Epílogo

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Roma, Italia

Dos semanas desde que llegue a este bello país, lleno de personas increíbles y a pesar que no sé el idioma la compañía de John me ha salvado en muchas ocasiones. Pero eso no evita que el dolor desaparezca. Ya me explicaron lo que es la red secret, tal cual su nombre, es una red social secreta donde todos los trabajadores del CESE y mundo de ladrones, mafiosos, sicarios y narcotraficantes poderosos pueden estar al tanto de los chismes de esa parte que ningún civil común conoce. Y una página de chismes hizo una publicación, así fue como me enteré que Dierik y Mariana fueron vistos juntos en el aeropuerto de Los Ángeles.

Y dolió muchísimo.

- Tu pasaporte e identificación ya llegaron.

- ¿Ya? - frunzo el ceño limpiando mis lágrimas y dejando la vista hermosa de Roma para otro momento.

Este apartamento es lindo.

En definitiva es más pequeño que el apartamento de John y de Dierik, pero es perfecto para mi. El abuelo Tom es el dueño, pero tengo la ligera sospecha que le perteneció a otra persona, a una mujer para ser más específica. Aún con mi peligrosa curiosidad punzando, no pregunté ni preguntaré nada al respecto. John se acerca con un sobre pero no me lo da, al contrario, suspira al ver que he seguido llorando como una mártir.

Pero... es inevitable.

- No sé qué hacer, ni decir - se acerca dejando el sobre en el sillón café claro - y me asusta decir algo que pueda lastimarte más, pero... estoy aquí, siempre estaré aquí para ti.

- ¿Por qué? - pregunto viendo que, desde que lo conocí, ha sido realmente bueno conmigo.

- Porque cuando te vi aquella vez sentada con la esperanza en tus ojos - sus iris azules me advierten lo que se viene - tuve esa intensa necesidad de ser la persona que esperabas y darte la emoción que te faltaba.

- Tuviste razón - sonrío, entiendo su indirecta pero no quiero decepcionarlo y herirlo - tuve que dejarlo.

Él asiente.

- Quizá tuvo razón cuando te dijo que te dejó una lección de vida - se encoge de hombros - de una u otra forma habrías conocido el dolor del amor.

- Hubiera preferido no conocerlo.

Sonrío ante lo irónico.

Quería conocer el amor y lo hice, para mi mala suerte solo fui yo quien sintió la magia de cupido. Tal vez hay muchísimas personas que sufren por un amor no correspondido, pero espero no ser la única que, a consecuencia de amar, perdió: su familia, su hogar, abandono su país, su identidad, sus amigos, su corazón. Dejando lo obvio a un lado, recuerdo como fue llegar a la Torre de Roma, está claro que no se compara con la Torre de Los Ángeles pero sin duda tiene el mismo sentimiento de poder.

Pero insisto, no se compara a la Torre de Los Ángeles.

- ¿Qué tal los entrenos? - John cambia de tema y sonrío recordando lo agitada que estuve.

- Bastante bien, ahora ya aguanto los cinco kilómetros.

- Poco a poco - toma asiento en el sillón y luego yo - ya veras que después cinco kilómetros no serán nada.

- Eso espero - suspiro y bostezo - esto del cambio de horario también me cansa.

Se supone que a esta hora estaría dormida.

- Es complicado salir de tu zona de confort, pero es por tu bien - asiente dándome ligeros golpes en la rodilla con su mano.

- Así dijo Bennet - pongo los ojos en blanco y empiezo a reír - después de las series de abdominales dijo que es por mi bien todo sufrimiento ahora para después tener un triunfo fenomenal.

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