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Thais

Al día siguiente, Aang y yo emprendimos nuestra primera caminata juntos. No esperaba que nuestra cita fuera así, pero tener a Aang conmigo, rodeada de hermosas formaciones de piedra y bosque, es demasiado atractivo. Estamos de camino al Jardín de Tuileries, es un parque parisino. El jardín más grande y más antiguo de París qué posee una rica historia (fue creado por Catalina de Medici, Reina de Francia) y se extiende entre el Louvre y la Plaza de la Concorde.

Aang estuvo tranquilo durante el viaje, concentrado en la carretera, pero sus ojos parecían ver más allá del camino por delante. Me sorprendió cuando tomó mi mano, descansando ambas sobre mi muslo desnudo. Su calor se filtró en mí, pero no es por eso que mi pecho sigue tan caliente y latiendo tan deprisa.

Estacionamos nuestro auto y partimos hacia el sendero. Aang esta vestido con una ajustada camiseta blanca y pantalones cortos deportivos, su cabello cayendo sobre sus ojos. También lleva una mochila enorme con provisiones. Yo había optado por pantalones cortos y una camiseta. Son las siete en punto, pero el día será caluroso.

Aang me toca la espalda ligeramente.

—¿Lista para tu primera caminata?

Sonrío.

—Contigo a mi lado, puedo hacer cualquier cosa.

Su expresión se suaviza. Me da un codazo y me besa antes de enderezarse y señalar el sendero. Todavía estoy sorprendida por su muestra de afecto. Sin tratar de analizarlo, caigo en una cómoda zancada junto a Aang. Señala formaciones de piedra particularmente hermosas. Recorremos la avenida central repleta de árboles y esculturas. Este espacio verde ofrece innumerables opciones: una colección de esculturas que se podría apreciar bajo el cielo descubierto; Fête des Tuileries, que transforma el jardín en un feria de verano con diversos juegos, una noria y otras atracciones; pequeños barcos teledirigidos para deleite de los más pequeños del grupo, y el Museo de la Orangerie, en el que el público podrá apreciar obras maestras del impresionismo. A pesar de la belleza de la naturaleza, mi mirada sigue volviendo a Aang.

Había sido distinto desde que le dije que no iba a vivir con él. ¿Se sentía presionado a fingir que eso no le molestó? ¿Es por eso que había estado actuando así? Pero no podía imaginarlo cediendo bajo la presión. Es fuerte, duro. Es un Briand y no se rinde tan fácil.

Reduce el ritmo cuando nota que estoy teniendo problemas para seguirlo. Al final, elige un lugar con vistas a un fuente, de modo que podamos tomar un descanso. Nos sentamos en el suelo, juntos, y  Aang me entrega un sándwich.

—¿Y? ¿Lo estás disfrutando? —pregunta.

Inclino mi cabeza hacia él.

—¿La caminata con todo lo visto o el sándwich?

—Ambos serían óptimos.

Niego con la cabeza.

—Óptimos... —Pongo mi barbilla sobre su hombro—. Apuesto a que en la escuela los otros niños odiaban lo inteligente y correcto que eras. Nadie dice, óptimo Aang, Briand.

Las cejas de Aang se alzan.

—En la escuela o  era correcto. Y los niños me odiaban por muchas razones distintos a eso.

—Pero dudo que alguna vez te hayan molestado realmente..

—No, aunque los niños no sabía quién era en la academia; porque se suponía que debía integrarme como cualquier miembro, además no querían que los apellidos fuera una ventaja —dice.—Ya que los apellido abren muchas puertas , pero no te ayudan a ser el mejor, más bien hace que te esfuerces más. En mi primer día en la academia hubo algunos chicos que intentaron burlarse de mí.

—Seguro que eso no salió bien para ellos —supongo.

—Algunos tuvieron incidentes desafortunados que los llevaron a hospital —dice. —Terrence y Elliot también me ayudaron.

—¿Y no te echaron de la academia?

—Los maestros sabían quién era y si algunos de ellos hubiera querido acusarme no iba a encontrar pruebas ni testigos —responde con una sonrisa oscura.

—Así que tú y los demás eran unos criminales —sonrío. —¿Cómo tú y Elliot se volvieron tan cercanos?

—Fue una amistad a primera vista —se encoge de  hombros. —Elliot acababa de llegar a GAMMA cuando yo estaba empujando a un chico por las escaleras, le pregunté si vio algo y me dijo que no, desde entonces nos volvimos inseparables.

—¿Y si hubiera dicho que sí?

—Lo hubiera tirado a él también.
Contemplo su rostro, intentando imaginar cómo había sido de niño. Aang se encuentra con mi mirada, y algo más suave, más cálido llena sus ojos. Se inclina hacia delante, me toca la cadera y reclama mi boca con un beso. Le devuelvo el beso, y finalmente nos estiramos sobre el suelo, Aang se inclina sobre mí, besándome, acariciando mi cintura y costillas. Nos da la vuelta hasta que estoy encima de él. Sus manos recorren mi espalda, pero el sonido de unos pasos cerca nos separa, Aang se sienta conmigo todavía encima de él. Sus ojos escudriñan nuestros alrededores. Luego se relaja nuevamente. Sus labios dejan un suave rastro a lo largo de mi mejilla hasta mi garganta. Su gentileza, sus gestos amorosos, están haciendo que mi corazón martillara de amor y desesperación.

—¿Podemos saltar la regla de la tercera cita? —me pregunta él.

—Ajá —jadeo.

Nos hemos saltado esa parte desde nuestro reencuentro.

Aang me levanta sabiendo que estamos en un lugar público y nos perdemos en el área verde. Nos volvemos a besar de nuevo, espero que nadie se le ocurra pasar por ahí o nuestra cita no terminará bien. Empujo ese pensamiento a un lado. Toma mi mejilla otra vez, e inclina mi cabeza hasta que nuestras bocas conectan. El beso me consume, y dejo que me derribe, dejo que sus manos destierren cualquier pensamiento lógico. Cuando se acomoda entre mis piernas y me reclama, nada más importa, que tenerlo encima de mí, dentro de mí, con su boca sobre la mía, sus ojos verdes encendidos de deseo y más... sin importar nada más.

Después nos vestimos y continuamos nuestra caminata. Su expresión es tranquila y serena a medida que explora el paisaje a nuestro alrededor.

Tranquila y serena. Deseo poder ser así, pero mis pensamientos y emociones son un torbellino en mi cuerpo, confusos, aterradores y completamente tontos.

Aang me hace entrar a un edificio, desconfiado lo sigo, pero me sorprende que vayamos al techo y más al descubrir un helicóptero.

—¿Y si te llevo volando al siguiente lugar? ―pregunta Aang mientras el hombre que lo vigilaba se despide con un gesto de mano.

—¿En el helicóptero?, ¿sabes manejarlo? ―pregunto sorprendida.

—Sí. El vuelo solo dura treinta minutos.

—No es la duración lo que me preocupa.

—Vamos, es muy bonito el paisaje. A menos que no te fíes de mí al mando..

Me fío de aquel hombre más que de un piloto comercial. —Eres la única persona en quien confío a ciegas.

Nos llevará hasta allí sanos y salvos.

—¿Dónde vamos?

—A mi yate.

Ahora entiendo el porqué me dijo que trajera un traje de baño.

No puedo contener una sonrisa al imaginarme en el cielo a tanta altura volando sobre la costa. Podré ver los rascacielos mucho antes de estar cerca de ellos. Volar siempre me había resultado estimulante. A algunas personas les aterroriza estar en el aire y prefieren tener los pies bien pegados al suelo, pero a mí me sucede lo contrario.

Yo prefiero el cielo.

—Suena divertido.

Aang muestra su entusiasmo atrayéndome hacia sí para darme un beso agresivo en la boca. Se aferra a mi camiseta por la parte baja de la espalda, arrugando la tela mientras respira con fuerza contra mi boca. Cuando se aparta, luce una sonrisa muy atractiva.

—Pues preparémonos para el despegue.

Después de subir, nos ponemos los cascos y Aang habla con alguien a través del micrófono. Les da algunos códigos antes de agarrar la palanca de cambios y elevar el helicóptero en el aire.

—Dios mío —me sujeto a la puerta mientras miro hacia abajo para ver el edificio, que se vuelve cada vez más pequeña. ―Desde aquí parece diminuta.

Con las gafas de aviador y aquel grueso casco, tiene un aspecto increíblemente atractivo. El sol reluce sobre su rostro y parece un hombre que sigue teniendo el espíritu de un niño. Es un buen piloto llevando una maravillosa pieza de ingeniería al cielo.

Lo contemplo con una sonrisa en la cara, encantada de ver a Aang tan emocionado.

Cuesta saber hacia dónde esta mirando con aquellas gafas, pero debe de tener los ojos puestos en mí, porque pregunta:

—¿Qué?

—¿Qué? —repito yo.

—¿Por qué me mira así ?

—Porque eres muy  lindo.

—¿Lindo? ―pregunta frunciendo el ceño―. Soy un hombre, los niños son lindos, pero los hombres son guapos y sexys.

—De acuerdo, Aang Briand,  Dios del caos, porque eres muy sexi.

Dirige el helicóptero hacia el noroeste.

—Eso está mejor.

—Bueno... ¿Alguna vez has tenido sexo en el cielo?

—No.

—¿Pero te gustaría?

—Siempre que sea contigo.

Mi corazón salta.

—¿Te han hecho una mamada durante un vuelo? —deslizo mi mano por su entrepierna y toco su pene por encima del pantalón.

—No mientras estoy pilotando —dice, alejando mi mano. —Y, a pesar de lo mucho que disfrutaría de una en este momento, voy a tener que rechazar tu oferta.

—¿Por qué? —pregunto con un tono inocente.

—Demasiado peligroso, pequeña, podríamos estrellarnos. Si alguna vez deseas sexo así, avísame y haré que otra persona maneje mi avión. Lo disfrutarás mejor.

Me gusta este nuevo Aang.

—Un hombre preocupado por la seguridad. Me gusta... me gusta mucho.

Volamos casi todo el camino en silencio, embebiéndonos de las maravillosas vistas que hay bajo las nubes. Las hélices hacen tanto ruido que solo podemos hablar entre nosotros a través del sistema de intercomunicación de los cascos. Es un poco raro hablar así, pero me acostumbro después de las primeras frases.

Cuando aterrizamos, en un momento dado veo un enorme puerto lleno de yates exclusivos aparece ante mis ojos, pero nosotros hemos bajado sobre un yate.

—Bienvenido a tu yate, pequeña —dice Aang mientras bajamos.

—Este yate debe tener noventa metros de largo —digo.

—De hecho es exactamente eso lo que tiene. Además, cuenta con doce cabinas de huéspedes, jacuzzi, sala de cine, spa, gimnasio y, por supuesto, una enorme piscina y zona de aterrizaje de helicópteros.

Ya había notado parte de eso.

—Modesto —juzgo.

Aang se ríe. —No busco impresionarte. Pero cuando lo compre lo hice pensando en ti, por eso se llama como tú y creí que sería un lugar perfecto para nuestra cita.

Evito que mi corazón salte de alegría y solo lo sigo.

Cuando entro en la primera de las seis cubiertas, un impresionante salón aparece ante mis ojos, solo parcialmente cubierto. Es elegante y muy estéril. Casi todos los muebles son blancos, accesorios de acero, y todo se completa con un piso de acrílico. Luego esta el comedor, las escaleras y un jacuzzi en la sección de proa. En las mesas hay rosas blancas en jarrones, pero me llama la atención una mesa sin flores en la parte superior. En su lugar hay un enorme jarrón con hielo y botellas de moët rose sumergidas en él.

Antes de terminar de ver este nivel, Aang aparece con una copa llena en la mano.

—¿Qué te gustaría hacer antes de que nos vayamos? ¿Visitar el barco? ¿Tomar el sol, tal vez servir el almuerzo?

—Me gustaría ver el mar, si puedo —dejo mi bolso y me voy al proa.

Me paro y miro el mar. Bebo un trago de mi copa.

El yate sale del puerto.

—Es una vista hermosa.

—Sabía que te iba a gustar.

No estoy preparada para volver a confiar plenamente en Aang, pero algún día podría hacerlo.

Pasamos un buen rato admirando todo en silencio antes de ir a comer.

—Para alguien que no ha tenido una relación seria en años, eres bastante bueno organizando estas citas —digo cuando terminamos de comer.

Estoy demasiada distraída por el aroma de Aang y el calor que emana de su cuerpo. Toca mi costado, cálido y pesado a pesar de que caminamos a una distancia respetable el uno del otro.

—Es fácil cuando conoces a la otra persona —su respuesta es tan casual como íntima.

Y eso me gusta.

Mi corazón vacila por un instante. —¿Y crees que me conoces?

—Me gusta pensar que sí, aunque creo que en toda relación las personas con el tiempo necesitan volver a conocerse de nuevo.

Sonrío cuando Aang me habré una cabina.

—Deberías cambiarte —me dice. —Yo haré lo mismo.

Dicho esto se va. Por suerte es la misma cabina donde puse mi bolso.

Unos minutos después salgo a bordo llevando solo gafas de sol y el maravilloso bikini blanco de Victoria's Secret.

Los pasillos son amplios y ligeros, no tengo ni idea de adónde voy porque elegí emborracharme de la presencia de Aang en lugar de ver a mi alrededor. Cuando subo las escaleras, me encuentro en una cubierta que no conocía muy bien. Esta completamente vacío; el piso de vidrio solo esta iluminado por los focos incorporados en él. Me dirijo hacia la sala semiabierta hasta llegar al borde del pico.

—Pensé que aún no estabas lista —escucho una voz.

Miro alrededor. En el jacuzzi, apoyado en la orilla con ambas manos, Aang esta sentado, con un vaso en la mano.

—Veo que pudiste llegar sola. ¿Por qué no te unes a mí?

Inclina la cabeza hacia un lado como si estuviera aflojando el cuello.

Toma el vaso en su boca y bebe un sorbo de líquido ámbar sin apartar la mirada glacial de mí.

El yate permanece parado, y a la distancia se pueden ver las luces parpadeantes de la tierra cuando sea de noche. El mar en calma se agita ligeramente, golpeando suavemente el barco.

—¿Dónde está todo el personal? —pregunto.

—Donde debería estar, que ciertamente no es aquí — sonríe y guarda el vaso. —¿Esperas otra invitación, Thais?, ¿o prefieres bañarte directamente del mar desnuda?

Su tono es serio y sus ojos brillan con la luz reflejada de las luces de cubierta. Cuando estoy delante de él, me doy cuenta de que lo había extrañado durante estos años.

Agarro un cinturón de mi bata, lo saco y lo dejo deslizarse de mí.

Aang mira con curiosidad, apretando rítmicamente sus mandíbulas.

Me acerco lentamente a él y me meto en el agua; me siento frente a él.

Lo miro mientras sorbe otro sorbo; es terriblemente atractivo cuando se esta volviendo un poco reservado.

Me inclino y me acerco a él para sentarme en sus rodillas, pegando mi cuerpo firmemente a él. Sin permiso, meto mis manos en su pelo, él gime y echa la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos. Absorbiendo la vista por un rato y luego agarro su labio inferior con mis dientes. Siento que se endurece debajo de mí. Este impulso desencadena involuntariamente el suave movimiento de mis caderas. Chupo y muerdo sus labios lentamente hasta que en algún momento deslizo mi lengua en su boca. Aang baja sus manos y me agarra firmemente por las nalgas, apretando contra sí.

—Te he echado de menos— susurro, con un temblor en la boca.

—Va a sonar egoísta y cruel, pero deseaba que no pudieras ser feliz con nadie.

—Yo también lo deseaba.

—Me alegro que hayas vuelto, pequeña.

Abyss [Libro #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora