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Aang

—Lo siento tanto, no debí haberte besado —intenta alejarse de mí totalmente avergonzada—. No tenía derecho de hacer eso. No después que perdí a nuestro hijo.

Ahí está. Esa expresión de angustia en su rostro. La que había visto después del ataque de Verónica en el hospital. En lugar de encender mi desprecio, porque me había abandonado, mi corazón se oprime al verla así.

Soy una persona bastante rencorosa. Pero ella solo necesita pedir perdón y llorar para hacer que la perdone.

Desde ahora sé que cualquier cosa que ella hiciera en el futuro iba a ser perdonada, así de adicto me había vuelto a ella.

Si tuviera que perder mi dignidad o ir al infierno con tal de tenerla a mi lado, lo haría con los ojos cerrados.

Me había infectado con una enfermedad de por vida en la que mi cuerpo responde solo a ella.

Thais Delgado había poseído mi corazón y ahora lo único en que puedo pensar es que ha vuelto.

—¿Qué dices, Thais? —exclamo.

Toma aire y se muerde el labio, mirando a su alrededor.

—Este no es el lugar para hablar de ello.

—El lugar es aquí y ahora. Respóndeme.

—Vamos a un sitio más privado. —Se retuerce las manos como si supiera que aquello va a ir mal.

Y lo va hacer.

—Dixon —ladro por encima del hombro al encargado que nos había dirigido a nuestra mesa—, despeja la gala.

Se pone en marcha y murmura: —Por supuesto, señor Briand.

Pero no estoy prestando atención a lo que hace. Estoy observando a la mujer de enfrente, cómo sus ojos se agrandan al oír cómo Dixon habla con el propietario y a sus empleados zumban a mi alrededor con una sola orden.

—Aang —susurra—, no puedes... hacer eso. No podemos arruinar su noche. ¿Por qué te están escuchando?

—Porque soy un Briand, Thais. Y la gente escucha a los Briand.

—Esto es ridículo. —Sacude la cabeza y empieza a darse la vuelta—. No puedes ir por ahí dando órdenes a la gente.

Dejarme sin una explicación ya no es una opción.

Ella ya había visto lo que mi apellido era capaz de hacer. Pero tengo que decirlo en voz alta; tiene que volver a familiarizarse con mi poder en todo París.

—Ni se te ocurra irte y dejarme aquí de pie —brama mi voz desde lo más profundo de mi ser.

Una pareja qué pasa a mi lado salta al oírla.

Thais, a su favor, no se sobresalta, pero su cuerpo sabe al instante quién manda. Se da la vuelta y me mira.

—No me grites, Aang. —Hace acopio de una reprimenda, aunque sabe que no tengo derecho—. Y eso de usar tu apellido para hacer lo que quieres... es una falta de respeto.

Abyss [Libro #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora