fuerza con el corazón latiéndome rápido por los nervios.

Estaba a punto de dar un paso sin retorno. Uno que había demorado y tenía que hacerlo bien. Dependía de mí poder dormir en paz y que se fueran mis pesadillas. Noté que mi cuerpo temblaba y no me dio vergüenza, Ksenya me abrazó más fuerte y por un segundo me costó mantenerme en pie.

Estaba asustada. 

—¿Recuerdas cuando tenías miedo en el último torneo? Estabas muerta de miedo como una chiquilla. ¿Recuerdas lo que te dije? —me preguntó y negué con la cabeza, en ese momento no recordaba nada, pero ella añadió—: Sophi, si supiera que no estás preparada no te traería. Eso fue lo que te dije ese día y te lo repito ahora. Si pensara que no estás lista, no estaría contigo. Por eso vine y voy a subir y me quedaré afuera esperándote. Si algo sale mal saldrás y me verás, ¿entendido? No me voy a ningún lado. 

Y fue cierto. 

Ambas subimos las escaleras y cuando llegamos al consultorio, Ksenya sacó la consola de Nintendo Switch y comenzó a jugar en la sala de espera, mientras yo crucé la puerta, llena de miedos, pero al menos más tranquila sabiendo que ella estaba allí.

El lugar tenía un mueble de cuero negro y una silla de esas que se tumban hasta quedar rectas como una cama. También estaba su escritorio y detrás de él todos los premios que ella había ganado. La doctora debía tener más de cincuenta años, tenía los ojos oscuros y la sonrisa amable. 

—Si quieres toma asiento —fue lo primero que me dijo y me senté en la silla que estaba delante de su escritorio—. Estoy feliz de verte, Sophia. Tu amiga Julie me contactó desde hace mucho tiempo y aunque ella reprogramaba tus citas, y no asistías, me sorprendió que esta cita la hicieras tú. 

El capricho de amarteWhere stories live. Discover now