Julie Dash -NO PUEDO VIVIR SIN TI

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Dejé de tocarme cuando sentí todas las miradas puestas en mí.

Carajo.

Qué vergüenza.

Lo siguiente que sucedió fue que me metieron en la tina, pero el agua estaba helada. Según Ksenya podía eliminar la calentura de mi interior y mis ganas de follar. Sophia se apiadó de mí y abrió el agua caliente unos minutos después, pero no se metió conmigo.

Se veía molesta.

-¿Me odias? -dije después de veinte minutos en la tina, cuando por fin mi cerebro comenzó a razonar mejor y perdí el deseo sexual.

Gracias, Dios.

-Nunca voy a odiarte. ¿Tuvieron relaciones?

-No. Ella paró la situación y no era yo, ni siquiera lo entiendo, no estaría con la tenista, no me agrada, y no lo haría por ti. Ni siquiera sé qué sucedió, me siento avergonzada de mí misma, yo... -Fui sincera y ella dejó un beso dulce en mis labios, interrumpiéndome.

-No estoy molesta por ustedes, Julie -la escuché hablar-. Si no hubieses entrado con Ksenya, si hubiese sido Belén, o el guía, o cualquiera... ninguno se hubiese dado cuenta de que estaban drogados. O tal vez podrían violarte. No sabemos qué clase de gente hay aquí. Fue un error venir.

Al final, salimos del baño y Ksenya nos dio las instrucciones. No podíamos hacer nada ni quejarnos mientras estuviéramos sin el yate.

Lo más inteligente era fingir naturalidad.

-Conozco a los grupos sexuales y estas prácticas parecen de adictos al sexo, no de personas de un retiro -habló ella-. Por eso me pidieron que no trajera a mi equipo completo de seguridad, o dijeron que el sitio era privado y no podían darnos la ubicación. No sé si tu amiga está enterada o si tal vez es cómplice. Caí y fui ingenua. Pero también tengo inteligencia emocional. Por años fui perseguida por un psicópata, y por otros años, fui parte, sin saber de lo que se trataba: de un grupo elitista de adictos al sexo. Yo pensé que solo era coger, y luego entendí que tenían esclavas, que hacían trata de mujeres y mucho más. No es una broma lo que voy a decirles así que, hasta que llegue el yate, no hagan nada. Escuchen mi plan y síganlo al pie de la letra. Sin errores. Nadie sabrá lo que está sucediendo.

Los tres asentimos y nos sentamos a escucharla. Cuando se me fue por completo el efecto de la droga, la vergüenza se instauró. Intentaba recordar lo que había sucedido en el cuarto de vapor, pero los recuerdos eran fugaces. Recordaba a Ksenya alejándome, y a ella vomitando. La recordaba tocándome, y luego parando. Mis recuerdos más claros eran desde que pisamos su cabaña. Pero si algo recordaba es que había cuidado de mí.

-Por seguridad, tú y tus amigos se mudarán a mi cabaña, solo Benjamín y Paula -sentenció al tiempo en que le entregaba la guitarra a Sophia-. Y tú, Sophia, quiero que cantes como si se te fuera la maldita vida en ello. Que nadie note que estamos sospechando y que cada paso que demos lo hagamos bien. No sabemos qué pretenden pero lo de hoy es de miedo. No estuvo bien.

Minutos después estábamos en una de las piscinas. Ksenya pidió un micrófono y una silla, que pusieron cerca de nosotros y Sophia comenzó a cantar. El resto del grupo no había llegado y Ksenya dijo que no importaba. Que empezara a cantar.

Belén y Britanny fueron las primeras en llegar. Luego mi amiga Paula y Benjamín que estaban discutiendo. Verlos pelear era extraño, pero siguieron discutiendo hasta que Sophia empezó la siguiente canción.

-Voy a empezar por una de mis canciones favoritas, se llama Cóseme, de Beret. Y es para esas ocasiones en las que amamos tanto, pero no sabemos si a nosotros nos aman igual.

El capricho de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora