11:11 mi deseo sigues siendo tú.

Start from the beginning
                                    

«Más. Cuando sientas que lo has dado todo, voy a demostrarte que no has dado ni la mitad de lo que naciste para dar. Esto apenas comienza, artista. Sigue corriendo. No saldremos de esta playa hasta que me demuestres que llegado el momento podrás controlar tu cuerpo y tu mente. Y si te rindes, muy bien, seguiré comprando tus cuadros y seguiré siendo tu jefa, pero no seré tu entrenadora ni tu mánager. Yo no invierto mi tiempo en perdedoras. Cuando estés distraída disfrutando la vida, debes pensar en el maldito tenis. Porque se convertirá en el amor más profundo que tendrás en tu vida y cuando te corresponda, no necesitarás nada, ni a nadie. Solo a él».

Podía ver la pasión en sus ojos. Como si nada en su vida fuera más importante que jugar.

«Vivir también importa», fue lo que le dije, antes de agregar: «Si tú te enamoraras serías bastante obsesiva, menos mal que tu único amor es el tenis, porque pobre de tu novio», me reí de ella, y no sé de dónde saqué las fuerzas, pero lo hice.

Volví a trotar.

Me concentré en la playa, en el atardecer perdiéndose y en la luna abriendo su paso para deleitarme. Me concentré en las constelaciones, en lo que estaba por encima de nosotras. Que hoy estábamos en esa playa, habitando un planeta juntas, por un tiempo determinado hasta dejarnos ir.

Dejé de concentrarme en mi cuerpo, o en que mis pulmones funcionaran. Me concentré en el sonido de las olas y pude encontrar un ritmo más cómodo. Los pies dejaron de pesarme, mi abdomen ya no se contraía haciéndome sentir dolor. Por un momento solo sentía que éramos nosotras, corriendo una al lado de la otra, en silencio. Ella dejó de hablar y solo disfrutó el viaje hasta que cuando ya estábamos cediendo el paso, la escuché susurrar: «Eres un diamante, y me encargaré de pulirte», me quedé mirándola con suficiencia, viendo el doble sentido, hasta que agregó: «Tú entendiste, Pierce».

Nos lanzamos en la arena dejando caer el peso de nuestros cuerpos cansados. Esta vez pude notar que ella también se sentía exhausta. Sus mejillas estaban rojas, toda su cara estaba roja. Sus labios hinchados, y los ojos más claros que antes, era impresionante cómo le cambiaban de color, nunca era el mismo tono.

—Eres una explotadora —la fastidié, ella solo se extendió en la arena mirando el cielo.

Yo hice lo mismo, acostándome a su lado.

—¿Por qué tu estilo artístico está tan cargado del universo?

—Porque soy una estrella —bromeé.

—Qué ego, artista, pero en serio, quiero saber.

—En realidad algunas estrellas pueden vivir doscientos mil millones de años. Siento que la eternidad habita en el universo, y no en la vida humana —le expliqué—. Y a mí me gusta pintar sobre nuestra esencia, sobre lo eterno, aquello que no caduca ni se contamina. Aquello que perdura.

—Cuéntame más —se interesó en saber.

—Por ejemplo, las estrellas conocidas como enanas rojas, son las más pequeñas y abundantes de todo el universo, y eso solo me hace pensar que lo que para algunos es insignificante, puede ser lo más grande que exista. Ellas son las estrellitas chiquititas que ves en el cielo. —Señalé algunas que ya se veían—. Por más chiquito que parezca algo, si lo vemos sin los ojos del juicio, podría ser lo más grandioso que estés presenciando. Esas estrellas son las únicas que no han tenido tiempo de morir.

—¿Te sientes como una estrella insignificante, chiquita? —Volteó su cara para mirarme, y luego sonrió—. ¿Quieres que tus cuadros sean como esas estrellas y nunca tengan tiempo de morir?

—Me gusta la idea de crear algo que perdure, pero por lo que deje en los otros, y no por lo que ese cuadro deje en mi nombre, la fama es irónica. Al final, mi nombre se perderá en la nada tarde o temprano, y el tuyo también.

El capricho de amarteWhere stories live. Discover now