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Aang

Miro su cara empapada de lágrimas, el pecho dolorido. No necesita convencerme. Haría cualquier cosa que me pidiera. Si besarla impidiese que cayera una sola lágrima más, la besaría un millar de veces. Si va a ser nuestra última noche juntos, espantaría sus lágrimas a besos durante el resto de las horas que queda.

¿Cómo podía haber pensado alguna vez que esta emoción que había entre nosotros no existía?

Esta conexión. Lo que siento por Thais es visceral y crudo, y puro. Me consumiría, si lo deje. Nos consumiría a los dos y ya nos habíamos quemado demasiado.

La miro durante demasiado tiempo. Con lágrimas renovadas, lanza los brazos alrededor de mi cuello y entierra la cara en mi hombro.

Maldiciendo mi error, agarro su cara con ambas manos. Con suavidad. Con una inmensa suavidad. Levanto su cara para que me mire. Y entonces, con una ternura deliberada, aprieto mis labios sobre los suyos.

No puedo aliviar este dolor.

No puedo arreglar este mal que nos hemos hecho.

Lo más probable es que los dos ardiéramos.

Pero puedo abrazarla y arde con ella una última vez, porque arder juntos es la mejor sensación del mundo.

—Te quiero —murmura, sus pestañas aletean mientras reparto suaves besos por sus mejillas. Su nariz. Sus párpados—. Te quería entonces, te quiero ahora y te querré después. Sin importar qué —Mis labios bajan por su cuello. Mandíbula. Su cabeza cae hacia atrás en respuesta, dejándola al descubierto para mí. Vulnerable por completo—. Después de apuñalarte por verte besar a Lou —las palabras suenan como una confesión—, pensé que jamás volvería a verte. Alguien como tú y como yo no pueden tenerse uno al otro ni siquiera en el más allá.

Entonces levanto la cabeza.

—¿Por qué lo piensas, pequeña? —Las palabras me vienen sin ningún esfuerzo, como si hubiesen estado esperando en la punta de mi lengua.

—Desde el principio estaba condenado al fracaso porque solo nos hemos hecho daño.

Me mira a los ojos con un calor lánguido. —Lo sé.

Thais no se apresura al deslizar las manos por el cuello de mi camiseta, al subirla. Mis propias manos se mueven con calma hacia su camiseta. Retiro la tela que cubre su vientre centímetro a centímetro. La tumbo en el sofá. Ella me quita la camisa por encima de la cabeza. Un intenso calor se arremolina entre nosotros, mientras Thais recorre con un dedo una pequeña cicatriz de en pecho, mientras yo la ayudo a tumbarse del todo. Mientras saboreo cada una de sus curvas. Con cada respiración, cada caricia (sensual y lenta, como buscando), la intensidad va aumentando la desesperación silenciosa.

Sus dedos se enroscan en mi pelo.

Mi lengua acaricia su cadera.

―Eres impresionante, pequeña. ―Le doy besos en el pecho, y después en el hueco del cuello.

—Tú me has llamado «mocosa» desde que te conozco —dice Thais con un suspiro.

Arquea la espalda y muevo mi boca más abajo. Y aún más abajo.

—Sigues siéndolo —bajo sus pantalones cortos por sus piernas y le doy la vuelta. Atrapándola. Sus uñas arañan contra los brazos del sillón cuando levanto sus caderas para besarla.

—Viejo engreído.

—Mocosa malcriada.

Cuando la acaricio ahí en cambio. Su temblor aumenta y aumenta hasta que al final estalla. Se muerde la mano para ahogar el sonido y yo la estrecho con fuerza contra mi pecho. La aprieto contra el sillón. Espero con la respiración entrecortada. Su cabeza cae otra vez sobre mi hombro y desliza un brazo alrededor de mi cabeza. Sus labios suben al encuentro de los míos.

Abyss [Libro #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora